Reloj de arena
Robert Freeman: el fotógrafo de los dioses
En una entrevista con Alfredo Valenzuela le dijo que el más fotogénico de los Beatles era Ringo, Paul el más guapo, John el más difícil de retratar y George el que más estilo tenía
Rafael Adolfo Téllez: extraño en el paraíso
![Robert Freeman en la Semana Beatles Spain celebrada en Valencia en 2006](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2022/08/04/robert-freeman-uno-R4TzqcWzWlgXqx0bLF4A9xN-1240x768@abc.jpg)
Nunca tuvo tiempo de ser jipi porque se pasaba el día trabajando. Pero estuvo en el meollo de toda aquella revolución de las flores y los sicotrópicos hasta el punto de que, su fama de magnífico fotógrafo, la ganó haciendo las portadas de una serie de discos de los Beatles. Se llamaba Robert Freeman, su infancia se la pasó viendo cómo los aviones alemanes bombardeaban Londres y su juventud fue dorada y triunfal como la de un héroe griego. De alguna forma fue el fotógrafo de los dioses del pop, de Ringo, George, John y Paul, que lo reclamaron tras ver su celebrado trabajo del calendario Pirelli y asombrarse con las fotos que le hizo al saxofonista John Coltrane. Él fue el primer fotógrafo de esa serie de lujosos almanaques, con chicas en exuberancia carnal, que la firma tenía como regalo para vips y gente escogida. En ABC, Alfredo Valenzuela le publicó una entrevista realizada en Guillena, donde residió sus últimos años. Al parecer le puso como condición que no se hablara de los Beatles. Pero nada más sentarse, el inglés se puso a hablar de los muchachos de Liverpool. Debió ser caprichoso. ¿Quién no lo es o se vuelve antojadizo tras haber retratado a los dioses? Y le confesó que el más fotogénico era Ringo, Paul el más guapo, John el más difícil de retratar y George el que más estilo tenía. Con Ringo solía escaparse para ir de discotecas, bailar, beber y quemarle las llantas a la vida. Pero también confesó que los Beatles eran chicos blancos y que para bailar prefería el pellizco de la gente de la Motown: Otis Redding, Diana Ross…
Freeman debió saber mucho de estilo. Porque se graduó en Cambridge, perfeccionó su español en casa de Botín y de los los propietarios de las bodegas González Byass y jugaba al tenis con un chico de su edad que con los años llegaría a ser Rey de España. La pista donde Freeman y Don Juan Carlos se echaban sus sets era una de las mejores de la Costa Brava, propiedad del mánager de Salvador Dalí. A Pepe Arenzana, que también lo entrevistó para ABC, le confesó que aquella España que conoció en su adolescencia era ingenua y divertida, sin máquinas para arreglar las carreteras y con avisos en algunos hoteles donde te indicaban que había agua caliente. Pero la gente era encantadora, tanto quizás como sus llegadas a la playa de Aro envuelto en el saludable aroma de los pinares. A Arenzana le descubrió un pasaje maravilloso de su trabajo. Aquel día que, por aguas de Borneo en el yate de los grifos de oro de Kashoggi, se encontró con Jaime de Mora y Aragón. Freeman le preguntó si podía fotografiarlo. Y el icono de la movida marbellí de los setenta le dijo que esperara un momento. Entró en el camarote, se puso una chaqueta repleta de medallas y posó como un rastreador apache con su charretera militar al lado de un cuadro de Léger. Arenzana comentaba que el inglés se maliciaba con una sonrisa de bucanero que aquellas medallas no eran de verdad, sino chatarrería para la ocasión. Esa foto y otra que le hizo al líder comunista de la URSS, Nikita Kruschev, sonriente ante el Kremlin, son los dos retratos suyos que más le gustaban.
También cayó rendido ante la sensualidad y la mentalidad de Asia. Lo llamaron para hacer un trabajo de seis semanas en Hong Kong y se quedó seis años. Le apasionaba aquel mundo y en la entrevista de Arenzana lo dejó dicho en forma de declaración de amor: «Siempre la tengo en mi pensamiento. Al parecer, los días que pasó con su mujer, su hija y los naturales lo impactaron. Pero no hay tierra de anclaje para un trotamundos. En algún momento de su vida, por razones que no he podido poner en pie, Freeman recala en Guillena junto con una de las bailarinas más sensibles y delicadas del ballet nacional, Trinidad Sevilla. Allí viven hasta que se les gastó el amor y decidieron separarse. Fatiga de materiales, por resumir la cuestión. En Guillena pasa casi desapercibido, con una vida social limitada y dedicado a poner en orden un archivo infinito y a trabajar en los proyectos que le encargaban. Solía comprar su material de trabajo en una tienda de Nervión, propiedad de Martín Iglesias. No hay muchos afortunados en Sevilla como Martín Iglesias. Mantuvo con Freeman una amistad de cerca de cinco años, le positivó una exposición para el MOMA de Nueva York y le mostró a su proveedor de materiales su rostro más amable. En más de una ocasión le regaló una foto original firmada por Freeman de los Beatles. Joyas de museo que pondrían los ojos en blanco a los coleccionistas. Por el periodista Paco Sánchez, fotógrafo igualmente y mitómano de los Beatles, alcanzo a conocer el dato de Martín Iglesias. ¿Cuántas veces pinchó Paco Sánchez 'Yesterday' en su legendario programa de La Voz del Guadalquivir 'Paco Sánchez show'? A Paco le pareció siempre Freeman el hombre que le cambió el paso a las portadas discográficas pese a que, cada vez que Freeman pudo, se negó a ser recordado como el fotógrafo de los Beatles. Parece que los dioses lo devoraron en el banquete de la fama. Y cuando la ocasión lo requería, dejaba las cosas tan claras que nunca se mordió la lengua para decir que le pagaron mal aquellos trabajos que, posteriormente, fueron visto por millones de personas. Cincuenta dólares cobró por 'With the Beatles'. Y setenta y cinco por 'A hard day´s night', 'For sale', 'Help' y 'Rubber soul'. Luego decían que el Loco de la Colina pagaba mal. En cualquier caso, lo que no se metió en el bolsillo con los Beatles, lo metió en el banco con el libro que le hizo al sultán de Brunei, el hombre más rico del mundo. Freeman nunca tuvo tiempo de ser jipi porque todo su reloj lo empleó en ser él mismo, una tarea agotadora que pasó por fotografiar a los dioses del pop, a los del dinero y a los mortales callejeros, dejando un álbum para la posteridad que ojalá alguien lo tenga a buen recaudo, y no se haya volatilizado en el camino que va desde Guillena a Londres…
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