bienal de flamenco de 2022
Marina Heredia, cantaora de paisajes granadinos
crítica
Un gran concierto en el Teatro de la Maestranza con marcado acento granadino: Lorca, Falla y los estilos que aprendió de niña

Bienal de Flamenco de Sevilla
'Status quo'
- Cante Marina Heredia
- Guitarra Bolita
- Percusión Paquito González
- Coral Anabel Rivera, Fita Heredia, Marian Fernández, Macarena Fernández, Estrella Fernández y Aroa Fernández
Por el agua de Granada solo reman los suspiros. Y hasta el Maestranza, río abajo, han llegado en la garganta de una cantaora dispuesta a imaginar paisajes. A retratarlos sin excusa ni pincel. Las tablas del teatro son guijarros. El Paseo de los Tristes, una ... remembranza. Y el petricor, ese efluvio constante que impregna estas paredes entre las que escribo, colándose primero en las alegrías que inauguran el espectáculo. A la tierra y al agua le canta. A ese lugar común al que pocos llegan y donde todos coincidimos. Marina Heredia mostró un universo compositivo propio, con tintes populares y lorquianos, la tierra al centro de su órbita y el misterio como origen y meta de sus intenciones. Su templanza fue en aumento, desarrollando verso a verso ese raro embrujo que se desata tras las estrofas inacabadas: «Cerco tiene la luna, mi amor ha muerto». Ella sugiere. Los receptores, paladean. En eso se basa una propuesta en la que el arte se raciona en manojos breves.
Bolita rasguea por tientos, inicia una falseta punzante y la hija del Parrón, quien por cierto la contempla desde el patio de butacas, se echa encima de la guitarra: nudos en la lengua, bocas de caramelo que no ofenden y coronas donde se posan para reinar las águilas. Su cante se compone de imágenes. Tangos de Málaga y soleares que se fundamentaron en casa, como esa de Juanillo El Gitano, tío del Parrón, que parece esencial en este repertorio.
Entra 'amparaíta' en la oscuridad por los aledaños de Triana, aún por soleá. Rebusca por cuevas. Invoca chimeneas y tiempos pretéritos que a través de lo inconcluso de la sangre se han esclarecido en su eco. El sonido, con un reverb algo excesivo, no remó a favor de los suspiros en el arranque. Pero la seguirilla, más allá de la técnica, luce sobrecargada de aspereza. El tempo sube de intensidad, se aligera con viveza entre las manos del jerezano para causar un efecto mayor y a la estela del Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922 recuerdan al Tenazas de Morón, ganador de aquel certamen, lejano ya a estas líneas.
A Manolete, bailaor
Templado su derroche, que fue in crescendo, dedicó una farruca al maestro Manolete, recientemente fallecido. La pena estalla por el aire, lo solemne se arrastra por los pasillos y los tercios del cante se juntan para llorar agolpados unos con otros. Marina Heredia presta ahí todo su conocimiento a la emoción. Y logra, desde luego, uno de esos arañazos que te reencuentran con el origen de las cosas. Su cante es brujo. Al reverso de la sorpresa está, donde ni ella puede apresarlo. Se mueve en los retazos. Sin excesos ni certezas, relamiendo heridas con un timbre que cruje en la quietud, como lo haría un cristal en el espacio.
Una coral con cinco mujeres granadinas, Anabel Rivera, Fita Heredia, Marian, Macarena, Estrella y Aroa Fernández, prenden el fuego fatuo de Manuel de Falla. La candela se enciende tras las nanas. Viene y va la llama. Ilumina y luego se esfuma, habitando en los momentos. Los cuplés por bulerías albergan fragmentos de 'Así que pasen cinco años' que se desmenuzan con prudencia en el tres por cuatro. El 'Soneto de la dulce queja' se musicaliza con aires latinos en la percusión. Y al grito de «Soy más fuerte que la Alhambra« echan a andar por los lunares los abandolaos, otro de los estandartes.
Ritual granadino
El escenario, para entonces, se ha transformado en una fiesta de mujeres cabales. Un corro de particulares que en su reciprocidad tocan las puertas de los duendes. La cultura concluye en una suerte de ritual. A coro. También en solitario, interpretando en comunión estilos folclóricos y hondos como la cachucha, la alboreá, el petaco, de aire descarado, la mosca... Las jacas cascabeleras y las viejas morerías que hasta nosotros han llegado cultivadas por las familias gitanas se manifiestan en las letras. Los mandiles arrojan luz sobre el fondo negro. Lo manchan todo de color. Se bambolea una atmósfera oriental entre los jipíos de los tangos de esta tierra de encuentros, y el público agradece la alta popularidad de lo que se ofrece. Su carácter ceremonioso, que invita a recorrer huertas y callejas sinuosas. También las sombras de las parejas sobre los empedrados y un buen aluvión de fuentes en las que convergen besos que terminarán en lágrimas. Son imágenes. Proyecciones que surgen a dentelladas.
Alexandre Dumas escribió que Granada le parecía «una virgen tomando el Sol». Qué hubiera pensado aquel viajero romántico, fantaseo con María Heredia gimiendo allá al fondo, al descubrir la ciudad por una voz. Le canta a la memoria y a los paisajes. A los elementos y al Sacromonte. Su boca es un mirador.
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