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Arte y demás historias

Los forjadores de la gran Casa de Alba

El origen de esta casa nobiliaria se remonta a Gutierre Álvarez de Toledo, primer señor de Alba de Tormes, villa de la que era oriundo, merced otorgada por Juan II de Castilla en 1429

Vista panorámica de la localidad de Alba de Tormes, de donde era oriundo Gutierre Álvarez de Toledo
Bárbara Rosillo

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La Casa de Alba no es la más antigua ni la de orígenes más ilustres ni, tradicionalmente, la más rica de las grandes estirpes españolas. Sin embargo, su continuidad genealógica y la fuerte personalidad de muchos de sus titulares la han convertido, desde hace tiempo, en el más emblemático y conocido, tanto dentro como fuera de España, de sus linajes nobles. Su origen se remonta a Gutierre Álvarez de Toledo, primer señor de Alba de Tormes, villa de la que era oriundo, merced otorgada por Juan II de Castilla en 1429. Don Gutierre ejerció diversos cargos eclesiásticos, fue obispo de Palencia y posteriormente arzobispo de Sevilla y primado de Toledo. El señorío fue heredado por su sobrino Fernando Álvarez de Toledo, título que fue elevado a condado por el mismo rey en 1438.

La familia ascendió meteóricamente, ya que el segundo conde, don García Álvarez de Toledo, fue encumbrado a duque en 1472 por Enrique IV. Don García se convirtió también en primer marqués de Coria y primer conde de Salvatierra. Es en este momento cuando los Álvarez de Toledo entran en la alta política castellana, sirviendo a los intereses de la monarquía. El primer duque de Alba realizó varias campañas en la Vega de Granada, aunque no llegó a vivir su conquista, ya que falleció en 1488, pero su hijo y heredero, don Fadrique, se convirtió en uno de sus protagonistas.

Maestro de la Virgo inter Virgines. La Anunciación con el I duque de Alba. Finales del siglo XV. Palacio de Liria

Don Fadrique Álvarez de Toledo fue uno de los caballeros más destacados en tiempos de los Reyes Católicos. No sólo asistió a la toma de Granada, redactando sus capitulaciones, sino que participó como uno de los testigos firmantes en el acto de la entrega de la ciudad. Su actividad política y militar se desarrolla junto a Fernando el Católico, del que era primo al ser los dos Enríquez por línea materna. Junto al rey, hizo la campaña de Navarra en 1512, cuya incorporación supuso el punto culminante de la política emprendida por los Reyes Católicos unas décadas antes. Don Fadrique apostó por el futuro Carlos I, que llegó a España en 1517, y lo apoyó durante la guerra de las Comunidades. Durante su ancianidad educó e instruyó ideológicamente a su nieto Fernando, que había quedado huérfano de padre, y que ha pasado a la posteridad como «el gran Duque de Alba.»

Antonio Moro. Don Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba. 1549. Hispanic Society of America. Nueva York. Wikimedia Commons

Don Fernando Álvarez de Toledo (1507-1582), III duque de Alba, marqués de Coria, conde de Salvatierra y de Piedrahita, séptimo señor de Valdecorneja y caballero del Toisón de Oro, fue nombrado gobernador de los Países Bajos por Felipe II. Sofocó con mano dura varias revueltas muy sangrientas e impuso, según se dice, unas mil condenas a muerte. Nuestro duque es uno de los protagonistas de la leyenda negra y por ello está considerado, todavía, la personificación de la crueldad en los Países Bajos. Una muestra del odio que despertaba en sus enemigos, derrotados una y otra vez por los tercios y por su genio militar, es la delirante descripción que de él nos suministra el holandés Pieter Bor: «… era un hombre alto y delgado, rígido y seco de apariencia, era tan pedante que se escuchaba con desagrado alabar la prudencia de otro: además era muy cruel, despiadado y muy avaro. Esto resultó claro durante su gobierno en los Países Bajos, ya que quería oprimir y deshacer esas tierras por medio de una inaudita tasación, de forma que no pudieran oponerse de ninguna manera a la administración española. Antes de su partida de los Países Bajos se había jactado de haber hecho asesinar a 18.600 personas, pasando por las manos del verdugo, eso junto con todas las demás que murieron por la guerra o por los soldados españoles que había en la guarnición».

Anónimo. «Alba asesina a los inocentes habitantes del país». Colección El gobierno de Alba en los Países Bajos y resultados de su tiranía. Hacia 1572. Rijsmusemum. Ámsterdam. Wikimedia Commons

En este famoso grabado el duque aparece como un monstruo de maldad y codicia, ya que va a comerse vivo a un niño mientras sostiene bolsas repletas de monedas. Detrás vemos una hidra con las cabezas de Granvela y los cardenales de Guisa y Lorena, consejeros de Felipe II, mientras que a sus pies yacen los cadáveres decapitados de Egmont y Horn, caudillos de la rebelión. Todo este horror está coronado por un demonio alado con un rosario que le insufla aire al oído con un fuelle.

Su terrible fama se originó a causa de las revueltas producidas en los Países Bajos en 1566. Durante la llamada «Tormenta de las imágenes», los calvinistas asaltaron y profanaron iglesias y monasterios, destruyendo imágenes sagradas. Lo que comenzó teniendo un cariz religioso acabó en lucha civil, de hecho Felipe II mandó al duque de Alba al frente de un poderoso ejército para sofocar los disturbios. Sus tropas actuaron con rigor, de ahí que pasados más de cuatrocientos años su recuerdo perdure por aquellas tierras. La historiografía actual coloca las cosas en su sitio, sin negar la dureza del duque de Alba, también resalta la extrema crueldad del bando contrario. Don Fernando fue apodado el «duque de hierro» por sus polémicas medidas contra los enemigos de la Corona, pero, incluso así, es preciso señalar que está considerado uno de los mejores militares del siglo XVI.

Escudo de armas de don Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba. Wikimedia Commons

Don Fernando ejerció diversos cargos de altísima responsabilidad. Fue el mayordomo mayor de Carlos I y Felipe II, miembro del Consejo de Estado y de Guerra, gobernador en el ducado de Milán,virrey de Nápoles, gobernador en los Países Bajos y primer virrey de Portugal tras su conquista. Manuel Fernández Álvarez en su interesante biografía sobre el personaje, no duda en señalarlo, con sus luces y sombras, como un gran hombre de Estado. Un consumado militar, culto e instruido, que ejerció una intensa labor política y diplomática, afirmando: «Estamos ante uno de los más destacados forjadores del Imperio español». La historia de los grandes hombres es así, llena de matices, con partidarios y detractores, pero siempre fértil. El gran Duque de Alba marcó para siempre los destinos de su Casa.

Si te ha interesado esta información, sigue leyendo en este enlace sobre 'El prognatismo de Carlos V', en Arte y demás historias.

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