LOS HÉROES IMPLACABLES DEL POLÍGONO SUR
Paula, David y José Manuel, jóvenes vecinos del barrio más pobre de España, apuestan por la formación y el desarrollo personal y profesional con esfuerzo y constancia sin olvidar de dónde vienen
La fiscal de Menores sobre los niños de las Tres Mil que salen formados: «Son héroes que juegan en una liga difícil»

Los tres siguen viviendo en el Polígono Sur. Son las raíces que crecen y no abandonan el nido. Paula, desde su idea e intención de ayudar a los demás; David, con el cariño de sus abuelas y con la formación como manual de vida, ... y José Manuel, mirando al barrio para becar a jóvenes para su barbería, son los héroes anónimos de esta historia: del Polígono al Sur.
Paula Fernández
La trabajadora social que quería ser «asistente»

Con sólo 26 años, Paula Fernández, trabajadora social, departe con los demás con una soltura llamativa. Es soñadora, madre coraje para crear un mundo mejor para sus hijos, y muy cariñosa con su hermana, Almudena. «Ella sí que es una pasada. Está haciendo su carrera mientras trabaja para conseguir dinero. Limpia, pone copas... No para. Me da mucha alegría ver cómo se esfuerza. La pobre es capaz de llegar de madrugada a casa tras trabajar en un bar e irse a primera hora de la mañana a la Universidad», sostiene. Paula dice que sólo conoce un camino para hacer realidad los sueños. «El que se esfuerza mucho, el que, de alguna manera, no para de intentarlo, termina consiguiendo lo que quiere. No es fácil porque hay veces que te puedes cansar. Pero yo lo veo así».
Paula habló desde su experiencia y los valores que en su familia se marcaron cuando era muy pequeña. Mis padres no nos podían ayudar económicamente. Teníamos una serie de dificultades, es verdad. Pero también es cierto que siempre nos estaban inculcando la idea de luchar, de no rendirnos. Todos podemos tener días malos, y momentos en los que te puede costar más hacer algo..., pero hay que seguir y seguir». El camino de crecimiento de Paula partió desde los estudios cuando aún estaba en Primaria: «A mí me gustaba estudiar. No es que fuera un prodigio, pero supe coger una rutina para llevar los estudios al día. Cuando llegaba del colegio, cada día, me sentaba un poco para hacer repaso de lo que habíamos hecho. Lo convertí en una costumbre, y creo que eso me ayudó mucho. Conseguí que fuera algo normal en mi vida. Mientras otras niñas del colegio ya estaban pensando en los niños, en tener novios, en salir a la calle, yo me quedaba estudiando y viendo mis apuntes».
El siguiente salto lo daría al llegar al Instituto: «Continué de la misma manera, organizándome bien para estudiar. Eso sí, tuve algunos problemas en el último curso, cuando estaba en segundo de Bachillerato, y una profesora me dijo que cómo iba a ir yo a la Universidad si el nivel que teníamos en nuestro Instituto era muy bajito. Eso me dio más ganas de luchar. Hablé con otra profesora y le dije que quería estudiar algo que pudiera servir para ayudar a los más pobres». Paula cuenta la curiosa circunstancia que se dio por esta razón: «La profesora me dijo que eso era asistente social, y yo, sin pensarlo, le envié un email a la Universidad Pablo Olavide para preguntar cómo podía matricularme en lo de asistente social. Me respondieron al día siguiente, súper rápido, pero me pusieron que no se llamaba asistente social, sino trabajo social. No supe luego que poner», manifiesta entre risas.
Paula se terminó matriculando y encontró un mundo nuevo para ella, «Yo no había cogido nunca un ordenador. No sabía cómo me iba a sociabilizar, cómo iba a entender las clases si había algo de inglés... Fue todo nuevo para mí. Lo vi como una oportunidad. Y decidí apuntarme a todo lo que pudiera. Aprendí mucho, y decidí seguir estudiando y formándome apuntándome en un Máster en Igualdad y Género», apunta mientras añade 'ipso facto' que lo único que pretende es encontrar un mundo más justo: «Hay muchas cosas que debemos mejorar. La familia de mi marido es gitana, y yo noto a veces que hay gente que los mira mal. ¿Por qué? ¿Por ser gitanos? Todo eso me hace pensar que queda mucho por hacer para mejorar. A mí me gusta mi barrio, pero sí es verdad que debemos buscar la forma de que los chavales de aquí tengan oportunidades. Yo no me olvido de lo que pude crecer, y aún hago, pero lo que me gustaría es que hubiera más personas que conocieran que hay otros caminos para recorrer».
David Amaya
Mucha «química» para crecer junto a sus abuelas

