cultura
José Iglesias Blandón: «Me gustan los personajes que, pese a estar perdidos, se arrojan a los caminos con convicción»
El escritor sevillano publica su libro de cuentos 'Carácter retroactivo', del que firmará ejemplares este viernes por la tarde en la Feria del Libro de Sevilla
José Iglesias Blandón: «Los verdaderos creadores de literatura jamás se hicieron ricos solo escribiendo»
![José Iglesias Blandón firma ejemplares de 'Carácter retroactivo' este viernes en la Feria del Libro de Sevilla](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2024/11/01/pepe-iglesias-tres-RJ0uwcPqURwENw82VId1lOM-1200x840@diario_abc.jpg)
José Iglesias Blandón (Sevilla, 1984) es un periodista y escritor que ha destacado por realizar incursiones dentro de la novela, la poesía y el relato. En 'Carácter retroactivo' (Samarcanda) se adentra de nuevo en el género del cuento. Se trata de nueve historias, ... nueve retratos que muestran la intimidad de las relaciones interpersonales de seres humanos que son víctimas de la soledad, la incomunicación, la culpa o el miedo, en una búsqueda desesperada por sentirse queridos. El autor firmará ejemplares en la Feria del Libro de Sevilla este viernes a las 17 horas en Botica de Lectores (caseta 38) y a las 19 horas en la Casa del Libro (caseta 32).
—¿Por qué danzamos?
—Para perdurar. Por supervivencia. Juana la Loca dio a luz a Carlos I de España y V de Alemania, el emperador más vigoroso de Europa, entre muros, durante un baile en Gante. Danzamos incluso cuando no somos conscientes de que la música ha terminado. Es el ritmo de nuestra naturaleza humana. Siempre hay un parto y un muro y un baile.
—Se lo pregunto porque en '¿Por qué danzaban las liebres?', el relato nuclear del libro por fondo y forma, los dos personajes principales se aferran bien a las respectivas cinturas ajenas para buscar aliento en los pasos del otro...
—El dolor es un sentimiento que me interesa mucho como canalizador vital —y en mi caso, por consiguiente, también artístico—. El dolor paraliza, pero también acciona, libera, purifica, transforma; más tarde o temprano, acaba plantándonos frente al espejo. Y, como animales sociales, solemos enfrentarlo en comunidad. Aunque resulta difícil ese engranaje porque no a todos nos dañan las mismas cosas: a uno lo asola la soledad y a otro, quizá una mera sonrisa. Y, para colmo, somos organismos (liebres, por ejemplo, de nervio impredecible) tradicionalmente muy individualistas, egocéntricos, poco dados a comprometernos más allá de la sobremesa y si hay alguna «zanahoria» de por medio. Nunca dos personas (dos amantes, por ejemplo) convergen en un idéntico estadio de dolor. El dolor no entiende de manuales de estilo ni de entrenamiento, tan solo es una piedra que se va gastando pero afilando con la experiencia. Literariamente, me interesa el dolor, sí, y también la esperanza. Quien cree siempre crea algo, ya sea un puente o una trinchera. Me gustan los personajes que, pese a estar perdidos —como lo estamos todos—, se arrojan a los caminos con convicción. Porque el que vive temiendo sufrir ya sufre de temor.
—Con la publicación de Carácter retroactivo vuelve al relato una década después. Aún mantiene la esperanza en este género literario...
—Si hablamos desde un punto de vista comercial, en España, a diferencia del mundo anglosajón, el mercado editorial considera el relato como la bruja mala del cuento: no vende cuanto quisieran, pero tampoco se hace demasiados esfuerzos por respetarlo; interesa la inmediatez de una contemporaneidad inmediata. Pero si hablamos desde un punto de vista histórico (su tradición oral lo hace salto y seña) y estético, en universidades de todos los rincones a nivel internacional se enseña creación literaria tomado como base este género narrativo. Reconocemos a grandes escritores universales precisamente por el legado de sus relatos: Hans Christian Andersen, Edgar Allan Poe, Antón Chéjov, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges, Flannery O'Connor, John Cheever, Raymond Carver, Alice Munro... El relato es —o debe ser— precisión, subtextualidad, simbolismo, ajustada vocación de estilo; no deja lugar a la digresión, cualquier salida de tono huele muchísimo (porque introducir una aguja en un pajar es algo cómodo, pero ¿alguien ha probado a pasar todo un pajar por el ojo de una aguja?). Para mí, como escritor, hay determinadas historias cuyo vehículo de expresión solo vislumbro a través de las formas breves.
