El Olímpico rasca bola
El Estadio de la Cartuja (el mal llamado Olímpico) volverá a ser centro de atención deportiva mundial tras cinco años de polémica por su infrautilización. El recinto deportivo, uno de los mejores de Europa, volverá a rugir por algo más que por los decibelios de un concierto

Tras la multitudinaria rueda de prensa ofrecida en el aeropuerto de Sevilla, el alcalde y el concejal de Deportes del Ayuntamiento se llevaron al presidente de la Federación Española de Tenis y a los tres capitanes de la selección a comer al restaurante situado en el propio Estadio Olímpico y desde el que se observa perfectamente todo el interior del recinto deportivo.
Fue el primer contacto del equipo español de la Copa Davis con el escenario en el que aspiran a ver cumplidos sus sueños el próximo 5 de diciembre. La delegación se mostró impresionada por la grandiosidad del estadio que diseñaron los arquitectos sevillanos Cruz y Ortiz con motivo de los Campeonatos del Mundo de Atletismo de Sevilla 1999, así como de la cubierta que realizó el ingeniero hispalense José Luis Manzanares.
No en vano, se trata de uno de los mejores recintos deportivos europeos, aunque su elevado coste (unos 23.000 millones de pesetas) unido a su infrautilización, lo han tenido en el centro permanente de la polémica durante sus cinco años de vida.
La instalación fue inaugurada por SS.MM. los Reyes con un partido de fútbol entre España y Croacia. Desde entonces, ha acogido diversos encuentros futbolísticos de relevancia, como las finales de la Copa del Rey de 1999 (Valencia-Atco. Madrid) y 2001(Zaragoza-Celta), así como la final de la Copa de la UEFA de 2002 (Celtic de Glasgow escocés-Oporto portugués).
Sin embargo, el «deporte rey» ha sido la gran asignatura pendiente del Estadio de la Cartuja (nunca ha llegado a ser realmente Estadio Olímpico) tras la negativa de Betis y Sevilla a trasladarse a sus instalaciones. Solo la celebración de algunos conciertos multitudinarios y otros acontecimientos masivos (incluidos los bautizos anuales de los Testigos de Jehová) han sacado del vacío a este inmenso recinto, en cuyas instalaciones han comenzado a instalarse numerosas entidades. Así, sus cuatro esquinas cuentan con miles de metros cuadrados que han sido alquiladas a diferentes empresas y organismos oficiales, así como a una cadena hotelera, que abrió un establecimiento de cuatro estrellas.
Sin embargo, la falta de una continuidad en su utilización deportiva y las pérdidas anuales (6,8 millones de euros en 2003) le mantienen en foco permanente del debate por una obra faraónica a medio camino entre la genialidad y el desfilfarro en una ciudad necesitada de tantas otras infraestructuras.
Su reto inmediato es acondicionar los accesos para impedir que se repitan las situaciones de colapso que se crean cada vez que hay un acontecimiento en el Estadio. Y es que el mal funcionamiento del transporte público -tanto lanzaderas de Tussam como Cercanías de Renfe- han provocado situaciones tercermundistas en varias ocasiones. A esto hay que sumar que los asistentes a una final de la Copa Davis -por la que se paga en la reventa 1.800 euros por entrada- no son adolescentes que usen el transporte público, sino turistas de alto nivel adquisitivo que quieren llegar en coches privados con chófer hasta las puertas del recinto deportivo y que requieren de un buen sistema de aparcamientos y un tráfico ordenado.
Con todo, el Estadio de la Cartuja volverá a ser punto de atención deportiva mundial de primera magnitud por unos días que le despertarán de un prolongado letargo del que sus nuevos responsables intentan sacar a fuerza de imaginación y poca realidad.
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