David Amaya es pureza. Como su barrio. «Yo no me quiero ir. Estamos en un sitio humilde. Pero hay alegría, algo extraño. Y sí, es difícil de explicar para que otros puedan entenderlo. A mí me gusta salir a la calle y ver a gente cantar, bailar», declara mientras sonríe.
«Es muy real. Sale de dentro», añade. Con 28 años, y tras vivir una niñez complicada en lo económico, pero de «muchísimo cariño de mis dos abuelas y de mi abuelo», David Amaya se enfrenta al mundo desde el Polígono Sur. Orgulloso. «El otro día fui al Instituto para hablar con los chavales, para mostrarles que hay también otra cara en la vida, que nos podemos formar y crecer. Si les demostramos a los alumnos que también hay otros referentes, personas que quieren progresar y tener un trabajo, creo que ganaremos mucho en el barrio». Eso, precisamente, es lo que no ha parado de hacer David Amaya desde que se agarró a los estudios para progresar. «En mi familia nadie pudo estudiar. Bueno, sí, tengo una prima, pero que no vive aquí, que sí hizo una Ingeniería. Pero, en mi barrio, nadie de mi familia fue a la Universidad. A mí siempre me gustó estudiar. Mientras otros niños se iban al parque a jugar, yo me quedaba en casa leyendo. Tenía libros y me gustaba leer. No lo veía como algo obligatorio, sino como una diversión. Estaba aprendiendo muchas cosas casi sin darme cuenta».
Con el paso de los años, David Amaya siguió con la evolución en su formación. «Yo quería demostrarme, y también tengo que decirlo, demostrarle a algunos, que estudiar me iba a traer algo bueno. Primero hice el Ciclo de Técnico Superior en Laboratorio de Análisis y Control de Calidad. Empecé a trabajar en una empresa química, pero, como no tenía experiencia, no podía acceder al laboratorio. Por eso seguí con los estudios y me apunté en la Universidad de Sevilla, en Ingeniería Química Industrial. Ahora estoy haciendo un Máster en Sistemas Integrados de Gestión de Calidad de Medioambiente y Prevención de Riesgos Sociales. No lo veo como estudiar, lo veo más como aprender. Estoy trabajando en una clínica, y siento que siempre puedo ir mejorando. Tratamos la reproducción asistida. Es un mundo realmente apasionante», reflexiona.
El joven vecino del Polígono Sur echa la mirada atrás y no puede evitar reírse: «Me acuerdo cuando mis abuelas, como yo siempre estaba estudiando, me decían: 'Pero David, ¿vas a estar estudiando toda la vida?'. Siempre que terminaba un curso, les decía: 'me queda otro'. Ellas no lo entendían, y es normal porque no sabían lo que era eso. Mi abuela, que se llama Nena, presume ahora un poquito de mí. La otra abuela que tenía, Paula, murió. También mi abuelo, Antonio, está contento. De él aprendí una cosa que hoy le doy mucho valor. Cuando quieres algo de verdad, debes ir a por ello. No puedes rendirte. Él siempre me decía que lo que empezara, tenía que tratar de acabarlo, costara lo que costara. No sé si he llegado lejos o no. Eso no me importa. Pero lo que sí sé es que estoy contento por poder formarme y por vivir en mi barrio. Aquí yo soy feliz».
José Manuel Nogueras
De peluquero del barrio en las plazas a empresario solidario

Habla rápido, y parece tener un ordenador metido en la cabeza. Pasa de un tema a otro, y en todos encuentra un sentido para crecer. Se llama José Manuel Nogueras, tiene 31 años y es hoy un empresario de éxito con la cadena de barberías «Mogan´s Barber Shop». Lo explica a la perfección: «Comenzó como una idea; luego, como un sueño, y hoy es una bonita realidad. Es mi empresa, mi casa. Hoy hay seis barberías. Lo he franquiciado y a la gente le ha gustado. Tengo un centro de formación, incluso, para aquellos que quieren aprender», dice rápido, y tratando de dar toda la información posible en el menor tiempo posible.
Conocido en el Polígono Sur como Mogan, nombre con el que sus amigos empezaron a llamarlo en el colegio, José Manuel es pura alegría: «Mogan era un monstruo de un libro de inglés. Se lo habíamos puesto a un amigo. Pero, de un día para otro, me lo pasaron a mí. Me daba igual, la verdad. Así me conoce todo el barrio. Yo recuerdo, como si fuera ayer, cuando me iba a la calle, a los banquitos, y me ponía a cortarle el pelo a los colegas. 'Que si Mogan para arriba, que si Mogan para abajo'. Lo recuerdo como algo bonito. Tendría unos 15 años. Se me daba bien. Y decidí irme ya más mayorcito a México y a la República Dominicana para ver qué hacían allí, qué planteamiento tenían para hacer cortes de pelo con menos recursos y con menos herramientas, básicamente. Mi idea era intentar pelar en poco tiempo, y así cobrar más barato. Después, y cuando ya aprendí algunas técnicas, volví al barrio. La verdad es que he aprendido mucho durante todo este tiempo, pero soy de los que creo que cada día es una oportunidad para seguir mejorando. Soñé con tener mi propia barbería y hoy ya puedo decir que lo he cumplido», manifestó.
Aquellos sueños del pasado de José Manuel son hoy los que tienen muchos de sus alumnos. «Yo sigo y seguiré viviendo en mi barrio. Me llevo a algunos chavales del barrio para el centro de formación. Tenemos unas becas para ellos. Hubo un día en que la vida se me puso a mi favor. Y claro, a partir de ahí, piensas que debes hacer algo por los demás. Hoy tengo a mi hermano, David, trabajando conmigo. Es buenísimo. ¡Una máquina! También Daniel, un chico del Polígono, está con nosotros. Vamos a seguir creciendo juntos».
José Manuel no para de darle vueltas al coco para seguir «disfrutando», siempre desde el Polígono Sur como referencia. «Yo he visto y vivido de todo. Hay mucha gente buena en el barrio. Lo que pasa es que es posible que muchos se equivoquen de referente. Hay personas que tienen al lado que se equivocan. Todo eso afecta, sobre todo, en un momento en el que te estás creando como personas. Creo que es importante que los chavales tengan conciencia de lo que quieren llegar a ser».
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