SOY DE BARRIO
EL TARDÓN, EL RINCÓN DE TRIANA DONDE EL TIEMPO SE PARÓ
A pocos metros del jaleo de San Jacinto se ubica una zona tranquila, donde todos se conocen, la gente se saluda y donde no ha llegado el turismo ni saben qué es la gentrificación
TIRO DE LÍNEA, EL ARRABAL QUE SOBREVIVE AL TIEMPO Y AL DINERO
A la orilla derecha del Guadalquivir, en lo más hondo de Triana. Allí se ubica el barrio donde como dice la vieja sevillana, hay que morir: el Tardón, cuya denominación forma parte de la leyenda urbana. Porque unos la achacan a lo que tardaba ... en llegar el viejo tranvía, del que ya hoy sólo queda un vagón situado en el centro de la plaza de San Martín de Porres. Y otros a que la construcción del barrio se demoró mucho. Porque los primeros bloques del Instituto Nacional de la Vivienda, que hoy siguen en pie, las entregaron en 1954 y habrían de pasar varios años hasta que se entregaran las segundas. Sin embargo, esa teoría también podría ser desterrada ya que otros, quizás con más acierto, lo atribuyen a una orden religiosa «Regulares del Tardón», que se ubicaba allí y que desapareció en el siglo XVII conservando la zona ese nombre.
Sea cual sea el origen, lo que nadie discute es que allí habita gente auténtica. De la que no ha perdido su esencia con el paso de los años. Lo mismo que ocurre con los bloques de pisos de cuatro plantas, aquellos construidos a finales de los cincuenta y que siguen prácticamente igual. Aunque muchas de esas casas tienen ya ascensor incorporado y cuentan con todas las comodidades actuales, la plaza Cerámicas Mensaque, las calles Caballero de Illescas, Torres Alarcón, Manuel Landó y todas en general conservan casi el mismo aspecto. Con unos pocos naranjos como únicos adornos y algún parquecito infantil, podría decirse que todo sigue igual.
Y allí siguen María, Manoli, Isabel y Conchi, cuatro vecinas que toman el sol de diciembre en la terraza de un bar. Como hacen cada día desde siempre. Llevan toda su vida viviendo en ese pedacito de Triana, un barrio normal «donde no se ven cosas malas ni navajazos».
Es, como dicen estas mujeres que se interrumpen unas a otras para intervenir, un «barrio de trabajadores y de buena gente». Una zona tranquila que engancha al que la habita. Y eso que los precios de la vivienda también han subido. «Me ofrecen 150.000 euros por mi casa de dos dormitorios», explica una de estas mujeres que ha pasado su vida entre esas calles a las que todavía no ha llegado la gentrificación. Porque, pese a estar a un paseo de zonas tan turísticas como el puente de Triana, allí sólo habita gente del barrio.
Las antiguas viviendas, las más antiguas de 1954, siguen igual aunque la mayoría tiene ya ascensor
Es, además, una zona donde la gente parece tener mucha ganas de cachondeo. Al fin y al cabo flamencos y artistas no le faltan. Manuel Molina (de Lole y Manuel), Chiquetete, Isabel Pantoja o Los Morancos son algunos de los personajes que nacieron allí y que tienen un azulejo en una de las calles que los recuerda.
Pero si hay un personaje auténtico que representa el espíritu del barrio ese es Curro Rodríguez, el dueño del «Rincón der Curro», el bar de la plaza de abastos que a sus casi 70 años sigue al frente del negocio. Tostadas, chicharrones y muchos cafés se sirven a diario en su bar, el que lleva toda la vida regentando. Sus padres tenían un puesto de frutas y él se quedó con el local. Curro, que nació en la calle Voluntad, tiene guasa. «El barrio es pa descambiarlo», dice entre carcajadas. Porque está lleno de «buena gente» aunque también se encuentre de vez en cuando a algún «hijo de p...». Un barrio cuya principal virtud es que «se conoce todo el mundo». Y que conserva la esencia. En su bar paraba Chiquetete y allí se arrancaba a cantar. El paso de los años ni a él ni a su bar le han cambiado.
Carlos Ruiz, hijo de uno de los miembros de Cantores de Hispalis, es uno de los que está tomando un café en el local y lo deja claro: «el Tardón es lo más puro que hay en Triana y de donde han salido los más grandes». Un recorrido por la plaza lo corrobora. Y deja una imagen de postal antigua por la que parecen no pasar los años. Con la gente de la zona, la misma que también acude al centro de salud que hay justo al lado, o la que frecuenta la iglesia de San Gonzalo. Y la compra en el mercado que conserva esa esencia que se extiende también a sus vecinos del barrio León, la zona colindante en la que sigue viviendo la que fuera presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz.
Los vecinos valoran que se trata de un barrio humilde pero tranquilo y sin problemas de seguridad
Álvaro Barragán, tesorero de la asociación de comerciantes del mercado que lleva 25 años en su puesto de pescado, ha sido testigo del paso del tiempo. Sobre todo del hecho de que antes vivían siete u ocho personas en cada piso, algo que sí ha cambiado. Ahora son menos en cada casa pero también «más delicados» a la hora de comprar pescado. Aún así, Barragán lo tiene claro. «Es Triana pura, el barrio donde pasa todo lo que tiene que pasar». Y donde la gente sigue siendo igual de auténtica que hace décadas.
Julia Carballar, de 80 años y que lleva allí desde siempre, valora, sobre todo, que se trata de un barrio donde todo el mundo se conoce. Un barrio «muy familiar» donde la gente que se marcha también quiere volver, como han hecho sus cuatro hijos. A ella la van saludando por la calle y a su difunto marido lo conocía todo el mundo. Por eso cuando pasea le siguen preguntando por él. Siguen siendo calles con mucha alegría en las que se puede pasear con toda tranquilidad. Como un pequeño pueblo donde se conoce todo el mundo.
Reyes Pérez y Luis Marfil son un matrimonio que también lleva toda la vida en el Tardón. Él, que llegó a los cinco años, sigue en la misma casa de la calle López Pinillos a sus 74. Ambos están encantados de residir en la misma casa en la que vivían sus padres. Porque es una zona muy tranquila y en la que no hay coches de alta gama pero tampoco hay delincuencia. Donde si uno se olvida de cerrar el coche, nadie lo toca.
«Llevo con la moto en la puerta desde los 17 y no le pongo el candado», explica Reyes, que ha reformado la vieja casa familiar que además ahora cuenta con ascensor ya que aquellas antiguas viviendas no lo traían de serie. Hoy la mayoría de los vecinos, muchos de ellos mayores, lo han incorporado a sus casas.
Seguramente por eso y porque es un barrio al que no han llegado los pisos turísticos, donde la gente se sienta a tomar una cerveza tranquilamente, es un sitio al que los que se han tenido que marchar también quieren volver. Y en el que los hijos se quedan en el piso de los padres. Donde todos se conocen y la gente derrocha arte. Un barrio para vivir y también para morir. Donde el reloj parece haberse quedado parado.
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