Los niños que queríamos ser Antonio Burgos
Su firma se convirtió en garantía de articulismo vibrante, conocedor profundo de las entretelas de Sevilla y siempre emocionante, con esa guasa marca de la casa que desarmaba a quienes sentían el rejonazo de su insobornable criterio.
Inundaciones en Sevilla y el resto de Andalucía, en directo: última hora del desbordamiento del Guadalquivir, carreteras cortadas y estado de los embalses
Decir que Antonio Burgos es la mitad de ABC de Sevilla no es del todo correcto. Pero por una razón distinta a la que pueda pensarse. No hay desmesura posible en la comparación. Porque, en realidad, AB (las iniciales del periodista) es dos tercios de ... ABC: de los noventa años de existencia del periódico, Burgos ha cubierto un periodo de seis décadas desde que ingresó en 1966 como redactor.
Esa simbiosis entre el escritor y el periódico ha sido percibida por los lectores de una manera que ni siquiera puede dar idea la extraordinaria cosecha de premios -el Cavia, el Luca de Tena, el Pemán, el Romero Murube o el Larra- que jalonan su trayectoria profesional en 57 años de ejercicio ininterrumpido del periodismo. Para no pocos lectores de ABC de Sevilla, antes incluso que la portada o la Tercera, el artículo de Burgos ha sido el faro periodístico de la mañana y la primera aproximación al ejemplar cotidiano seguía su luz.
Tal identificación entre el autor y su obra era unánimemente reconocida. En cierto sentido, Burgos fue el genuino artífice de un estilo propio consagrado a un tema invariable, Sevilla. Una ciudad basada en la evocación, inexistente en la realidad o desaparecida ya físicamente pero bien viva en la memoria de los lectores. Y lo hacía Burgos a través de una aproximación literaria a la que el término costumbrismo se le queda corta y a la que habría que definir con el nombre que el modernismo arquitectónico singularizó la obra construida en Sevilla a principios del siglo XX: regionalismo periodístico.
La referencia al regionalismo entronca con los orígenes del andalucismo de sus primeros años de su pensamiento político, que ha tenido dos banderas que nunca arrió: la defensa de la monarquía constitucional y de Andalucía en pie de igualdad con el resto de España. Burgos compaginaba su presencia en los círculos donjuanistas y en los andalucistas de oposición a Franco, lo que alguna vez le llevó a la comisaría de la Gavidia por su actividad política.
Lejos de ser una pose de juventud, Burgos siempre llevó a gala escribir desde la periferia sin mudarse a Madrid, haciendo de esta postura una reivindicación en sí misma del sitio que la comunidad autónoma andaluza tenía que desempeñar en el concierto nacional. A esa aspiración obedece el que quizá sea el libro que constituyó todo un aldabonazo a las conciencias por el momento de su aparición, en el tardofranquismo de 1971: «Andalucía, ¿tercer mundo?». Aquel grito en defensa de la dignidad pisoteada de los andaluces cristalizaría un lustro después en las gigantescas manifestaciones del 4 de diciembre de 1977, reclamando el acceso a una autonomía plena de la región en contra del agravio con las llamadas nacionalidades históricas.
Su defensa de lo andaluz -de su cultura, su tradición, sus costumbres y hasta su léxico- le acompañó siempre a lo largo de todos estos años allí donde fuera. La Andalucía institucional saldó una deuda de gratitud con el escritor en febrero de 2020 al otorgarle el más que merecido nombramiento de hijo predilecto al que el socialismo en el poder en la Junta de Andalucía se había opuesto casi durante cuatro décadas. Y dentro de Andalucía la Baja, como queriendo darle la razón al poeta Fernando Villalón, Sevilla y Cádiz. Un librito menor, de 1991, «Discursos entre Sevilla y Cádiz», da cuenta del amor que exhibió por ambas ciudades: una lo tiene por hijo predilecto y otra, por hijo adoptivo. En una pregonó su Semana Santa, en la otra su Carnaval. Las amó por igual y a ambas piropeó como nadie.
Aquí hizo de todo. Y todo excepcional. Su serie de 'Casco antiguo', firmada con el machadiano pseudónimo de Abel Infanzón, contribuyó como ninguna otra a inculcar el amor por la ciudad a generaciones enteras que no habían conocido una Sevilla esplendorosa lamentablemente perdida.
Pero, sobre todo, Burgos en el ABC es 'El recuadro', una pensión diaria que nuestro protagonista convirtió en un verdadero palacio de las letras, una delicada miniatura labrada con primor de orfebre cuya lectura se convirtió en obligada para tomarle el pulso a Sevilla a diario. En el recuadro cinceló artículos que merecerían el mármol imperecedero por su hondura y su capacidad de sugerir en el lector una emoción sincera.
Su firma -Burgos al comienzo, luego con el nombre y el apellido- se convirtió en garantía de articulismo vibrante, conocedor profundo de las entretelas de Sevilla y siempre emocionante, con esa guasa marca de la casa que desarmaba a quienes sentían el rejonazo de su insobornable criterio.
Y está el Burgos además de sus libros, desde la poesía a la novela, el ensayo o la biografía novelada. Y luego está el Burgos letrista, que escribió tanto para el Coro de la Viña del Carnaval de Cádiz como para Rocío Jurado, María Dolores Pradera o, cómo olvidarlo, Carlos Cano. Sus 'Habaneras de Cádiz' perduran en la memoria colectiva como un monumento al son y a la sal que hermanó las ciudades de La Habana y Cádiz, unidas por el comercio de ultramar y la Carrera de Indias.
Todo ello dibuja la talla gigantesca de un periodista descomunal caracterizado por una obra sólo al alcance de los grandes escritores capaces de crear un tema a partir de la realidad que les circunda. Sin pelos en la lengua, fustigó todo lo que no le gustaba de la ciudad madrastra y exaltó hasta el paroxismo lo más hermoso de la ciudad madre nutricia. Él mismo lo dejó dicho en una entrevista en estas mismas páginas: «Viendo a los sevillanos, la incultura de esta ciudad, la sublimación a cada momento del mal gusto, lo que te pide el cuerpo es preguntar a qué hora sale el primer avión».
Mucho antes de que José Coronado pusiera de moda la profesión a través de la serie televisiva 'Periodistas'; incluso antes de que el mítico Lou Grant ejerciera de redactor jefe de los que aspiraban a ejercer de reporteros, los niños sevillanos queríamos entrar en un periódico para parecernos a Antonio Burgos y escribir de una ensoñación llamada Sevilla. La que siempre llevó en los labios. La que le acoge para la eternidad.
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