Bofill y Sevilla, historia de tres desencuentros
El arquitecto catalán, muerto en Barcelona este viernes a los 82 años de edad, se quedó sin el nombramiento de comisario de la Expo92
Tres lustros después, su proyecto de rascacielos para la Cartuja también fue desechado
Presidió el jurado que eligió a Zaha Hadid para la biblioteca del Prado, demolida

La del arquitecto Ricardo Bofill , muerto en Barcelona a los 82 años este viernes, con Sevilla es la historia de tres desencuentros. O quizá del mismo prolongado en el tiempo, como esos noviazgos antiguos que se concedían unos años de demora para acabar ... descubriendo que la unión resultaba imposible.
En enero de 1984, Bofill estaba en la cresta de la ola. Era el macho alfa del urbanismo catalán desde que se había arriesgado con la reforma de Les Halles en París , el mercado de entradores derribado para levantar un nuevo barrio. Era el ‘enfant terrible’ de la arquitectura, que ejercía sin título habilitante para mayor regodeo. Y, por último, estaba en el centro de las relaciones cruzadas de la que se llamó ‘gauche divine’ barcelonesa, un grupito elitista cuya amistad se había forjado en el antifranquismo y al que la victoria socialista de 1982 le soplaba el viento de cara.
Pero el Ayuntamiento de Barcelona de Narcís Serra había optado por su alter ego, Oriol Bohigas -muerto el mes pasado- para dirigir la planificación urbanística de la ciudad y Bofill seguía en expectativa de destino. Sevilla, que tenía confirmada la Exposición Universal de 1992 , apareció en el mapa como el cargo pintiparado: quién mejor que aquel artista rompedor para diseñar un recinto ex novo en los terrenos recién ganados al río en torno a la Cartuja.
Los socialistas sevillanos aplaudieron con entusiasmo su designación como comisario de la Expo92, anunciada por el entonces presidente del Instituto de Cooperación Iberoamericana y encargado de la conmemoración del Quinto Centenario, Luis Yáñez . Bofill tendría manos libres para hacer una nueva ciudad al otro lado del Guadalquivir como comisario regio, denominación que todavía se le daba por asimilarse al cargo de la Exposición del 29.
Parte de la ciudad se sintió herida en su orgullo con tal nombramiento in pectore, pendiente tan sólo de ratificarse en el Consejo de Ministros. El combate fue épico: una bronca monumental en la que se alineaban a la derecha quienes veían un menosprecio al conocimiento y a la valía de profesionales de la tierra teniendo tan reciente la consecución de la autonomía política; y a la izquierda, quienes pensaban en el diletante Bofill como un nuevo Pablo de Olavide que fuera a traer las luces a la ciudad del oscurantismo y la Inquisición.
La Sevilla eterna batiéndose en retirada ante la Sevilla ilustrada, tal era como querían pintar algunos la situación. Aunque también había quien cruzaba las líneas: Pilar del Río , por ejemplo, llamaba en un artículo a Bofill «un Julio Iglesias de la arquitectura». Y sus colegas de profesión tampoco cerraban filas de forma entusiasta.
Manuel Clavero -también fallecido el año pasado- enmarcó la cuestión en términos elocuentes desde la portada de ABC: «No son problemas de localismos, sino de dignidad. Esto no es progreso: es simplemente subdesarrollo y colonización». Tal era la sensación de que la Expo era un hecho exógeno a Sevilla, como luego ratificó el PGOU de 1987 para dejar rienda suelta a sus organizadores.
Bofill, en medio del cuadrilátero donde se dirimía su designación, se quedó sin nombramiento. El Gobierno deslizó que había otro candidato, Santiago Roldán , rector de la UIMP, y dilató su nombramiento hasta que la fruta madura cayó por su propio peso: en noviembre, el cargo lo ocupó Manuel Olivencia , catedrático de Administrativo inobjetable para cualquier observador imparcial y Bofill respondió como en la fábula de la zorra y las uvas de Samaniego: tenía otros trabajos pendientes.

Segundo desencuentro
El segundo desencuentro de Bofill con la ciudad de Sevilla fue mucho menos apasionado. También por su parte. A comienzos del presente siglo, el equipo de gobierno municipal de coalición PSOE-PA andaba empeñado en sacar adelante un complejo de ocio y comercial en lo que se llamaba Puerto Triana , en los suelos de la antigua entrada a la Expo desde el arrabal.
Los promotores -un conglomerado en el que estaban las cajas de ahorro sevillanas, empresarios locales y la multinacional Rodamco - habían elegido a Bofill escudándose tras su prestigio arquitectónico para macizar 80.000 metros cuadrados edificados en la zona junto al río. En parte, la invitación a Bofill era una especie de desagravio de los nuevos agentes económicos de la ciudad por la frustrada experiencia de tres lustros atrás.
Bofill había planteado una torre que ladinamente llamaba ‘campanile’ de ochenta metros de altura, superando la torre del pabellón de la Navegación vecina y casi enrasando con el cuerpo de campanas de la Giralda. Eso fue lo único que se mantuvo en pie de todo el proyecto, aunque retomado por César Pelli doblando la altura y la apuesta por la megalomanía que caracterizó el mandato del alcalde Monteseirín .
Aquel proyecto hizo aguas con estrépito. Y los holandeses de Rodamco se bajaron del barco antes de que se hundiera. La Junta de Andalucía se mostró inflexible con los usos y la ocupación del suelo. También Izquierda Unida se había manifestado en contra y fue determinante cuando hubo cambio de pareja de baile en la política municipal tras las municipales de 2003.
Todavía entonces, sin ningún convencimiento, seguía en discusión el proyecto de Bofill de terrazas ajardinadas en la orilla de la dársena donde hoy están los jardines de Magallanes . Pero todo el mundo intuía que no saldría adelante.
La biblioteca del Prado de San Sebastián
El último jalón de la accidentada historia de Bofill con la ciudad tiene que ver con la biblioteca universitaria del Prado de San Sebastián . Ricardo Bofill fue el presidente del jurado nombrado en 2006 por la Universidad de Sevilla que eligió el proyecto de la iraquí Zaha Hadid para construir el equipamiento cultural en suelo verde.
La obra comenzó en 2008, pero la batalla legal de los vecinos de la zona consiguió que prevaleciera lo dispuesto en el plan general y la construcción fue declarada ilegal. En 2012 se demolió todo lo construido, quizá el último vestigio de la atormentada relación de Bofill con Sevilla.
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