SÁBADO
LA SEGUNDA PIEL
Si no fue Monteseirín tuvo que ser alguien de su equipo
Si no fue Monteseirín tuvo que ser alguien de su equipo. En los años del «alfredismo» alguien pensó en quitar los termómetros callejeros porque se convertían en espantapájaros para el visitante. Si no eran todos, por lo menos se pretendía retirar una buena parte, fundamentalmente los del circuito turístico. Entonces alguien dijo: ¡valiente tontería! pero ahora, a poco que se vean los telediarios nacionales, se comprenderán las razones de aquella idea.
Si llegan días de calor, lo primero que hacen esos informativos «light» tan en boga es conectar con Sevilla. Da lo mismo que la temperatura máxima esté en Córdoba o en Jaén; para los editores de los telediarios hechos en Madrid, calor es sinónimo a Sevilla. Las «piezas» que se emiten son calcadas. Entradilla delante de un termómetro que marque por encima de los cuarenta, imágenes de turistas con sombrilla o con abanico, declaraciones singulares de «marías» y recomendaciones obvias para que se beba mucha agua y que se evite estar en la calle «en las horas centrales del día». La tele nos ha convertido en la capital del calor. Un gobernante astuto, en lugar de quitar termómetros, ya que estamos, convertiría los males en bienes. Sevilla iba a ser también la capital de la sombra y también la de las fuentes y también la de las camisetas mojadas. Este castigo o regalo que nos ha dado el clima es una oportunidad para recubrir a Sevilla de una segunda piel de toldos, fuentes, pérgolas y aspersores que fuera práctica y atractiva.
El fin de semana pasado viajaron a Córdoba miles de personas para ver una procesión magna organizada por la diócesis. Se pudo comprobar que la capital de la Mezquita está mejor preparada para el verano. En muchas esquinas manan fuentes, de las de beber y de las de mojarse, hay sombras, se ponen toldos. Pero se podía ir un poco más allá y pensar a lo grande como se hizo en la Cartuja durante la Expo. Así que más vale tomar nota y actuar no vaya a ser que a golpe de telediario los turistas nos cojan miedo en vez de cariño.
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