Bienal flamenco sevilla 2022
Paco Jarana, el guitarrista que merecen tus días grises
crítica
Su destreza, extrañamente, está en sendas manos. Hábiles e inteligentes, pero al servicio de un discurso superdotado de raíz

Bienal de Flamenco de 2022
Guitarra desnuda
- Guitarra y composición Paco Jarana
A menudo nos sentimos dueños de las obras de los artistas a los que admiramos. Por eso creemos, erróneamente, que deben cumplir con nuestras querencias y anhelos. No soy quién para decirle a Paco Jarana lo que tiene que hacer. Sin embargo, como aficionado, puedo ... pedir lo que sea. Personalmente, quiero que grabe un disco. Dos o tres. Pero uno, primero. Y si aumento el prisma y lejos de aquí trato de advertir lo que ha sucedido en este pequeño teatro de la calle Laraña de sonido infranqueable, sé que muchos también lo desean. Que haga lo que quiera, digo como dicen las parejas. Vaya aquí esta petición por escrito.
Su sonanta baila. Muchas de las composiciones que imaginó para su mujer, Eva Yerbabuena, se aparecen por el escenario y uno entiende el triunfo de la dupla, aunque el suyo sea silencioso. El patio de butacas está atestado de compañeros. De artistas, sobre todo guitarristas, que vienen a posar los ojos en sus manos para coger algo a cambio. Vienen, en el fondo, a contemplar la historia de un chiquillo que a los ocho años se aferró al instrumento de manos de su padre, Luis Franco, y ahora le toca a él por soleá para esclarecernos a todos nuestra infancia. Recuerda con las órdenes apretadas a Rafael Riqueni y Pedro Bacán, pero lo que hace es sembrar una semilla de nostalgia en cada pecho como apertura de un recital memorable con su arma al desnudo. Algo que debemos agradecer a este ciclo de La Bienal.
El mástil de Paco Jarana es un campo de batalla. Una revolución de claveles con notas que no callan y que van resolviendo fragmentos de obras del pasado que fueron ideadas para montajes de danza: 'Eva', 'Cinco mujeres, cinco', 'Cuentos de azúcar', 'Flamencorio'... Dice que no es concertista, que su sitio es el ballet. Pero acto seguido agacha la cabeza y no sé qué verá a través de sus gafas, pero convierte una taranta en malagueña, con la cejilla en el suelo, precisión técnica y una respiración contenida que no mancha el dictado de sus dedos. El trémolo provoca alborozo. El remate, un zarpazo de soledad. Que a la sinestesia juega cuando ejecuta sus composiciones mayores.
El carácter rítmico y veloz hacen de la madera toda una banda sonora. Crece en intensidad. Emplea el pie como claqueta y en el sitio más preciso crea piezas como los fandangos dedicados a su madre. El picado suena a Huelva según él, aunque bromee con las carencias que el resto no vemos. No presume, sino que evoca. Deja a sus ideas florecer, culminarse solas. También dibuja acordes inventados que de pronto concluyen en una petenera. Una vez allí, en un lugar reconocible, da paso a una suerte de polirrítmia entre blusera y de ningún lugar. Detectivesca, diría yo. La vuelta al mundo le ha dado echando a caminar el pulgar por unos círculos envolventes. Huecos y redondos. Que si hablaran harían sonar las propias palabras liberadas del lenguaje.
Su destreza, extrañamente, está en sendas manos. Hábiles e inteligentes, pero al servicio de un discurso superdotado de raíz. Esto son las entretelas de una de las bailaoras más notables de los últimos treinta años al descubierto. Una oportunidad para el goce que rara vez se produce. Paco Jarana no es un buen guitarrista, sino uno de los más destacados de su generación. Que grabe, por los días grises de cualquiera. Hallará con él cierto alivio.
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