Reloj de arena
Rafael Adolfo Téllez: extraño en el paraíso
Poniendo copas en la barra de La Carbonería se hizo poeta, dormía arriba del local y muchas mañanas se despertaba escuchando al Cabrero
![Rafael Téllez, en la imagen de los años setenta, aparece como un vacilón de la época en una pose la mar de novelera de lo que era un joven rebelde de la época](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2022/07/29/rafel-tellez-RTE0ZGRsPBJAqDpeORKbGEP-1240x768@abc.jpg)
Personaje de varias novelas, filólogo por la Hispalense, guionista de televisión, en un momento de su vida, cuando corría como Pan detrás de las chicas más sensuales y como Vulcano era engañado por sus amores más inaccesibles, fue también un verso equivocado. Toda una paradoja ... en un poeta que los medía con la exactitud de un agrimensor y con el sentimiento de un pecho abierto de par en par. La falta de recursos económicos, los escasos dineros que llegaban de unos padres jornaleros en las tierras de Córdoba, lo obligaron a cohabitar con el ruido, las guiris delirantes, los bohemios sin freno, los flamencos al amanecer y aquella fauna irrepetible, variopinta y de tallas únicas que se movían por las noches de la Carbonería de Paco Lira. Fue un extraño en el paraíso. Hasta allí llegó aquel admirador de César Vallejo y de Borges para poner copas en la barra más agitada de Sevilla, donde los malditos on the rocks arreglaban el mundo como si fuera un armario de Ikea y las hijas del oeste americano domaban garañones ibéricos montando sin rodeos la fiesta de la libertad sexual. Rafael, que amaba los mundos ingrávidos y gentiles, el olor de la tierra paterna y sus diálogos con los pastores imaginarios de una Arcadia lejana y feliz no pegaba mucho entre tanta estridencia. Dormía en la barra de arriba del local. Y, a veces, lo despertaba el Cabrero cantando algunas de sus letras más incendiarias o era Camarón, ya muy malito, el que le pedía un zumo de piña antes de que la luna dejara de enseñarnos el ombligo.
Tiene en el álbum memorioso de la Carbonería fotos con gente tan ajeno a su mundo como Peter Gabriel y Frank Zappa, siendo el poeta un declarado seguidor de Serrat, Amancio Prada y Emilio José y un perfecto desconocedor de los universales músicos con los que la cámara los retrató para siempre. Desde la barra de La Carbonería, el joven Téllez, abría la botella del genio para dejarlo escapar y que le acompañara en aquellos arranques líricos que tenía el poeta, leyendo sus versos desde la barra. Las chicas lo perseguían. Y él se dejaba, el muy sátiro, sabedor de que muchas mujeres tienen una atracción fatal sobre intelectuales melancólicos y poetas finos. El caso es que allí conoció al amor que alimentó su desengaño y sus poemas más dolidos. Y también allí se le arrimó una virgen trianera que tenía toda la cara de Penélope Cruz. Para seguir con la película, les diré que una revista italiana que reporteó los personajes de La Carbonería, lo calificó como el pícolo Woody Allen. El neurótico más universal del mundo dijo alguna vez que echaba de menos el tiempo en el que el aire era más limpio y el sexo más sucio. No me atrevo a descartar que Téllez tenga ideas parecidas.
Durante sus años universitarios, las ideas de Téllez eran muy disolventes y rojizas, quizás el alimento más seguro que sus escasos ingresos podían llevar a casa. Vivió en una casita en la plaza de Doña Elvira, el clásico rompeolas estudiantil donde cada día se vivía una situación digna de la mejor novela picaresca española. Como la de aquella vez en la que el compañero de casa se encajó con un tipo que aseguraba ser hijo de un ministro pero que atravesaba una delicada situación económica. El prenda se pegó viviendo de cuello en la casa no sé cuántas semanas y, llegó a desplegar tal ascendencia en la misma, que empezó a exigir la contratación de una sirvienta. Lo calaron y lo pusieron en la calle con sus maletas... si es que las tenía. La televisión lo ganó para la estabilidad vital y económica. Paco Cervantes, en una de sus producciones para Canal Sur más cuidadas, la serie 'Retratos', lo contrató como guionista, creo que por mediación franciscana de Fernando Iwasaki. En aquel trabajo, Téllez derrochó talento y entusiasmo, escribiendo más de treinta perfiles para la serie, desde Camarón a Aleixandre. En la radio de Quintero, condujo un programa de entrevistas, donde con fineza y complicidad, dialogó con todos los artistas, escritores, poetas y amigos que se sentaron ante el micrófono dispuestos a confesarse. Alguna vez, de forma involuntaria, se le fue la pinza, dedicándole a un pianista muy conocido, una apertura de programa con un corte musical que detestaba el invitado: un tema de Lole y Manuel. La tele le dio oxígeno, la radio del Loco vasos de tila y Abelardo Linares la posibilidad de renacer en su maravillosa librería trabajando como librero. Allí conoció a Jon Juaristi, a José María Aznar y a María Kodama, de la que aún guarda en su mejilla el impacto térmico de un beso amable y encantador. Alguna vez me contó que de sus amores le quedaron retratos, poemas y algún dolor. Y que en Sevilla se sintió príncipe y mendigo. Alfredo Valenzuela, en el programa radiofónico de Jesús Vigorra, lo calificó como el último dandi. No sé si eso lo da la sangre o se adquiere en el trato diario con la vida, la melancolía, el recuerdo doloroso de una hermana que se fue demasiado pronto o la historia que el poeta me contó cierta vez. Al parecer, Rafael Adolfo Téllez pertenece por la rama bastarda a la casa ducal de Osuna. Su madre se lo confirmaba a su manera: «no haces nada en casa porque eres descendiente de los duques…». Téllez vive hoy en Cañada del Rosal, escribiendo y paseando, hablando con los pastores y escuchando el lenguaje de los árboles más centenarios del camino, donde seguramente está recogida la memoria de un mundo que se va, ay que se va. Y donde, creo, no se siente como a veces se sintió en La Carbonería, aquel volcán de delirios y confusiones, donde fue verso equivocado y un extraño en el paraíso…
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