La confesión más dura del primer presidente de Filipinas: «Me arrepiento de haberme independizado de España»
En 1958, Emilio Aguinaldo, líder de los separatistas filipinos en la guerra de 1898, lamentó haber dejado de ser español. Un «amor» que reiteró cuatro años después en otra entrevista para ABC
La tragedia olvidada de los españoles esclavizados en Cuba por otros españoles
Emilio Aguinaldo, en una imagen de
Hace seis años les contamos la entrevista que el primer presidente de Filipinas concedió a ABC en 1962. Recibió a nuestro redactor en su casa de Cavite, donde se mostró particularmente sincero, si tenemos en cuenta que, durante la guerra de 1898, había sido el líder de los independentistas. Sin embargo, sesenta años después, tenía bastante claras sus convicciones: «Después de Filipinas, amo a la madre patria España y algún día querría ir a ella. Los norteamericanos nos traicionaron», repetía el antiguo general insurrecto. Nunca pudo cumplir su deseo, pues murió a los 94 años, dos semanas antes de publicarse la entrevista.
Ahora, sin embargo, les traemos la entrevista completa que el presidente concedió cuatro años antes a un diario filipino, en donde no solo mostraba su odio a Estados Unidos, a pesar de la ayuda que recibió de ellos en su guerra contra España, sino que lamentaba directamente haber liderado ese movimiento separatista y haber dejado de ser español. «Sí. Estoy arrepentido en buena parte por haberme levantado contra España y, es por eso que, cuando se celebraron los funerales en Manila del Rey Alfonso XIII, me presenté en la catedral para sorpresa de los españoles. Me preguntaron por qué había ido a los funerales del Rey contra el que me había alzado en rebelión. Les dije que sigue siendo mi Rey, porque bajo España siempre fuimos súbditos, o ciudadanos, españoles, pero que ahora, bajo los Estados Unidos, somos tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones».
Aguinaldo había nacido el 22 de marzo de 1869 en Cavite, cuando Filipinas era parte de España. Al cumplir los 11 años, cuando murió su padre, abandonó la secundaria para ayudar a su madre en la administración de las tierras. Poco a poco fue germinando en él un sentimiento anticolonial. En 1895, cuando tenía 26 años, ingresó con el rango de teniente en la recién creada organización secreta de Katipunan, liderada por Andrés Bonifacio. «Casi al mismo tiempo que don Andrés –afirmó en la entrevista a ABC, realizada por un joven Luis María Anson, sobre su jefe– ataqué las guarniciones españolas en Cavite y las derroté».
El objetivo de aquel movimiento era la independencia a través de las armas. El grado de determinación mostrado por Aguinaldo fue tal que, justo en el momento en el que se iniciaba la guerra, alcanzó el grado de general. Su liderazgo en la rebelión en su provincia fue incontestable, hasta el punto de que sus compañeros le nombraron presidente de la futura república. Como escribiría en 1962 el escritor yugoslavo Ante Radaic, también presente en la cita con ABC: «Son de sobra conocidos sus triunfos, seguidos y continuos. En donde atacaba y ganaba. Por eso los revolucionarios le reconocieron como el verdadero caudillo de las fuerzas filipinas, mientras Bonifacio, aun habiendo sido primero en organizar el movimiento, perdía su popularidad por sus desaciertos militares».
Muerte de Bonifacio
Aquello no gustó al mencionado Bonifacio, que intentó impugnar la elección y se enfrentó contra Aguinaldo sin dudarlo. La batalla interna entre ambos, que se libró mientras el Ejército español trataba de contener el levantamiento de los filipinos, fue favorable a nuestro protagonista. De hecho, en la entrevista que concedió en 1958 y que copiamos a continuación, se refiere a las acusaciones que le responsabilizaban de la muerte de este otro líder independentista».