—Hablando de autores y autoras de relato: por el estilo de sus textos, la escritora Lorrie Moore parece un referente claro para usted.
—Todo creador es hijo de lo que con fascinación consume, no hay duda. Hay en ella un uso poderoso de la ironía como crítica sociocultural. La mayoría de narradores omniscientes que soportan los relatos de Carácter retroactivo asumen su papel con la personalidad de un personaje más y emplean cierta clase de acidez para intentar desarmar a los lectores y, toda vez libres de telas, dispararles en la propia piel. Fue Lorrie Moore quien dijo aquello de «El humor es un acto de resistencia y supervivencia». Y Mark Twain el que, en origen, comentó eso de que comedia es igual a tragedia más tiempo.
—En 'Carácter retroactivo' está muy presente el paso del tiempo.
—A quien solemos hacer siempre responsable de todos nuestros disparates vitales (algo muy español: echarle las culpas al otro, aunque se llame Cronos). Nos entregamos a las rutinas con la maleducada creencia del conformismo y la espera, desde la inactividad. Porque el tiempo te saca la arruga, pero está en la persona qué partido sacarle a esa arruga. Los personajes de Carácter retroactivo hacen de la memoria su estandarte: hombres y mujeres empeñados en reencontrarse en lo pasado, donde un mismo olor nunca fue más dulce, pero sí había mayor olfato, deseo, valor, convencimiento.
—La incomunicación, el miedo al fracaso y la identidad emocional, entre otros temas, transitan abiertamente por estos relatos.
—En cada uno de estos personajes —hasta en el más secundario— subyace una búsqueda perpetua por sentirse queridos, por recuperar exactamente aquello que un día fue: el amor como hogar.
—Hay relatos con una remarcada factura técnica. Por ejemplo, «Notas para una comedia en cinco actos».
—En cualquier arte, las formas también hablan. De hecho, nos gritan. Sobre todo en estos tiempos de consumo cultural masivo, donde todo parece ya una y otra vez contado. Soy un convencido defensor literario de no decir, sino de mostrar. Que el lector se agite y componga me parece ya un objetivo maravilloso. Y todo dentro de un campo donde recurrentemente nos cuesta ver más allá de nuestras narices: eso extraordinario de lo ordinario.
—Aunque mi relato favorito, he de reconocérselo, es el que cierra el libro, 'Isla'.
Y el mío. Sufrí mucho escribiéndolo. Porque, ya sabe, nada nos emocionaría si no sufriéramos.
—¿Es 'Carácter retroactivo' su obra más personal hasta la fecha? Detecto un fuerte trabajo de autoficción detrás.
—Bueno, nunca se me ha dado bien cuantificar lo personal o íntimo en mis proyectos creativos. Sí tengo muy claro que, como engranaje literario, lo autoficcional aquí no es algo anecdótico para un círculo cercano que juegue a intentar reconocerme en un gesto de este o aquel personaje, sino contenido y continente por sí mismo (al modo, por ejemplo, de los trópicos de Henry Miller o la saga paternofilial de Karl Ove Knausgård), con intención e intensión, una funcionalidad que habla del conjunto como objeto artístico. Porque cualquier escritor que se precie debería escribir no para un microentorno, sino para el mundo; al menos, con esa convicción. La autorreferencialidad aquí tan solo parte de un mero disparador real (un gesto, una palabra, un hecho); y luego, la ficción. Pues ¿qué es la mentira si no una verdad a medias? Estos personajes, hombres o mujeres, no soy yo; ningún personaje es nadie, solo ellos mismos.
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