Locus amoenus
La Miranda de Shakespeare y una Miranda sevillana
Shakespeare pudo conocer la leyenda de la sevillana Lucía Miranda, difundida en Inglaterra por Sebastián Caboto, para bautizar así a su propia Miranda en La Tempestad
![Miranda, The Tempest (1916) por John William Waterhouse](https://s2.abcstatics.com/abc/sevilla/media/cultura/2021/03/20/s/MirandaTempestad-kZuE--1248x698@abc.jpg)
El único personaje femenino de La Tempestad (1611) es la joven Miranda, hija del duque Próspero, cuyas artes mágicas le habían permitido señorear al gentil Ariel y al borrascoso Calibán, dos espíritus antitéticos de la isla donde Miranda y su padre habían naufragado. ... No es mi intención añadir nada que aspire servir para entender mejor La Tempestad , porque sería una osadía por mi parte. Sin embargo, me basta con hacer hincapié en una certeza compartida por todos los especialistas en la obra del clásico inglés: Calibán es un anagrama de «caníbal», nombre que a su vez proviene del ensayo de Montaigne dedicado a los caníbales del Caribe. Por lo tanto, La Tempestad es la única obra de Shakespeare donde el Nuevo Mundo americano se coló como un eco, un aroma o una atmósfera.
Shakespeare ubicó la isla de La Tempestad en el Mediterráneo, pero su aura salvaje provenía del Caribe y las Antillas, donde además en 1609 había naufragado el «Sea Adventure», navío inglés que transportaba al nuevo gobernador de Virginia. Casi un año permanecieron los sobrevivientes en Las Bermudas y sus vivencias fueron materia de muchas conversaciones en Plymouth, ciudad portuaria donde hervían las historias de Ultramar y donde Shakespeare tenía grandes amigos. Plymouth, por ejemplo, fue una de las bases de operaciones del corsario Francis Drake, quien saqueó e incluso capturó barcos de la armada española en dos océanos distintos, regresando a Plymouth con botines que incluían oro, patatas, animales exóticos, prisioneros de alta mar y -sobre todo- sorprendentes historias de combates, naufragios y aventuras. La ambición literaria es lo que me permite fantasear que una de esas historias fascinantes que pulularon por Plymouth, quizá fue la de la sevillana Lucía Miranda.
Según la crónica de Ruy Díaz de Guzmán - Argentina. Historia del Descubrimiento y Conquista del Río de la Plata (1612)-, la expedición de Juan Caboto (1526-1529) dejó una guarnición en el fuerte Sancti Spiritu al mando del capitán Nuño de Lara, entre los que se encontraban el ecijano Sebastián Hurtado y su mujer Lucía Miranda, mientras Gaboto remontaba el Paraná. La relación entre los indios timbúes y los pobladores de Sancti Spiritu era cordial, hasta que el cacique Mangoré se obsesionó con Lucía Miranda, porque «a esta señora hacía este cacique muchos regalos y socorría de comida, y ella, de agradecida, le hacía amoroso tratamiento, con que vino el bárbaro a aficionársele tanto y con tan desordenado amor, que intentó de hurtarla por los medios a él posibles». Mangoré convenció a su hermano Siripo para romper la alianza con los españoles, y así atacaron el fuerte matando a todos los soldados que encontraron y raptando a las mujeres. Como Mangoré murió en la batalla, Siripo convirtió a la sevillana en una de sus concubinas; pero al cabo de unas semanas Sebastián Hurtado se presentó en la aldea reclamando a su mujer y fue hecho prisionero. El cronista Ruy Díaz asegura que Lucía Miranda le prometió fidelidad a Siripo a cambio de la vida del ecijano, pero otra de las mujeres del cacique -celosa de la Miranda- denunció los apasionados encuentros clandestinos de los esposos y ambos fueron ejecutados de forma cruel: ella en la hoguera y él a flechazos. La historia de Lucía Miranda inauguró el tópico literario de la mujer blanca raptada por los indios y ha dado pie a novelas, óperas y obras de teatro en Argentina.
Sin embargo, no existen indicios documentales de la presencia de mujeres en la expedición de Caboto. Todo lo contrario, las capitulaciones firmadas en 1525 eran muy estrictas prohibiendo llevar mujeres y que los soldados jugaran a los naipes, aunque es obvio que cuando algo se prohibía, era porque las leyes se desobedecían. Y si a eso le agregamos la «invisibilidad» documental de las mujeres, no podemos negar de forma rotunda la existencia de Lucía Miranda, cuya historia corrió de boca en boca hasta que fue recogida por Ruy Díaz de Guzmán, en los albores del siglo XVII.
Sebastián Caboto regresó a Sevilla en 1530 y fue condenado por haber abandonado su misión y perdido varios hombres, aunque mantuvo su puesto de piloto mayor hasta 1547, año en que regresó a Inglaterra, reclamado por la corona y distinguido como gran piloto del reino. ¿Cuántas veces contaría por Plymouth, Bristol o la corte de Londres, la trágica historia de la sevillana Lucía Miranda? No es posible demostrarlo, pero de aquel episodio Shakespeare pudo tomar el nombre del único personaje femenino de La Tempestad : aquella Miranda que tuvo que vivir entre dos mundos: el del salvaje Calibán (Siripo) y el del amoroso Ariel (Sebastián Hurtado).
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