En esa confrontación interna, Bonifacio fue capturado y, tras un juicio militar, condenado a muerte por sedición el 10 de diciembre de 1897. El mismo día fue ejecutado y Aguinaldo alzado como líder indiscutible en la guerra contra los españoles, donde se ganó el respeto de todos por «su nobleza en el campo de batalla para con sus enemigos», tal y como reconocía Ansón en su reportaje de ABC. De hecho, la Reina María Cristina le concedió la más alta distinción de la Cruz Roja por el trato que tuvo con sus prisioneros, en especial, con los héroes de Baler . «Siempre he guardado un gran cariño a España y en los día de la guerra siempre ordenaba a mis soldados que tuvieran un gran respeto a su bandera. Siempre he querido y sigo queriendo a vuestro país como a mi propia madre. Cuando hablaba así de España durante la revolución, mis soldados y oficiales me lo reprochaban. Nunca he permitido maltratar a los españoles», aseguraba en 1962 en el salón de su casa de Cavite, en el que había una fotografía de Alfonso XIII y otra del antiguo capitán general de Filipinas, Fernando Primo de Rivera, tío del dictador español.
Nuestro protagonista, sin embargo, no habló de los muertos provocados entre sus «queridos españoles» cuando le dio la vuelta al conflicto gracias al apoyo interesado de Estados Unidos. Al contrario de Cuba y Puerto Rico, no hay muchos datos de la guerra en Filipinas, más allá de lo contado sobre los últimos de Baler y la batalla naval de Cavite. Se sabe que en el sitio de Manila participaron 8.500 soldados estadounidenses y 12.000 filipinos comandados por Aguinaldo. El historiador Jesús Flores Thies aseguró en un estudio de 1999 que no solo fue más larga que la de Cuba, sino también muy cruenta, aunque no daba cifra de bajas. Los listados publicados en el Diario Oficial del Ministerio de Guerra español eran muy confusos. El historiador David F. Trask barajó en 'The war with Spain in 1898' (1981) que los soldados españoles muertos en combate en Filipinas ascendieron a unos 3.000 solo del Ejército de Tierra, sin contar los que pudieran fallecer en las batallas navales o durante la repatriación por las enfermedades contraídas.
No hay que olvidar que Filipinas no obtuvo la independencia definitiva de Estados Unidos hasta más de cuarenta años después (y otro millón de muertos más a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial) de la guerra. A continuación reproducimos la esclarecedora entrevista concedida en Filipinas, el 16 de diciembre de 1958, al periodista y escritor filipino Guillermo Gómez Rivera, en presencia de la segunda esposa de Aguinaldo, María Agoncillo:
Entrevista completa a Aguinaldo en 1958
—Guillermo Gómez Rivera: Señora, en vista de la polémica en los diarios sobre el traje filipino tal como lo confeccionan ahora los modistas, ¿qué dice usted?
—María Agoncillo: Que el traje nacional sin su pañuelo, o almapay, sobre los hombros, deja de ser filipino.
—G. G. R.: Señora, ¿se opone usted a su modernización?
—M. A.: El traje nacional filipino debe respetarse. No se debe desfigurar. Se pueden hacer trajes con su influencia pero no se debe cambiar tal como aparece el traje nacional de la mujer filipina.
El señor Aguinaldo estaba en ese momento en la sala de su mansión y, al oirnos hablar en español, se acercó a donde estaba su señora y se sentó en una silla próxima a ella. A continuación, nos dirigió la palabra.
—Emilio Aguinaldo: Es bueno que este joven todavía hable español. ¿Qué pasa con el traje nacional?
—G. G. R.: Señor presidente, un servidor de usted representa a unos grupos folclóricos y su señora acaba de decir que el traje filipino debe respetarse.
—E. A.: ¡Así debe ser! Ahora, aquí nada ya se respeta. No es costumbre mía criticar, pero ya que usted puede entenderme en castellano, le digo que estoy muy apenado por lo que ahora viene transcurriendo en este país por el que tantos sacrificios hemos hecho los veteranos de la República, que comenzó en 1896.
—G. G. R.: Sí. Un servidor le venera a usted como a uno de nuestros héroes y padres de la Patria.
