rejoj de arena
Juan Diego Ruiz Moreno: Ni santo ni inocente
En Madrid, cuando se fue buscando el ancho camino de los comediantes de la legua, tuvo que pagar el peaje del acento
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![El actor bormujero Juan Diego](https://s2.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2022/08/11/juan-diego-actor-RYviEE4qZD5pS4RqIV7LAMP-1240x768@abc.jpg)
No son sus recuerdos infantiles los de un patio y un limonero, sino los de un chiquillo que corría detrás de un autobús azul y de un caballo de cartón. Tampoco es ajeno al recuerdo de sus primeros estímulos como intérprete, en casa del ... tío Simón, que le daba dos reales para que, Juanito, que leía tan bien, no se fuera al colegio sin antes pasar por la casa y leerle en el ABC la tercerita de Pemán y la crónica de los toros.
Mientras leía, la casa se silenciaba, como si hubiera pasado un ángel, todos escuchando la bonita dicción de aquel niño de Bormujos que, con el tiempo, sería uno de los más grandes de nuestra escena. Cuando finalizaba la lectura, le llegaban los comentarios, todos unánimes, de lo bien que leía, de lo bien que sabía contar y cantar un texto. Y eso lo estimulaba. Y lo hacía dudar si su futuro lo esperaba, con un puro en la boca y una finca de reses bravas, como un torero triunfante. O, por el contrario, era capaz de ser lo que, muchos años después de todo esto, le confesó en una entrevista en radio América al poeta Rafael Téllez:
«Yo he sido un canalla, un rojo, un violador, un homosexual, un mendigo. Soy todo lo que somos en el mundo. Todo lo bueno y lo malo». Y eso era lo que sacaba de sus asaduras para interpretar un señorito cabrón como el de Los Santos Inocentes o un místico poeta como fray Juan de Yepes. De aquella entrevista, con el corazón encima de la mesa del estudio y varias botellas de güisqui vencidas por la sed de la confesión, Téllez recuerda el ardor en el alma de los poemas que recitó de San Juan de la Cruz, de Cesar Vallejo y de Luís Cernuda. Juanito siempre estaba necesitado de contar y de que lo escucharan.
Acento andaluz en Madrid
En Madrid, cuando se fue buscando el ancho camino de los comediantes de la legua, tuvo que pagar el peaje del acento, ese que nos condena a ser graciosos, borrachines y mal hablados. Juan Diego no tenía un acento cerrado. O al menos era capaz de camuflarlo. Pero en la grabación de un programa de Navidad en TVE en el Paseo de la Habana, vestido de pastorcillo, la lengua madre le jugó una mala pasada. Juan Diego tenía un pequeño texto que decir mientras le ofrendaba al Dios niño una borreguita que llevaba sobre sus hombros.
«Aserrar, aserrar, maderitas en el portal». Lo había bordado durante los ensayos, sin que se le notara bajo la norma de Valladolid, sus dejes andaluzados. Pero ocurrió que la borrega se le meó encima y lo trastornó. Fuera de control pronunció aquellas palabras como si estuviera en una taberna de su Bormujos natal: «aserrah, aserrah, maderita en er portá». Y el director se lo quería comer.
Explicada la inoportuna ocurrencia de la borrega, el director rompió a reír y a Juan Diego le perdonaron el andaluz que guardaba dentro, muy dentro de su corazón. Nuestro hombre de Bormujos se fue haciendo al rompeolas de las Españas que era Madrid y cada vez su presencia era más respetada en los ambientes del teatro. Desembarcó en aquellos Estudios 1 de TVE donde compartió escena con los mejores de la época, toda una escuela de dramaturgia en blanco y negro, con los Galiana, Gutiérrez Caba, José Bódalo, Jesús Puente, Marsillach…
Nuestro hombre de Bormujos se fue haciendo al rompeolas de las Españas que era Madrid y cada vez su presencia era más respetada en los ambientes del teatro
Yo no sé si fueron los tiempos los que lo hicieron más rojo que la vergüenza o fue la vergüenza que como trabajador del teatro le daba la conciencia de ser un esclavo de la situación. El caso es que Juan Diego se hizo zurdo cerrado, convencido de la lucha final y participó activamente en aquella huelga general de actores que fue la primera en España cuando aún los rescoldos del franquismo quemaban. En esa huelga participaron desde Sara Montiel a Manolo Escobar, cuya militancia fue tan sorprendente que llegó a cerrar su espectáculo.
Juan Diego nunca olvidará cómo la racial Lola Flores, enterada que su comadre Rocío Dúrcal estaba detenida en los bajos de la Puerta del Sol, se fue hasta la fábrica de tortas y montó un número que dejaba a los que protagonizaba en su tablao Caripen en una danza de niñas con aros de la Sección Femenina. Voces, telefonazos, dedos índices muy tiesos y aquellos ojos de Lola comiéndose vivo al de la gorra gris que se creyó poder torear a un huracán jerezano. Pero la Lola se lo comió y sacó a su comadre del trullo.
Eso sí, la multa tuvo que pagarla… Juan Diego pagó su paso por la política con una decepción absoluta, que él siempre se la tomó con un carácter muy deportivo. Quizás porque, como bético confeso, se consideraba un sufridor. Se presentó en Bormujos a unas elecciones municipales. Y no lo votó nadie. Nadie es nadie, según cuentan por su pueblo. No le dieron su confianza ni los de su propia familia. Y eso que Bormujos, junto con Triana y Sevilla formaban el triángulo de sus amores incontestables.
Un santo inocente de Bormujos
Juan Diego tenía tanto corazón que fue pródigos en amores carnales y pasionales. Y la noche nunca lo confundió. Porque sabía orientarse bajo las estrellas de una buena papa y no perderse en las musarañas de la sobriedad. En la entrevista citada de Rafael Téllez le dice algo tan hermoso como esto: «soy como un pájaro en el cable, como un borracho en un coro de medianoche, he intentado a mi manera ser libre». Su papel de señorito desalmado, sin corazón ni conciencia, maltratando con el pan amargo del desprecio de clase a los asalariados de la gañanía, lo encumbró en la película de Camus 'Los santos inocentes'.
Nunca un hijo puta fue tan hijo puta como el señorito Iván en esa película. Y Juanito, quizás buscando aquella unanimidad estimulante que arrancaba su lectura del ABC en casa del tío Simón, fue capaz de extraerlo de dentro de su alma, donde no todos los que la llenaban eran santos ni inocentes…
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