Ignacio Camacho: «El columnista vale lo que su último artículo, tiene que morir y resucitar todos los días»
El periodista sevillano, uno de los grandes columnistas españoles de siempre, ingresa hoy en la Academia de Buenas Letras de Sevilla con un discurso sobre el articulismo y las nuevas amenazas del periodismo
![Ignacio Camacho en el histórico despacho de Torcuato Luca de Tena, en ABC de Sevilla / Primera parte de la entrevista, en vídeo](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/sevilla/2022/11/18/entrevista-ignacio-camacho-R2zbc7dH3xsQbDOLthRnR7K-1200x840@abc.jpg)
Ha ganado todos los premios importantes de periodismo en España. Los lectores de ABC son testigos del milagro de Ignacio Camacho López de Sagredo, que no consiste sólo en escribir un artículo cada día, sino en mantenerse en la cima del columnismo a pesar de ... su enorme exposición. Hoy va a pronunciar su discurso de ingreso en la Real Academia de Buenas Letras de Sevilla, donde ocupará un sillón junto a su maestro de Literatura, Rogelio Reyes Cano, y otras personalidades de la cultura andaluza como Pablo Gutiérrez-Alviz, Antonio Narbona, Alfonso Lazo, Antonio Burgos, Joaquín Caro Romero, Alfonso Guerra… Su discurso, que será contestado por el duque de Segorbe, se titula «El ensayo urgente. El artículo periodístico en el siglo XXI», una excusa perfecta para hablar del periodismo español contemporáneo desde la cuna de Camacho, la ciudad de Bécquer, Chaves Nogales…
-Disculpe que le entre así, pero ¿no cree que es una deshonra para un periodista ingresar en una academia?
-(Risas) Hombre, una deshonra no, es un honor, pero es cierto que los periodistas debemos estar en la trinchera. A mí me propuso esto cuando era director de la Academia Rogelio Reyes, mi maestro universitario, recién llegado yo a ABC con cuarenta y pocos años y le dije que no. Supongo que es el reconocimiento a una carrera porque llevo 42 años. La Academia de Buenas Letras de Sevilla no es normativa, es de promoción cultural y hace un trabajo de mucho valor para la sociedad sevillana. Es un honor pertenecer a ella. En todo caso pienso dar batalla en cualquier frente, y aprender del resto de los académicos, que son personas de saberes extraordinarios. Hay una masa crítica intelectual interesantísima allí.
-Se lo decía porque para un periodista es muy importante la independencia de cualquier institución.
-Correcto. El periodista en la Academia lo que tiene que hacer fundamentalmente es obedecer al diccionario de la Real Academia, no hay pretexto ninguno para faltarle el respeto al idioma. Y luego, efectivamente, el periodista tiene que estar a contracorriente, en una especie de insurgencia intelectual, a contracorriente de los grandes mandarinatos que presionan a la profesión: política, alta empresa, últimamente incluso los poderes deportivos, los poderes blandos, y el público, las audiencias, que con las redes sociales han encontrado una plataforma de presión y se han convertido en un mandarinato más al que hay que llevarle la contraria, no siempre, pero sí cuando corresponde para combatir lo que llamamos el sesgo de confirmación, que es cuando los lectores se acercan a los periódicos no a informarse sino a confirmar sus propios prejuicios. Ahí a menudo hay que desilusionarlos, tampoco por gusto ni por chinchar, sino simplemente por ser razonablemente objetivos o por lo menos razonablemente compatibles con la realidad.
«No hay que hacer caso al ataque del populismo a los periodistas porque lo que dicen ellos es mentira y lo que decimos nosotros trata de ser verdad»
-Usted era uno de los grandes articulistas de España en la era analógica, cuando sólo había papel, y sigue siéndolo en la digital. Es una especie de bisagra. ¿Han cambiado más los tiempos o usted?
-Yo creo que hay unos cuantos columnistas mejores que yo de los que aprendo, pero es verdad que me ha pillado la transformación digital por medio. Creo que el canon del columnismo moderno es Umbral, que desaparece justo cuando empieza la irrupción digital, a partir de ahí se va creando un paradigma nuevo menos literario, más ideológico en el sentido amplio de la palabra. Por generación me ha tocado vivir esa transición y la vivo como un inmigrante, yo no soy un nativo digital, no lo puedo ser porque nací antes y me formé en un molde analógico y literario, pero creo que el soporte es lo de menos, lo importante es que la recepción de las noticias y los artículos es diferente en digital que en formato impreso. Cuando se recibe de otro modo, por ejemplo a través de los teléfonos móviles, de una manera inevitable eso influye en la concepción del texto. Cuando un texto se lee de otro modo, también se escribe de otro modo. Cada vez irá a más una transformación del lenguaje en este sentido.
