De la misa la media
Estreno de luz en la Magdalena
Iglesia en Sevilla
La misa 'rorate' se inicia cuando todavía no ha amanecido, con la iglesia a oscuras sólo iluminada con cirios y velas, para que el final de la misa coincida con la aurora
Misa Rorate Caeli
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Templo: Real parroquia de la Magdalena
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Fecha: 14 de diciembre
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Hora: 7.45 horas
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Asistencia: más de 120 personas
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Preside: Francisco Román Castro, concelebrada con seis presbíteros
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Ornato: decenas de cabos de vela y cirios por todos los altares, ramo blanco a los pies del altar
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Música: polifonía sacra a cargo de la coral parroquial
El suceso litúrgico de la temporada lo protagonizó la parroquia de la Magdalena con la celebración de una misa 'rorate' antes de la alborada del segundo sábado de Adviento. Se llama así porque ese es el introito en latín ('Rorate, coeli', esto es: 'Cielos, ... destilad el rocío; nubes, derramad la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación') de estas celebraciones eucarísticas que se han mantenido en el norte de Europa. Es más que probable que ninguno de los presentes, empezando por el párroco, hubiera asistido a una misa 'rorate' en su vida. Que no tiene nada que ver con tradicionalismos trasnochados como dejaba ver el cartel de convocatoria: «Según la forma ordinaria del rito romano».
Tampoco tuvo nada de trasnochada -cantos en español, salvo el inicial, para que nadie se confundiera- porque la misa 'rorate' se inicia cuando todavía no ha amanecido, con la iglesia a oscuras sólo iluminada con cirios y velas, para que el final de la misa coincida con la aurora. Resulta pues un impresionante mensaje mistagógico (adentrarse en el misterio pascual a través de la liturgia) que puede leerse en el arranque del Evangelio de Juan: el combate entre las tinieblas y la luz que trae Cristo a la tierra siempre se resuelve en favor del sol que nace de lo alto. Reforzado con los cantos como el del ofertorio, de Taizé: «En nuestra oscuridad, enciende la llama de tu amor, Señor».
En efecto, a las 8.17, cuando acabó la homilía, clareaba por las altas vidrieras y ya podían distinguirse los contornos de los objetos. Y a las 8.38, cuando acabó la comunión, el retablo ya era visible en todo su esplendor. La luz artificial sólo se prendió para cantar la salve con que se dio por concluida la primera experiencia sevillana de esta celebración tan llena de claves catequéticas.
La primera y principal, una hermosa afirmación de la comunidad parroquial. Allí estaban los que querían estar, a una hora desacostumbrada, para una procesión de entrada también desacostumbrada porque el pueblo entró, cada uno con su velita, detrás de la cruz para ocupar toda la nave central del templo. Quizá fuera una licencia litúrgica que se hiciera así, pero está claro que el hábito hace al maestro y aquí todo era desacostumbrado.
Por ejemplo, se eligieron vestiduras celestes al tratarse de una misa sabatina en honor de la Virgen y caer la fecha en la infraoctava de la Inmaculada. Bueno, puede ser. Como las lecturas escogidas, del común de la Virgen en sábado, con el Evangelio de la genealogía de Cristo. También puede ser. Pero inapelable es que era «pueblo de Dios caminando hacia el altar», alumbrado por catorce candelabros (siete a cada lado con la vela del medio más alta, que recordaba la 'menorah' judía).
La homilía tuvo mucho de explicación de las particularidades de la misa, tan desconocidas para todos los presentes, y de enseñanza 'visual' sobre «la oscuridad que nos alcanza a todos cuando llegue la enfermedad y la muerte» y el «espacio de luz donde sentirse seguros» que es la iglesia plenamente iluminada en medio de las sombras de las calles como boca de lobo.
Don Francisco incidió en tres actitudes del adviento como tiempo de espera para que la luz triunfante se imponga a las tinieblas: penitencia, esperanza y alegría, «que nace de la certeza en la esperanza». El párroco insistió en que los fieles y los oficiantes «no deberíamos salir de esta celebración como entramos, sino con el corazón lleno de luz».
En suma, una hermosa experiencia de fe encarnada en gestos y símbolos visibles que acercan el misterio invisible de la eucaristía. Si en Nochebuena descubren velitas en los alféizares (el párroco dijo «dintel», pero se le entendió) de las ventanas de la collación de la Magdalena, no habrá duda: allí vive un parroquiano que estrenó la luz de las misas 'rorate'.
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