—E. A.: Aquí me vinieron a entrevistar unos profesores de historia de la University of the Philippines de los yanquis. Uno de ellos es un tal Agoncillo que dice ser pariente de mi señora. Viene aquí y me habla en inglés, de manera que tengo que darle señales que me hable en tagalo porque sé que entiende muy poco de español. ¿Ha leído usted la historia de Filipinas que escribió? ¿Ha leído usted la biografía de Andrés Bonifacio que escribió?
—G. G. R.: No, no he leído esos libros pero los voy a leer para enterarme de lo que dicen…
—E. A.: Yo no leo en inglés, pero algunos conocidos me han dicho que no son libros a favor de Filipinas ni de los filipinos. Creo que no lo son, porque dicen mentiras hasta de la humilde persona de este seguro servidor.
—G. G. R.: ¿Qué cosa mala pueden decir de su excelencia?
—E. A.: Pues lo que quiere la política yanqui… Que servidor mandó asesinar a Andrés Bonifacio, y eso no es verdad. Yo tuve mis diferencias con él, pero esta nueva corriente de cosas quiere dejarme mal parado, a la vez que se va encubriendo injustamente los abusos y crueldades que cometieron los yanquis aquí, para justificar su invasión y su sangrienta anexión de Filipinas.
—G. G. R.: Lamento escuchar esas palabras, pero un servidor está a la disposición de su excelencia para defenderle y dar a conocer la verdadera historia de nuestra patria.
—E. A.: ¡Eso es! La verdadera historia de nuestra patria, particularmente, la verdadera historia de nuestra revolución contra España y nuestra guerra de resistencia contra los invasores yanquis, que hasta estas alturas me vigilan en mi propio país…
—G. G. R.: Tiene aquí un fiel seguidor, un soldado más… ¿Puede resumirme la historia de la revolución contra España?
—E. A.: En breve, bajo España, no estábamos económicamente controlados como ahora. Por eso, cuando aprendimos de los liberales españoles lo que es libertad, igualdad y fraternidad, hemos abrazado lo que es la masonería y nos adherimos todos al Gran Oriente de España. Le hablo a usted de la masonería, porque conocí a los hermanos Gómez de Iloilo, Felipe y Guillermo, que son miembros de nuestra nasonería…
—G. G. R.: Un servidor es nieto de Don Felipe y sobrino-nieto de Don Guillermo.
—E. A.: Los he conocido y les he leído en la revista 'Semana, en 'La Voz de Manila' y otros periódicos de aquí. Por eso le hablo a usted con mucha franqueza, porque estoy hasta la coronilla con lo que han hecho de este mi pobre país, nuestro país, nuestra patria… Y lo que más me aburre es que falsean la historia de la revolución y la historia de la guerra de resistencia contra Estados Unidos… Esos historiadores que escriben nuestra historia en inglés vienen aquí para entrevistarme y hasta me hacen firmar cosas, pero nada de lo que digo lo publican, sobre todo, cuando lo que declaro no va de acuerdo a la agenda de los invasores yanquis… ¡Son unos desvergonzados!
—G. G. R.: ¿Cuál es, entonces, la verdad?
—E. A.: El comienzo de la revolución filipina es trabajo de la masonería, pero esa revolución terminó con el Pacto de Biak-na-Bató. Los voluntarios filipinos ayudaron al Gobierno español a casi vencerme. Por eso opté por firmar la paz mediante ese pacto y por autoexilarme a Hong-Kong
—G. G. R.: ¿Y por qué aconteció la guerra contra los yanquis?
—E, A.: Sencillamente porque los yanquis me engañaron. Se acercaron a mí como hermanos masones, urgiéndome en nombre de la masonería internacional que vuelva a Filipinas para reorganizar la revolución contra España y dándome su palabra de que, una vez liquidado en nuestras islas el Gobierno español, Estados Unidos me otorgarían la independencia por la que luchamos.
—G. G. R.: ¿Los yanquis no han cumplido con su palabra de darle a usted y a nuestro pueblo su libertad?