-Rafael el Gallo decía que clásico es lo que no se puede hacer mejor. ¿A la excelencia literaria le importa algo el medio en el que se transmita?
-Sí, hay que adecuar la excelencia al medio. No es lo mismo torear en Madrid que en México. Dirán que el toro es el mismo, pero las circunstancias no son las mismas. Hay que adaptarse y el formato digital obliga en cierta manera a transformarse. Y aunque no obligue, arrastra. Cuando se escribe para un determinado formato y público, el lenguaje se acaba impregnando. Todavía estamos en transición y la gente de mi generación no va a cambiar ya, pero en la siguiente generación el paradigma de construcción de los artículos habrá cambiado. Significarán lo mismo, pero el lenguaje ordena el pensamiento y la forma en que se expresa también influye en la forma de pensar.
-Umbral decía que quien escribe bien es el que tiene la razón.
-O lo parece. Esto está en los clásicos sobre la retórica, desde Aristóteles, el lenguaje construye categorías de persuasión. Eso no quiere decir que siempre se tenga la razón, pero a veces lo parece.
-¿Está pasando el periodismo una crisis reputacional? El populismo político tiene a los medios entre ceja y ceja.
-Por una parte, el periodismo sufre el ataque de los populistas porque forma parte de las instituciones del sistema de la democracia liberal, ese sistema en el que Tocqueville en el siglo XIX atisbó las raíces de la libertad. Jefferson dijo que prefería una sociedad con periódicos y sin gobierno que con gobierno y sin periódicos. Desde la posguerra mundial hasta aquí, la prensa se ha erigido como uno de los mecanismos de contrapeso del juego democrático. El populismo, tanto el de derechas como el de izquierdas, desde Meloni a Pablo Iglesias o los populistas latinoamericanos, en su arremetida global contra los pilares del sistema intenta minar la credibilidad de los medios asimilándolos a la casta y a esos enemigos ficticios que inventa el discurso populista para deconstruir la democracia. Por tanto, a esto no hay que hacerle caso y hay que combatirlo por una sencilla razón: porque lo que dicen ellos es mentira y lo que decimos nosotros trata de ser verdad. Ya hemos perdido el monopolio de la intermediación informativa, eso lo dice a menudo nuestro director, Julián Quirós, pero mantenemos el monopolio de la verificación y el día que lo perdamos, la sociedad en la que vivimos se convierte en la jungla del asfalto, como en la película de John Huston, en nuestro caso la jungla de la posverdad, de las fake news, de los hechos alternativos como decían los trumpistas, es decir, la jungla de las mentiras, de los que quieren demoler el orden democrático convencional. Sin embargo, por otro lado, hay una crisis reputacional merecida en los medios, básicamente por la alineación de los periodistas con discursos ajenos, con discursos políticos, ideológicos, empresariales, deportivos… El hinchismo deportivo está un poco mejor visto, pero es que hay un hinchismo político, un fanatismo de partidos y de siglas. El periodismo no tiene que ser neutral, pero tiene que ser independiente, razonablemente ecuánime. En España en concreto, el fenómeno de las tertulias, sobre todo en televisión, ha generado un doble efecto perverso, que es la asimilación del debate político al del corazón y el deportivo, y por otra parte la naturalidad con la que el periodismo ha aceptado la suplantación de la representación parlamentaria. Nosotros no tenemos representatividad política, para eso que llamen a los políticos, pero la crisis económica va produciendo este deslizamiento que afecta a nuestra credibilidad. La palabra tertuliano, que popularizó Luis del Olmo, se ha convertido en un término despectivo.
«No hay pretexto alguno para que el articulista le falte el respeto al idioma»
-Antonio Burgos inventó el término 'tertulianés' para definir el lenguaje de los tertulianos.
-Tiene mucha razón. El fino oído del maestro Burgos ha ido construyendo un corpus lingüístico muy interesante. Ahora está de moda la palabra resiliencia.
-El buen articulista se asienta sobre dos pilares: el pensamiento propio y la buena escritura. ¿De qué pata cojea más hoy el columnismo?
