Locus amoenus
UN REMANSO DE VIDA
En esta semana en que los santos, las brujas, los muertos y los cementerios han acaparado la mayoría de crónicas, reportajes y reflexiones, deseo romper una lanza por el bar «Goma», refugio de la vida entre tumbas y lápidas

Como he llegado a esa edad en la que se me ve más por los tanatorios que por las discotecas, he tenido que tomarme más de un café, tapa o copa en las cafeterías de esos establecimientos que le han devuelto la vida a los ... polígonos. No tengo nada que reprocharles, porque en tales circunstancias, nadie se fija en minucias, aunque no existan otras alternativas. En las universidades tampoco es posible elegir dónde almorzar, pero allí la exigencia es máxima y por eso a nadie le gusta cómo se come en su universidad. Y del menú de los aviones, mejor no hablemos. En cualquier caso, cuando uno acude a un tanatorio, el bar es el único lugar donde la vida se refugia.
Hace unas semanas paseaba por Horgen -un pequeño pueblo del cantón de Zürich- y pasé delante del taller de un escultor, quien exhibía sus creaciones vanguardistas junto a las esculturas con las que realmente llegaba a fin de mes: lápidas y otros enseres funerarios. Me pregunté cuántos clientes que irían a encargar una lápida para un nicho o un ángel flamígero para coronar un mausoleo familiar, se llevarían de paso el menhir antropomorfo con estalactitas de metacrilato y acero «valyrio» que estaba en la puerta, pero eché de menos algo junto a ese «collage» de lápidas, cenotafios y columbarios. ¿Sería la vida? El taller estaba en medio de un bosque maravilloso, donde el verdor irradiaba una frescura extraordinaria. No. Lo que echaba de menos era un bar. La vida que atesoran una barra, el aroma del café y el estrépito de vasos, tazas y cubiertos.
He pensado en todo eso a propósito del Día de Difuntos, cuando el contrapunto entre el Halloween y el Día de Todos los Santos se hace inevitable. Los mexicanos tienen los altares de muertos y en el Perú celebramos nuestro Día de la canción Criolla en esa fecha. Es decir, que el Halloween convive -con gloria y sin pena- con otras expresiones donde la vida se refugia, pues ver a los niños disfrazados es algo tan vivo como cantar o levantar esos altares tan coloridos como entrañables. No descarto que celebrar a los santos sea estupendo, aunque gracias a don José Zorrilla también disponemos de «Don Juan Tenorio», cuya figura no sólo celebramos en la Plaza de los Refinadores sino a lo largo de varios teatros del mundo de habla hispana y -desde hace diez años- en el mismo cementerio sevillano de San Fernando, porque la compañía «Engranajes culturales» tuvo la feliz iniciativa de representar la obra entre las tumbas. El teatro es vida y por eso es otro gran refugio.
Sin embargo, frente al cementerio hay un bar que quizá no figure entre los itinerarios gastronómicos más sofisticados de la ciudad, pero donde la vida se refugia cada vez que acudimos al cementerio a cumplimentar a nuestros amigos, parientes o celebridades varias. Me refiero al bar «Goma», cuya imagen me vino a la memoria cuando paseaba delante de los nichos, lápidas y cenotafios de Horgen. Recuerdo que pensé: «lo bien que le vendría al bar Goma el esplendor del boscaje suizo». Y es que los alrededores del cementerio de San Fernando carecen del arbolado, la sombra o la frescura bienhechora que uno disfruta en Fluntern (Zürich), Novodievichi (Moscú), High Gate (Londres) o Nordenflycht (Munich), por citar sólo algunos de los cementerios que visito cada vez que viajo a esas ciudades. Y creo que ahora puedo decirlo rotundo: ninguno tiene a su vera un bar como el «Goma».
Cuando salgo de los grandes cementerios de París -Montmartre, Père-Lachaise o Montparnasse- la oferta gastronómica de los alrededores es fastuosa (sólo en Montparnasse tenemos «La Rotonde» y «La Coupole») y por eso quiero darle valor a nuestro bar «Goma», porque está ahí desde hace décadas, con la tostada, las tapas o la copa, siempre a punto para aliviarnos los trances de los menesteres funerarios; porque la vida se refugia en sus montaditos de melva, en su menudo picante, en sus espinacas con garbanzos y en su pringá con tropezones.
En esta semana en que los santos, las brujas, los muertos y los cementerios han acaparado la mayoría de crónicas, reportajes y reflexiones, deseo romper una lanza por el bar «Goma», refugio de la vida entre tumbas y lápidas. Único lugar acogedor donde podemos apurar un café o un aguardiente, para recordarnos que no estamos tan solos, como los muertos del verso de Bécquer.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete