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Antonio Burgos, el maestro

Antonio Burgos no sólo ha sido un maestro para muchos articulistas y escritores sino que ha enseñado a una generación de sevillanos y de andaluces a amar su ciudad, su tierra, a conocer su patrimonio, su cultura, su belleza oculta

Álvaro Ybarra Pacheco

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Tuve el privilegio de traer a Antonio Burgos de regreso a ABC, su casa, «donde menos la primera comunión he hecho de todo», según decía, tras un exilio de más de catorce años. Durante ese largo paréntesis, de 1990 a 2004, Burgos siguió siendo el articulista preferido por los lectores de ABC, tal y como se ponía de manifiesto en los estudios de mercado que la empresa realizaba periódicamente. Tal era su sintonía con el periódico que cuando volvió aseguró que lo único que había cambiado en él desde su marcha eran los tiempos verbales: «Yo hasta ahora escuchaba mucho en los lectores el pretérito perfecto y el indefinido. Me decían yo le he leído mucho a usted y yo le leía mucho a usted. Ahora que regreso recupero el presente y los lectores me vuelven a decir yo le leo a usted». ¡Ay, Antonio, ahora ya estamos condenados para siempre a usar el pretérito para hablar del recuadro!

Qué fugaces han sido estos casi veinte años que han pasado desde que volviste aquel 5 de septiembre de 2004. Cómo vamos a echar de menos la cita diaria con tu honda sevillanía, con tu personalísimo estilo, lleno de ingenio, de calidad literaria, de la chispa de tu gracia, de tu guasa, de la leche marca de la casa: Pascual, de tu conocimiento de enamorado de la ciudad oculta, de tu nostalgia por los cielos que perdimos, de tu vocación andaluza y española. Antonio Burgos unía a la solidez de su escritura una visión siempre original de la actualidad, un punto de vista diferente al de los demás cofrades de la columna, como les llamaba el inolvidable Jaime Campmany. Antonio escribía de cualquier asunto, ya fuera el debate del estado de la nación en el Congreso de los Diputados o la guerra de Irak, desde el prisma sevillano porque como Delibes en Valladolid, Pemán en Cádiz o Vázquez Montalbán en Barcelona tomaba a su ciudad por el universo y veía el mundo reflejado en ella.

Durante los últimos tres años, desde que alternó los ingresos clínicos con sus encierros domiciliarios, el escritor de periódicos que era, el maestro indiscutible de toda una generación de articulistas, sólo sentía deseos de escribir de Sevilla pero se aguantaba en atención al discurrir de los sucesos varios que centraban la atención de los periódicos. Su cita diaria con los lectores, a los que llamaba «mis clásicos», era sagrada. Si tenían que hospitalizarlo calculaba de antemano los días que iba a permanecer ingresado y acumulaba artículos en el «congelador» para que no se notara su ausencia o escribía al pie de la cama, extenuado pero fiel a su compromiso de cada día durante muchos años, con Isabel, su mujer, la mujer de su vida, la jefa de su Casa Civil, como una extensión de si mismo.

Antonio Burgos no sólo ha sido un maestro para muchos articulistas y escritores sino que ha enseñado a una generación de sevillanos y de andaluces a amar su ciudad, su tierra, a conocer su patrimonio, su cultura, su belleza oculta. También les enseñó a defenderla desde sus raíces más profundas hasta su ramas más altas y frondosas. Probablemente sus artículos más memorables los dedicó a la Semana Santa, a las fechas en que la ciudad se mira a si misma, y al Señor del Gran Poder, por el que sentía una devoción tan auténtica como profunda. Que el Señor de Sevilla le haya acompañado en este último tránsito en el que tan desamparados nos deja a todos los que hemos sido sus lectores diarios.

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