-Hay tres patas, la tercera es el coraje personal. El periodista, si no tiene coraje personal, no podrá desarrollar su trabajo. A los elementos de presión tradicional se ha unido uno extraordinariamente potente, que es el de las audiencias, donde se ejecutan verdaderos linchamientos. La independencia, esa voluntad insurgente para no ser amigo de las élites a las que tienes que tratar, necesita un coraje esencial. El periodista, a título individual, tiene que saber resistir la presión. Y si no sabe, se convierte en un palmero. Con respecto a las otras dos patas, yo no creo en el frasismo, que consiste en la pirotecnia literaria. Hay escritores que son grandes pirotécnicos pero sus libros no tienen fondo. Son gratos de leer, pero yo creo que en los articulistas los lectores reclaman un análisis honestamente correcto de las cosas que están pasando. El lenguaje es la herramienta, es la sal de la tierra, es aquello a lo que nos debemos y le debemos respeto. Lo que está bien escrito se comprende mejor que lo que está lleno de anacolutos.
-Usted es muy admirador de Umbral, pero como genio del género le ha hecho un daño terrible. ¿Por qué todos quieren parecerse a él?
-Eso es verdad. ¡Es que es muy difícil escribir todos los días desde la excelencia! Umbral incurría muchas veces en el frasismo, en el palabrismo, pero todos los columnistas españoles contemporáneos desde los 35 años a los que tienen 80 somos hijos putativos de Umbral.
-A eso me refiero.
-Pero porque la valía del genio impone el canon. Umbral creó un canon, recogió el periodismo literario de la posguerra, cuando la dictadura no dejaba debatir de política. Ruano, Camba y Fernández Flórez tenían que escribir de las castañeras del Retiro. Eso lo recogió Umbral y lo volcó sobre el debate político naciente en España. Era una torrentera continua de hallazgos verbales, 'escultura léxica' la llama despectivamente Pérez Reverte, pero la influencia de Umbral es determinante. No era un buen novelista, pero tiene la mejor calidad de página del siglo XX español desde la Guerra Civil hasta hoy. Claro, de tus imitadores serán tus defectos, pero todos hemos empezado imitando a Umbral. Llega un momento en que hay que cometer el parricidio freudiano y desprenderse de él (risas).
-¿Cuándo lo mató usted?
-No lo sé, no hay un momento concreto, pero aún cuando construyo el artículo me sigue sonando en mi cabeza el ritmo de Umbral. Estoy obsesionado por alcanzar esa música en la prosa. Evidentemente no puedo porque ese era uno de sus grandes privilegios, pero lo intento. Los estilemas los solté enseguida, pero todavía hay por ahí epígonos que lo imitan y que curiosamente están empeñados en denostarlo.
«Umbral creó el canon del columnismo contemporáneo»
«Los articulistas nos debemos sólo a tres cosas: a la realidad, a los lectores y al castellano»
-¿Cómo era aquel adagio que se atribuye a Picasso: 'los buenos copian, los genios robamos'?
-También Picasso decía que el pintor tiene que aprender Bellas Artes y el concepto académico para después olvidarlo y hacer lo que le dé la gana. El artículo es una profesión creativa, pero no literaria. Por cierto, esto de los periodistas hablando de periodismo es muy aburrido para la gente.
-Pero va a ingresar usted en la Academia con un discurso sobre el periodismo. ¡A mí que me registren!
-Eso es verdad (risas).
-Pues sigo. Usted suele decir que el periodismo literario ha muerto.
-No, pero está en peligro. Por la propia forma de recibirlo, el lector va minusvalorando el valor de la belleza retórica. Cuando hablamos de periodismo literario, hablamos de que la literatura está en el tratamiento, pero, ojo, los materiales no. Lo que diferencia al periodismo de la literatura es el material. La literatura es ficción y el periodismo tiene que ser realidad. El material del columnismo es la realidad. Incluso las especulaciones sobre el futuro tienen que ser epistémicamente verosímiles. El periodismo es factual, y si no es factual, es un fraude.
-La verdad siempre en el centro.
-La realidad, para no meternos en honduras filosóficas. Tú puedes hacer mil interpretaciones, pero tienen que ser compatibles con la realidad. En el momento en que te separas de ella, estás entrando en otro terreno, legítimo, pero no es periodismo.
-¿Vivimos en España actualmente en ese sentido un momento hiperrealista? Lo digo porque la actualidad va tan rápida con este gobierno, que tapa una mentira con otra, que es casi imposible seguir el ritmo. ¿Para el columnista eso es el paraíso o una tortura?
