La Leyenda del Tiempo
Mujeres béticas: virtuosas y vulnerables
Nacer mujer en la no élite no era un regalo de los dioses. Más bien un billete 'premiado' para vivir en vida el infierno
LA PATA NEGRA ABBADÍ

En Panonia, región geográfica que en tiempos de Roma abarcaba la actual Hungría y parte de Austria y la antigua Yugoeslavia, un legionario le dedicó una inscripción funeraria a su mujer, que es toda una fotografía del difícil, subordinado y dependiente mundo ... en el que se desenvolvían aquellas féminas. El obituario dice así: «Aquí descansa una mujer llamada Veturia.Mi padre fue Veturio, mi marido Fortunato. Viví 27 años y estuve casada 16 años con el mismo hombre. Después de dar a luz a seis hijos, solo uno de los cuales permanece con vida, fallecí. Tito Julio Fortunato, soldado de la Segunda Legión, proveyó este recordatorio para su esposa, que fue incomparable y le demostró una devoción excepcional».
En Siria, Tara, una chica egipcia que perdió a su madre, le escribía a su tía una carta describiendo su vulnerable situación: «Sabed, querida tía, que mi madre, vuestra hermana, está muerta desde la Pascua. Mientras mi madre estuvo conmigo, ella era toda mi familia; desde su muerte, he permanecido aquí sola en una tierra extraña sin que nadie me ayude».
Y en otra descripción funeraria nos encontramos la siguiente dedicatoria: «Vicenta, una niña muy bonita, orfebre. Vivió por nueve años». Plauto, en 'Las Báquidas', resuelve, conforme a la idea generalizada de la mujer de su tiempo, que «nada es más miserable que una mujer». Catulo, por su parte, le aconsejaba a las novias que se aseguraran de no negarse «a hacer lo que tu marido te pida, o irá a buscarlo a otro sitio». Y Mónica, la madre de San Agustín, pese a pertenecer a una clase social elevada, vivió y sufrió el maltrato como era común vivirlo en su ciudad, Tagaste.
Mucho dolor e impotencia se recoge en esta otra lápida encontrada en Roma: «Restuto Picenesis y Prima Restuta erigieron esta lápida para Prima Florentia, su amada hija, arrojada al Tíber por su marido Orfeo. El hombre llamado Diciembre erigió esta lápida para ella, que vivió solo 16 años».
Nacer mujer en la no élite no era un regalo de los dioses. Más bien un billete 'premiado' para vivir en vida el infierno. Estos ejemplos encarnan la insoportable condición vital y existencial de la mujer de las clases populares, obligadas a ser virtuosas, laboriosas desde edad infantil, vulnerables cuando el marido o la madre faltaban del hogar, miserables por definición y maltratadas hasta la muerte, con cierta frecuencia, por sus maridos.
En realidad, la mujer de la época, era una máquina reproductora del Estado, que les exigía cinco hijos por matrimonio, a mayor gloria de Roma, siendo insultada y abucheada incluso en su muerte. Es el caso de una tierna jovencita, como recoge el historiador Jerry Toner en 'Sesenta millones de romanos', que murió tras abortar involuntariamente. Mientras la llevaban a la pira funeraria, «todos los que la ven gritan: ¡Se lo merecía!». Un juicio tan despiadado como el proverbio que aconsejaba no confiar en la mujer hasta que esté muerta.
Las mujeres de las clases bajas, según algunos estudiosos, alcanzaban a trabajar en una treintena de oficios, para ayudar en la casa y soportar más peso en su ya extenuante situación: el hilado de la lana, la fabricación de joyas, la atención en las tabernas, peluquerías, fabricación y reparación de prendas y la prostitución. En Egipto nos encontraremos con mujeres emprendedoras y propietarias de tierras. También las hubo maestras, médicas y gladiadoras.
Aquí al lado, en la Colonia Augusta Firma Astigi, la actual Écija, irrumpen dos poderosas señoras pertenecientes a la aristocracia local, auténticas duquesas de Alba dos mil años antes de la póstuma Cayetana, en absoluto ajenas al poder de la tierra y el aceite: Aponia Montana y Cecilia Trophime. Sin dudas, ambas, juntas o por separado, podrían haber hecho suya la letra de aquel tema de los Flans de los ochenta: «No controles mi forma de pensar/porque es total/No controles mis vestidos/no controles mis sentidos».
Alto imperio
Podían hacerlo y de hecho lo debieron de hacer. Eran hijas de la alta aristocracia, tan alejadas del submundo de la mujer popular como Astigi de Panonia, mujeres béticas de un extraordinario poder e influencia. Ambas elevaron en el foro de Écija las mayores estatuas en plata de todo el imperio, según testimonio del arqueólogo Sergio García Dils. Una de cien libras y otra de ciento cincuenta libras. Una libra romana equivalía a 328,9 gramos. Para levantar tales mazacotes de plata sobre pedestales de mármol lo que menos le debían de preocupar es lo que pensasen o dijeran sus maridos. Como debió ocurrirle en Roma a Domitia la Mayor, esposa de Vespasiano, que le dio nombre a su hijo, el emperador Domiciano, dejando al del padre en un elocuente limbo.
En Hispalis, Fabia Hadrianilla, presumiblemente vinculada al clan familiar de Hadriano, puede considerarse la creadora de la primera banca rural, ya que facilitaba créditos a los señoritos camperos de la época. Con sus beneficios creó una especie de ayudas humanitarias para los niños de la calle. Estas privilegiadas del sistema de castas sociales de Roma tan solo estaban excluidas del derecho al voto y de las magistraturas, pero podían ejercer el sacerdocio, que daba mucho prestigio y era la escala humana de su poder.
Aponia Montana, por ejemplo, fue flamen de las Divinas Augustas, fundación de la casa imperial. Su estatua en el foro astigitano se la dedicó a Bonus Eventus (buena suerte) tan necesitada para una mujer que tuvo en el comercio una de sus fuentes de riqueza. Ser mujer en Roma era fatal pero azaroso. Si nacías pobre serías carne de epitafios como el de Prima Florentia; si eras aristócrata podías levantar en el foro estatuas de más de cien libras de plata…
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