—E. A.: ¡Nada de eso! Lea usted las Juntas Locales de Defensa que firmamos de Apolinario Mabini… Le he pedido al diputado Miguel Cuenco de Cebú que publique en los textos para la enseñanza del español ese decreto, esa proclama, que expedimos. Por eso, al llegar a Filipinas, hice inmediatamente que se declarase la independencia de Filipinas esperando que los yanquis nos apoyen, pero me traicionaron. ¡Nos traicionaron! En vez de apoyarnos como aliados, iniciaron una guerra contra nosotros adrede, porque su intención era robarnos la reserva en oro y plata que acumulamos en Malolos bajo la custodia del general Antonio Luna y el capitán Servillano Sevilla. Esa reserva vale más de mil millones de dólares y nos la robaron al caer Malolos en manos de Arthur MacArthur . Me persiguieron hasta Palanan, La Isabela, para capturarme. No se atrevieron a ejecutarme porque no les convenía hacer eso. Me quieren vivo para echarme la culpa del asesinato de Andrés Bonifacio y de Antonio Luna.
—G. G. R.: ¿Cómo lograron intervenir los yanquis en estos asesinatos, su Excelencia?
—E. A.: Son muy astutos. Mediante la masonería y el dinero pagaron a algunos hombres nuestros. Si, pagaron, intimidaron, amenazaron para que estos, aunque supuestamente bajo mi mando y férula, asesinaran a Andrés tras un supuesto enjuiciamiento que duró solo un día antes de sentenciarlo a muerte. Yo no quise confirmar esa sentencia, pero me obligaron con amenazas hasta en contra de mi familia. Y aquí, ahora, estoy sufriendo, porque se me apunta con el dedo como el que mató a Bonifacio.
—G. G. R.: ¿Y lo del general Antonio Luna?
—E. A.: ¡Igual! Manipularon y lo montaron todo en Cabanatúan para luego echarme la culpa. Mataron al general Luna como al supremo Andrés Bonifacio a la manera masónica. ¡Con armas blancas! Por eso he renunciado a la masonería, porque la masonería de hoy es propiedad del imperio explotador de los yanquis.
—G. G. R.: Su excelencia, esta verdad debe publicarse.
—E. A.: Es precisamente por eso que te lo estoy contando ahora, porque tú serás el que lo va a publicar en el futuro, para que nuestro pueblo conozca su verdadera historia.
—G. G. R.: ¿Está su excelencia arrepentido de lo que ha hecho en su vida?
—E. A.: Sí. Estoy arrepentido en buena parte por haberme levantado contra España y, es por eso que, cuando se celebraron los funerales en Manila del Rey Alfonso XIII, me presenté en la catedral para sorpresa de los españoles. Me preguntaron por qué había ido a los funerales del Rey contra el que me había alzado en rebelión. Les dije que sigue siendo mi Rey, porque bajo España siempre fuimos súbditos, o ciudadanos, españoles, pero que ahora, bajo los Estados Unidos, somos tan solo un mercado de consumidores de sus exportaciones, cuando no parias, porque nunca nos han hecho ciudadanos de ningún estado de Estados Unidos. Los españoles, sin embargo, me abrieron paso y me trataron como su hermano en aquel día tan significativo…
—G. G. R.: ¿Qué puede decirnos del futuro de nuestra patria?
—E. A.: A estas Alturas y a mi edad barrunto que Filipinas ha de seguir siendo colonia de Estados Unidos, porque la campaña de forzar el idioma inglés sobre nuestros niños es implacable y conduce a la desfilipinización de nuestras futuras generaciones. Más aun cuando pierden el conocimiento necesario del español, el idioma oficial junto al tagalo, de nuestra Primera República.
—G. G. R.: ¿Está usted en paz consigo mismo?
—E. A.: Sí, he vuelto a mi religión, la que heredamos como súbditos españoles. Y como el viejo soldado que soy, me iré poco a poco a una vida mejor con la conciencia limpia y la satisfacción de haber servido honradamente a mi patria dentro de mis posibilidades y a pesar de mis limitaciones.
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