Mobiliario urbano
En Sevilla capital quedan 450 cabinas de teléfono, la mitad que en 2011
En la provincia solo hay medio millar de cabinas de módulos y una decena ya cerradas

Hoy en día nos parece lejano en el tiempo, pero antes del trepidante incremento de los teléfonos móviles, las «tablets» y el «whatsapp» la mayoría de los ciudadanos utilizábamos las cabinas telefónicas para poder comunicarnos. Una pequeña estructura metálica y de cristal que nos protegía de la lluvia o el viento mientras hablamos por teléfono y que más de una vez acabábamos desesperados ante la larga espera hasta que ésta quedara libre para poder realizar una llamada.
Y es que en la sociedad actual el teléfono móvil se ha convertido en un accesorio del que es difícil separarse. Esto ha provocado que casi nadie utilice ya las tradicionales cabinas de teléfono, que se han convertido en un elemento decorativo urbano que suele tener poco de estético, pues son objeto de un continuo vandalismo y su mantenimiento es cada vez más costoso. ¿Tienen los días contados las cabinas de teléfono?
La empresa que se dedica al mantenimiento de las cabinas, Sertel , estima que en la ciudad de Sevilla apenas quedan 450 cabinas de módulos, la mayoría de las cuales se concentra en el Centro , mientras que en el resto de los municipios de la provincia solo funciona medio millar. Las antiguas, cerradas y acristaladas, están contadas y en vías de extinción y hay únicamente una decena dispersas por distintas localidades, entre ellas Brenes o La Campana . Las cabinas han desaparecido en poblaciones, como las pedanías de Maribáñez –con cerca de 1.400 habitantes– o Los Chapatales –donde viven unas 350 personas–, ambas pertenecientes al municipio de Los Palacios y Villafranca .
Siete operarios
Según los cálculos del delegado de personal del sindicato CC.OO. de Sertel, Miguel Campos , desde el año 2011 el número de cabinas telefónicas en la vía pública se ha reducido drásticamente un 50% y tan solo trabajan siete operarios para atender a toda la provincia sevillana.
Un Real Decreto de adjudicación del Servicio Universal dictó en 2011 la obligación de mantener las cabinas telefónicas para garantizar la presencia de al menos una por cada 3.000 habitantes en municipios con más de 1.000 vecinos. Fue Telefónica quien, como operador dominante en el mercado de las telecomunicaciones, asumió en su día este servicio «universal». Pero su mandato acaba el 31 de diciembre de 2016. Teniendo en cuenta los datos de rentabilidad y las escasas probabilidades de renovación del decreto, su extinción podría estar más que cerca.
Parece el fin de una era, pero aún queda en el recuerdo de numerosos sevillanos la inauguración de la primera cabina telefónica para el servicio interurbano, el 13 de enero de 1972 . Precisamente ese año, la cabina telefónica fue el medio de comunicación elegido por el director Antonio Mercero para dirigir «La cabina», un corto que dirigió y co-escribió con José Luis Garci.
La primera, en Plaza Nueva
ABC publicó el viernes 14 de enero de 1972 en su edición de Andalucía una noticia sobre la inauguración de la primera cabina telefónica para el servicio interurbano, «desde la cual se podrán celebrar conferencias con cualquier abonado de otra población», explicaba la información. Esta primera cabina fue instalada en la plaza de San Fernando – hoy Plaza Nueva–, frente al Ayuntamiento, dada su proximidad al locutorio público de la compañía Telefónica allí existente, ya que la misión fundamental de estas cabinas era facilitar servicio durante las horas nocturnas en que se hallaban cerrados los locutorios, lo que no impedía que también pudieran ser utilizadas a cualquier hora.
Quien fuera primer teniente de alcalde Ricardo Grande Cobián , en representación del entonces alcalde Juan Fernández Rodríguez García del Busto, efectuó la llamada inaugural a Madrid, con lo que entraba en funcionamiento este servicio telefónico en Sevilla. Para efectuar una llamada interurbana bastaba descolgar el auricular. Respondía una operadora que, una vez informada de la población y del número de abonado con el que se quería comunicar, daba instrucciones al solicitante, quien debía introducir por una ranura monedas de cinco o veinticinco pesetas, dependiendo de la distancia y del tiempo de duración de la conferencia.
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