-El columnista en esta vorágine siempre tiene alpiste. Hay un dicho anglosajón que dice que lo que es bueno para el país es malo para el periodismo y lo que es bueno para el periodismo es malo para el país. Esta aceleración posmoderna de la política, especialmente paroxística en España, produce materiales muy rápidos pero también muy caducos. Se banaliza la gravedad de los acontecimientos. Cuando el consumidor de información ve cada día un disparate nuevo, tiende a no darle importancia. Banalizarlo todo forma parte de la estrategia política actual, se llama populismo.
«El periodismo no tiene que ser neutral, pero tiene que ser independiente»
-Con un presidente del Gobierno que miente sin pudor, ¿corre el riesgo el periodismo, como referente social que actúa en ese contexto, de perderle el miedo también a la mentira?
-Espero que no. A veces veo en los bulos que circulan por Whatsapp, cuando uno tiene la tentación de demostrar que eso es mentira, te dicen: bueno, da igual, que circule porque le hace daño al adversario. La prensa tiene una responsabilidad ética porque ese es su valor de supervivencia. Si nosotros no somos el filtro, ¿para qué servimos, para replicar bulos? Si el presidente del Gobierno miente, hay que denunciarlo. Es verdad que miente tanto que acaba banalizando su propia mentira y entonces parecemos pesados nosotros, pero ¿qué nos queda? Sólo nos queda esa voluntad de desbroce de la gran jungla de intoxicación.
-¿Cuántas veces últimamente ha tenido que cambiar su columna porque en el mismo día el escándalo de la mañana ha sido absorbido por el escándalo de la tarde?
-Como decía el maestro Manuel Alcántara, yo vendo pescado fresco. Dejar artículos fríos que pueden servir para dentro de una semana ya no encaja. En la prensa impresa sí, pero ahora la gente paga por que se le comente la actualidad lo más rápidamente posible. A veces dejas entregado el artículo por la mañana y por la tarde pasa algo que obliga a cambiar, sí. Yo además siempre he tenido mala suerte cuando he intentado dejar adelantado el artículo. Ahora pasa más porque todo es muy vertiginoso. Hay que reaccionar a los acontecimientos, pero, ojo, una reacción demasiado rápida te puede llevar a columpiarte. Esto tiene la ventaja de que al día siguiente escribes otro y los lectores se olvidan.
-El error es un órgano vital del cuerpo humano.
-Los lectores no se merecen que nos equivoquemos.
-Pero la infalibilidad es una pretensión muy soberbia.
-De hecho, la jurisprudencia permite el error, pero no tenemos que ser tolerantes con nuestros errores, que todos los cometemos. Los errores de enfoque sólo se notan con el tiempo y hay que reconocerlos.
-Con la prisa es más fácil cometer errores y el primero que los sufre es el que los comete si es honesto.
-Eso es lo que dice el famoso verso de Luis Rosales: «así he vivido yo, sabiendo que jamás me he equivocado en nada sino en las cosas que yo más quería». Cuando miras para atrás, ves dónde te equivocaste. Yo sé, por ejemplo, que me equivoqué en el enfoque de la Expo 92 de Sevilla. Adopté una posición muy crítica sobre el despilfarro y luego, con perspectiva, fue muy positiva. Estas cosas las ves con el tiempo, pero en aquel momento honestamente me parecía que había que hacer una crítica.
-Un periódico es un ejercicio diario de honestidad. ¿No cree que eso choca frontalmente con la vanidad y el ego que tenemos los periodistas, sálvese quien pueda?
-Eso se fomenta más ahora con las redes sociales y los seguidores. El periodista está para lo que está, que es contar la realidad. Tenemos el privilegio de contarla y también de explicarla, pero no podemos jugar ni a derribar gobiernos, que no derribamos ninguno, ni a un concejal publicando una corruptela, pero la corruptela tienes que publicarla porque es un servicio público. Es el maldito síndrome del Watergate, todo el mundo cree que va a encontrar un Watergate, pero aquello sólo fue un ejercicio de servicio público, de honestidad y también de coraje y valentía para aguantar la presión, pero el mito del cuarto poder nos ha ensoberbecido mucho. Nos debemos a tres cosas: al castellano, a los lectores y a la realidad. En esto vales lo que tu último artículo. Hay que resucitar y morir todos los días, como el mago Blacamán de García Márquez, que lo resucitaba el enemigo para volverlo a matar. Mañana no vale lo que hiciste ayer y la gente además ya no se acuerda.
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