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El II Congreso de Hermandades arranca con un alegato en favor de la belleza de las cofradías

Monseñor Fisichella propone a las cofradías el arte religioso como vía privilegiada para la evangelización

Monseñor Edgar Peña inaugura el Congreso de Piedad Popular: «Desde hace siglos, las hermandades han sido pilares de la identidad del pueblo sevillano»

Monseñor Salvatores Fisichella durante su intervención en la Catedral raúl doblado
Javier Rubio

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El II Congreso Internacional de Hermandades y Cofradías se abrió este miércoles con una ponencia a cargo del pro prefecto del Dicasterio para la Evangelización, monseñor Salvatore Fisichella, en la que situó la belleza de los cortejos procesionales y las imágenes sagradas como «vía privilegiada para la evangelización». «Sin belleza no hay amor y no tendríamos el inicio del cristianismo», llegó a decir.

«Aquí, en esta tierra, aquí, en esta estupenda Catedral, aquí que ha visto el nacimiento y la conservación de obras únicas en el mundo fruto de la espiritualidad popular, se puede, con mayor convicción, hablar de belleza como vía privilegiada de evangelización», dijo en la primera de las comunicaciones científicas durante la jornada inaugural. «Lo que atrae durante la Semana Santa a millones de personas es la belleza de la tradición que se transmite de padres a hijos, fruto de la fe de una comunidad que se identifica con algunos signos como expresión de identidad y sentido de pertenencia», dejó dicho en su discurso, titulado 'La misión evangelizadora, alma de las hermandades'.

Su ponencia giró íntegramente en torno a la belleza, apoyándose en una idea de su maestro, el teólogo Urs Von Balthasar: «La belleza corre el riesgo de no encontrar audiencia en ninguna parte». Y la presentó como antídoto contra la fragmentariedad que es signo de los tiempos, expresada en la cultura digital de respuestas superficiales: «Las procesiones, con los símbolos de la fe encarnada e inculturada, no hacen otra cosa sino provocar maravilla y suscitar interrogantes en la base de la conversión del corazón», señaló en un texto hondo que apoyó en Von Balthasar, Henri de Lubac y San John Henry Newman.

«El arte de nuestras cofradías ha acogido esta enseñanza y tanto en la representación como en el uso de los materiales han dado voz a este misterio de amor. El oro, la plata, la madera más valiosa y las telas más finas, todo ha sido utilizado para hacer bello el sufrimiento fruto del amor.», explicó después de haber defendido la incorporación de las tradiciones particulares a la Tradición de la Iglesia: «A menudo, quien habla de tradición es etiquetado de tradicionalista y se piensa que ha dejado de vivir. Es una respuesta demasiado instrumental, ingenua, por no decir que quienes la realizan tienen una visión miope a menudo producida por la ignorancia«. Habló de la tradición «como un instrumento vivo para mantener el depósito de la fe».

En este sentido, monseñor Fisichella estableció una distinción entre tradición y tradicionalismo, en línea con lo que viene defendiendo el Papa Francisco, bien elocuente: «La tradición es la fe viviente de los muertos, el tradicionalismo es la fe muerta de los vivos. La tradición, por tanto, es condición de vida, sin la cual no existe futuro, deberían estar bien convencidos de esto, al menos, los creyentes», subrayó en una intervención que se ajustó al tiempo establecido de antemano.

San Bernardo de Chartres

Monseñor Fisichella profundizó en el sentido de transmisión de la fe de generación en generación citando a San Bernardo de Chartres como autor de la cita que habitualmente se le atribuye a Voltaire: «Las cofradías de hoy son como enanos sobre hombros de gigantes capaces de ver más lejos que sus maestros porque han impreso en las tradiciones los signos indelebles de la manifestación popular de la fe que se convertirán a su vez en nuevos gigantes que hagan subir sobre sus hombros a nuevos jóvenes que vivirán con el deseo de transmitir de manera siempre viva las tradiciones de sus padres».

La intervención de monseñor Fisichella ha partido de la constitución apostólica 'Dei Verbum' del Concilio Vaticano II para trazar el contexto teológico sobre la importancia de la piedad popular y poder así «recuperar el tejido histórico donde nacieron y reconstruir el horizonte eclesial que ha propiciado su origen permitiría hacer surgir los motivos que impulsaron su nacimiento y consentiría encontrar las plenas motivaciones para su existencia».

Pero su perspectiva ha ido más allá de las expresiones de piedad popular en Europa, como ha querido poner de manifiesto: «La fe, queridos hermanos, exige entrar en profundidad, no a detenerse en las repetidas investigaciones sociológicas sobre la religiosidad, que de vez en cuando muestran una tendencia de crisis, de abandono de la práctica religiosa, sin mostrar otras manifestaciones de la fe presentes, más allá de la participación en la Eucaristía dominical y de la catequesis sacramental que es tan importante».

Y también tuvo una mirada crítica hacia dentro, hacia esas actitudes que hasta no hace tanto consideraban la fe de los sencillos como algo suprimible: «Qué gran arrogancia se ha manifestado en los presentes años al constatar que se desechan tradiciones solo porque son fruto de los siglos pasados, si se tuviese al menos la humildad de retomar el significado que fue puesto en algunos signos, entonces se podría comprender el sentido que impulsó realizarlos, este proceso favorecería una comprensión más profunda y nos haría más cautos al clasificar todo demasiado rápido como tradiciones pasadas. No se puede estar movido por sueños nostálgicos de restauración, pero tampoco ceder apresuradamente y privarse del necesario sentido histórico que favorece la comprensión de las culturas y de cómo se expresan. El tiempo escapa, pero la historia permanece».

Monseñor Fisichella también quiso responder a quienes ven en las imágenes devocionales de la Pasión una exaltación del sufrimiento humano: «Las cofradías conducen a la contemplación del misterio de la fe y a la necesidad de despertar y reavivar la fe personal. Esta expresión del arte cristiano lleva consigo la tarea irrenunciable de anunciar la belleza de nuestra fe, aunque lleva consigo la belleza del crucifijo, como referencia constante del rostro maltratado e indescriptible de la muerte en cruz, nosotros aplicamos las palabras del salmo 45: 'Tú eres el más hermoso de los hijos de los hombres'».

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