cooperación internacional
Paula, enfermera voluntaria en Ghana: «Cuando volví a Sevilla y abrí mi nevera, no me lo creía»
Esta sanitaria del Hospital San Juan de Dios del Aljarafe estuvo un mes en el país africano instruyendo a profesionales autóctonos de un centro sanitario de la orden religiosa: «He ayudado todo lo que he podido pero he recibido más y me he dado cuenta de que mis problemas no son problemas»
«Tras haber estado un mes en Ghana, he entendido por qué tantos se lanzan al mar en una patera»
Paula López tiene 30 años y es enfermera de quirófano en el Hospital San Juan de Dios del Aljarafe, situado en la localidad sevillana de Bormujos. Su reciente experiencia como cooperante sanitaria en un suburbio cercano a Accra, capital de Ghana, un país que ... tiene fronteras con Costa de Marfil, Togo y Burkina Faso, le ha cambiado la vida. «He ayudado todo lo que he podido pero he recibido más aún de sus habitantes y todo lo que he visto allí me ha servido para darme cuenta de que mis problemas en España no eran, en realidad, problemas«.
Paula nació en Bollullos del Condado (Huelva) y es enfermera desde los 21, pero nunca había viajado a África ni ejercido de cooperante internacional. A mediados de octubre del pasado, tuvo su estreno, de la mano de la Fundación Juan Ciudad ONGD, en la Clínica San Juan de Dios de Amrahia, donde la orden religiosa mantiene activo uno de sus centros sanitarios.
No todo el mundo puede ser cooperante internacional pero esta enfermera onubense -que ha trabajado también en el Virgen del Rocío de Sevillas- reunía todos los requisitos y el perfil psicotécnico adecuado, a pesar de su falta de experiencia. «Tuve los miedos lógicos de irme sola a un país de África pero me he sentido muy segura y arropada por la orden de San Juan de Dios. Era mi primer viaje a ese continente pero lo afronté con ilusión y muchas ganas de ayudar», cuenta.
Ayuda de todo tipo es lo que más se necesitaba en su destino, un pequeño hospital en el que faltaban muchas cosas, entre ellas electrodos que hicieran funcionar los monitores de Urgencias. «Yo los llevé allí desde España y gracias a eso y a los de mis compañeros pudieron ponerse operativos. Sería impensable no tenerlos en cualquier hospital español pero allí es algo normal». Paula y sus compañeros también ayudaron a los sanitarios africanos a manejar otros utensilios que les habían llegado en un contenedor en abril del pasado año. «La formación fue lo más relevante de nuestra intervención porque tenían muchas carencias e hicimos varios talleres con nuestros colegas de allí, con los que trabajamos codo con codo. En Urgencias no sabían como detectar adecuadamente a un paciente crítico y les ayudamos a reconocerlos y a habilitar un box específico para ese tipo de enfermos, algo que puede salvar vidas. También pudimos elaborar un kit de emergencia susceptible de usarse en cualquier lugar del hospital«.
La forma de actuar de los sanitarios de Ghana no se parece mucho a la de los sanitarios españoles. «Desde hace mucho tiempo ellos tienen una forma de hacer las cosas, adaptadas a los pocos medios con los que cuentan, y los cambios había que realizarlos con cautela. No es que ellos hicieron todo mal ni muchos menos, pero sí es cierto que se podían mejorar algunas cosas y eso es lo que tratamos de hacerles ver, además de enseñarles a mejorar la seguridad de su trabajo».
A Paula le llamó mucho la atención la pobreza y la superpoblación de toda la zona que cubría la clínica. «La mayoría de las familias tienen de cuatro o cinco hijos en adelante y viven exclusivamente de lo que les da la tierra. Hay mucha gente viviendo en la calle o en casas que no se pueden denominar como tales, por su insalubridad. Nos llegaban muchas familias con niños descalzos, muy sucios, sin apenas nada para comer. La diferencia con los ricos es abismal«.
San Juan de Dios tiene en el país africano un novedoso proyecto enfocado a las mujeres, especialmente a la salud prenatal y posnatal. La esperanza de vida ha subido hasta los 64 años pero en esa zona de Ghana apenas supera los 55 y no se ven muchos mayores de esa edad. «Esta experiencia me ha cambiado y creo que me he traído de vuelta a España más de lo que yo he llevado allí. He aprendido más de lo que he enseñado y este viaje me ha puesto los pies en el suelo. Me ha servido para relativizar los problemas que tenemos en España y me acuerdo mucho, casi a diario, de la población de allí, y todo ese recuerdo me sirve mucho en el día a día. Sigo en contacto con mis compañeros de la clínica y algunas de las personas que conocimos y muchas veces, cuando estoy en casa, me digo: «Paula, esto que te preocupa tanto no es un problema en realidad. No es tan importante».
La experiencia con la comida en Accra dejó una huella en esta enfermera onubense que seguramente no se borrará nunca. «Me he llevado un mes completo comiendo arroz y cenando arroz. Todos los días, treinta días seguidos. Ahora, de vuelta a Sevilla, soy capaz de comer lo mismo dos días seguidos y me digo a mí misma que no pasa nada, cosa que antes no hacía. Igual que pienso que no pasa nada, cuando me enfado con un amigo o con mi pareja por una tontería«.
Cuando Paula abrió de nuevo la nevera de su casa después de más de un mes fuera de España, se quedó fascinada. "No me lo creía y me dije: "¡Madre mía, puedo elegir lo que voy a comer!" En Accra, de una planta se lo comen todo: la raíz, el tallo y las hojas. Y en Sevilla, cuando me como un pescado y veo que desecho algo que hay entre las espinas, me acuerdo de ellos y pienso que ellos se lo comerían. Esto me ha cambiado la mente y me ha quitado muchas tonterías de la cabeza«.
Para Paula ha dejado de ser un problema tener algo en la nevera que ha caducado que haya que tirar. «¿Cómo lo voy a tirar, si no está malo, aunque esté caducado? Eso es comida y yo ya no la puedo tirar». Esta enfermera reconoce la «suerte« de haber nacido en un país como España «porque al final es esa la diferencia, donde nace uno, algo que ninguno hemos elegido».
En el área que cubría la clínica detectó mucha desnutrición, sobre todo por falta de consumo de proteínas, y enfermedades asociadas a esa carencia, aparte de la malaria y la fiebre tifoidea. «Vimos una anemia que afecta a niños pequeños con dolores musculares severos y que precisaba de transfusiones. Eso en España no lo he visto nunca y allí era bastante normal».
A pesar de todo ello, el recuerdo que se lleva no es de tristeza. «Lo mejor de estas personas es que, con sus carencias, son felices, alegres y agradecidas. La gratitud hacia nosotros es enorme y comparten lo poco que tienen. No están pensando en las cosas que no tienen ni en lo que pueden avanzar, disfrutan de lo que tienen sin ir más allá«, dice.
Otra cosa que le sorprendió gratamente fue la música, los bailes y los colores. «Todo es muy colorido y eso te da mucha alegría. Y están siempre bailando y entonces me preguntaba cómo podía yo, viniendo de España con mis necesidades cubiertas y la nevera llena, caer en una depresión», dice. Y ése es un lujo que hoy no está dispuesta a permitirse.