Videoanálisis bienal de flamenco
Alberto García Reyes: «El flamenco real gusta. Los experimentos, con gaseosa, no»
«La respuesta del público demuestra que cuando una programación tiene enjundia, el festival es también muy rentable económicamente»
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El flamenco ha vuelto a su capital histórica por derecho. Tras el recital de pamplinas de las últimas ediciones de la Bienal, en las que presuntos innovadores que no distinguen una soleá de una farruca pretendieron convencernos de que todos los que crujimos escuchando a ... la Niña de los Peines somos unos rancios, esta edición del festival ha apostado por la verdadera innovación, que es tan sencilla como dejar que cada artista se exprese libremente dentro de los cánones hondos. Sin provocaciones baratas como la del impostor que se presenta como cantaor sentado en un retrete.
Y resulta que al público le ha gustado. Mientras los espectáculos programados por aquellos revolucionarios dejaban los teatros vacíos, esta vez se han agotado las localidades en más del 90% de las funciones. Es decir, el flamenco real gusta. Los experimentos, con gaseosa, no. Obviamente, los presuntos progres que hacían aquellas programaciones vacías dirán que el público es muy cateto y que Sevilla es una ciudad inmovilista, que ellos son unos pobres incomprendidos.
Pero la verdad de todo esto es que a esos no se les ve en los teatros cuando no son ellos los protagonistas, lo que demuestra que su afición es sencillamente inexistente. Vinieron a aprovecharse del flamenco hasta que se les ha acabado el chollo. A ver, la innovación en el arte depende exclusivamente de los artistas, no de los agentes organizadores.
El mundillo jondo ha tardado en darse cuenta. Eso es verdad, pero ya lo ha descubierto. Se puede revolucionar el baile por soleá, pero solo si se sabe bailar por soleá, como vimos a Manuela Carrasco. Los ignorantes han sido desenmascarados. Y esa confusión que la falsa vanguardia había provocado en la Bienal ha sido aprovechada por otros festivales extranjeros para tomarle la delantera al sevillano, que se apreciaba hasta hace no muchos años de ser el mejor del mundo. Casualmente, los públicos de Nueva York, Londres o París también serán catetos porque prefieren a la citada Manuela Carrasco que al Niño de Elche.
Los números de la Bienal que esta noche clausurará Israel Galván con la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla en el Teatro de la Maestranza, ponen fin a esta discusión. La respuesta del público demuestra que cuando una programación tiene enjundia, el festival es también muy rentable económicamente. Por eso estamos ante una oportunidad que no se puede dejar pasar. El recordado Manuel Herrera, que dirigió tantas bienales, lanzó una idea que debe materializarse ahora o nunca: la creación de un organismo independiente bajo el paraguas del Ayuntamiento y de las demás instituciones colaboradoras con el objetivo de dotar a la Bienal de una burocracia propia, lo que permitirá mejorar las producciones, dar más agilidad a los procesos de gestión y como no, proporcionar al festival el salto promocional que merece a nivel internacional.
Si en lugar de eso nos entretenemos demasiado tiempo en celebrar el resultado de esta edición y ya hablaremos dentro de otros dos años, que es lo que se ha venido haciendo habitualmente cada vez que una edición era buena, el flamenco morirá de éxito. Y su madre, Sevilla, llorará como la petenera mientras los espabilados nos vuelven a cambiar la silla de enea por un váter.
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