Javier Sierra: «Mi mayor tesoro es que no tengo lectores, sino cómplices»
'El plan maestro' es su nueva novela que se desarrolla entre museos, cuadros y pintores sumergidos en el universo del misterio
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Javier Sierra (Teruel, 1971), abandonó su trabajo como periodista porque aunque le gustaba contar historias, las páginas de un periódico se le quedaban cortas, y se lanzó al mundo de la literatura. Ganador del premio Planeta con 'El fuego invisible', es el único escritor ... español cuyas novelas han llegado al top ten en Estados Unidos como libros más vendidos.
Autor de novelas como 'La cena secreta', 'La dama azul' o 'El ángel perdido', tenía con su obra 'El maestro del Prado' una historia inconclusa que quiere cerrar con esta nueva novela, 'El plan maestro', en donde nos ofrece al lector descifrar quienes deben ser o son los guardianes del arte, un arte que Sierra entiende como elemento transformador de la sociedad.
—Cuénteme un secreto, ¿qué es la operación Bultus?
—Ahhh, le explico. En el verano de 2013 cuando publico 'El maestro del Prado' el libro tuvo tal éxito que tuve una campaña de promoción muy larga, y decidí dedicarle a mi mujer y a mis hijos el verano en Cantabria. Lo que no sabían ellos es que yo tenía un plan maquiavélico de fondo. Mis hijos se hacían mayores y quería poner en práctica algo que había leído al antropólogo Jean Clottes que decía que los grandes descubrimientos de arte rupestre siempre los han hecho niños, por la capacidad asociativa que tienen de rasgos y formas, superior al adulto. Quise probarlo y me inventé la operación Bultus y lo anoté en mis cuadernos de notas. Me llevé a mis hijos a ver todas las cuevas, y comprobar si eso era verdad..., y lo era. Los niños igual que ven caras en las nubes, ven bisontes. Y ése hallazgo de tener la capacidad de ver la realidad que se va estropeando con la edad, me pareció interesante para darle forma en clave de novela. Y ése el el origen de 'El plan maestro''.
—Tengo la sensación de que también tenía algo por cerrar de 'El maestro de Prado'
—Si, porque hay una parte de guía de arte y otra de novela, porque el protagonista de la obra desaparece y sólo deja unos versos que se convierten en pistas para mis lectores para volver a encontrarle. Empecé a recibir cartas de gente que me daba la interpretación de esos versos.
—Me parece que ha convertido a sus lectores en cazadores de enigmas.
—Eso es verdad. Mi mayor tesoro del universo literario es que no tengo lectores, sino cómplices y ellos se implican en la aventura que comparto y empatizan conmigo porque yo soy parte de esa trama.
—Dicen que el arte es un espejo y que te devuelve lo que das, ¿la literatura funciona de la misma manera?
—Igual, literatura y arte son hermanas siamesas, porque ambas sirven para contar historias. Luego hay otra gran lección, el arte sin literatura es poca cosa, es decir, se queda en lo estético, en lo funcional. El arte necesita relato para dejar de ser decoración. Por eso, cuando yo entro en un museo no veo cuadros, veo libros mudos que están pidiéndote que les des palabras para contar lo que llevan dentro.
—¿Por qué tengo la sensación de que deja al lector la decisión de decidir quienes son los buenos y los malos?
—Tengo un gran problema para decidir eso, los buenos y los malos, porque cada uno tiene un lado del otro, como el yin yang, y lo justo es dejar al lector la decisión final de quien está en el lado correcto de la trama. En 'El plan maestro' los buenos y los malos son una metáfora de la sociedad. Por un lado, los que ven la vida desde una óptica poética y la disfrutan desde la emoción, y por otro, los que la ven sólo desde el punto de vista funcional y mecánico. Esa lucha entre luz y sombras la recojo en la novela como metáfora.
—¿Cree que el mundo sin utopía se vendría abajo?
—Por supuesto. Yo soy un optimista antropológico. Necesitamos gente utópica, gente que tenga esa visión de la vida para continuar adelante, de lo contrario la depresión nos paralizaría, y ése el gran dilema hoy, porque nos bombardean con noticias malas y las buenas no llegan ni a titulares.
—¿Qué tienen los museos para ser protagonistas de sus novelas?
—Primero, porque los museos son la casa de todos, incluso cuando llegas a una ciudad que pisas por primera vez, un sitio donde no te sientes fuera de lugar es el museo, el que sea y de lo que sea. Pero por otro, los museos son depósitos del legado de nuestros antepasados y es un legado lleno de historia y de cosas asociadas a esos objetos que merece la pena ser contadas, porque los objetos han sido testigos de la historia y ponerse delante de ellos con un poquito de imaginación, hace que se te dispare todo.
—¿Se siente igual en un museo de arte contemporáneo?
—Pues..., no. Los museos de arte contemporáneo para mi son laboratorios donde se experimenta con formas de expresión que anhelan ser inmortales, y que todavia no lo son. Un museo de arte clásico es un museo de inmortales y uno de arte contemporáneo es el que quiere ser inmortal, y la diferencia es muy importante.
—En el 'Arcanon' de 'El plan maestro', aparecen obras de Velázquez, Goya, El Bosco, y de repente hay dos contemporáneos como Frida Khalo y Diego Rivera. ¿Por qué ese cambio de registro?
—Ese cambio tiene una razón y es la de conectar. El arte que hacen Frida Khalo y Diego Rivera conecta con la prehistoria. La novela comienza con la prehistoria y va desembocando en Frida Khalo, que es una artista que se pinta a sí misma como una figura mitad humana y mitad animal. Ella representa su sufrimiento y sus anhelos en los animales a los que le pone su cara, y eso hacían en las cuevas rupestres cuando pintaban un chamán en forma de bisoente sobre patas humanas, y me llamó tanto la atención ese giro dentro del arte, que por eso los incluí.
—Estudió Periodismo en la Universidad Complutense, y luego trabajó en algunas publicaciones, ¿el Periodismo cuando se le quedó pequeño?
—Pues en el momento en que no podía dar ni siquiera un brochazo del alma de los personajes que entrevistaba, era todo tan rápido y el espacio tan corto..., y hoy más rápido aún. Así que esa pulsión que yo tenía del retrato al óleo antiguo no cabía, y tuve que saltar a la novela que sí me permitía seguir hablando de actualidad si quería o seguir incorporando los últimos descubrimientos en las materias que fuera, pero también podía profundizar en el alma de los protagonistas.
—¿Está prevenido contra la Inteligencia Artificial?
—Lo que me produce es cierto rubor, porque valoramos la Inteligencia Artificial por lo rápido que hace las cosas, no por lo innovador que es. Creo que a la IA evidentemente le sobra músculo para ser veloz pero le falta neuronas para innovar, para ser rompedora. En eso somos mucho mejores los humanos, con cerebros que funcionan con apenas veinte voltios de potencia y no con megavatios de los centros de IA.
—¿Dónde se está fraguando su próximo libro?
—Pues..., me cuesta hablar de ello, pero tengo un ojo puesto en el futuro desde hace ya bastante tiempo, y tengo la sensación de que estamos ante una nueva era de los descubridores como fue el siglo XVI español, pero enfocado hacia el espacio. Tengo un hijo que quiere ser ingeniero aeroespacial y astronauta, culpa mía, claro, y él me empuja a narrar lo que ocurre en este momento como algo épico. Lo tengo ahí como un proyecto necesario, ahí está mi ojo.
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