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Más allá de la barriga cervecera: el papel oculto de la grasa intermuscular en la salud

La distribución de grasa, ese mediocampista es el tejido adiposo intermuscular (IMAT, por sus siglas en inglés), un jugador discreto pero decisivo en nuestra salud metabólica y cardiovascular

La obesidad y el sobrepeso multiplican la probabilidad de cáncer o de enfermedad cardiovascular

Barriga ABC

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Cuando pensamos en la grasa corporal, suele venirnos a la cabeza la grasa abdominal, la estrella que acapara toda la atención cuando hablamos de riesgos cardiovasculares. Pero, aunque como en un partido de fútbol el delantero se lleva la luz de los reflectores, el verdadero control del juego puede recaer en un mediocampista que pasa desapercibido.

En el ámbito de la distribución de grasa, ese mediocampista es el tejido adiposo intermuscular (IMAT, por sus siglas en inglés), un jugador discreto pero decisivo en nuestra salud metabólica y cardiovascular. Estudios recientes lo señalan como un factor clave en la inflamación sistémica y la resistencia a la insulina, destacando su relevancia en la aparición de patologías cardiovasculares.

El IMAT no es solo una grasa más: su acumulación está directamente vinculada al envejecimiento, la inactividad física y a trastornos metabólicos como la obesidad.

Ubicado entre las fibras musculares, lo que lo hace tan peculiar es que, a diferencia de la grasa subcutánea, funciona como un «órgano endocrino» que libera mediadores inflamatorios capaces de alterar tanto el entorno metabólico local como el sistémico. Y como se infiltra en el tejido muscular, disminuye su calidad y fuerza, lo que aumenta significativamente el riesgo de caídas y lesiones, especialmente en personas mayores.

Además de sus efectos estructurales, el IMAT contribuye a un estado inflamatorio crónico que tiene implicaciones directas para la salud cardiovascular. Una investigación demostró que esta grasa está asociada con niveles elevados de citoquinas inflamatorias, como la interleucina-6 (IL-6) y el factor de necrosis tumoral alfa (TNF-α), moléculas conocidas por su papel en el desarrollo de la aterosclerosis. Este estado inflamatorio constante alimenta procesos patológicos que incrementan el riesgo de infartos y otras enfermedades cardiovasculares.

Algo que hace al IMAT especialmente preocupante es que sus efectos son menos visibles y, por ende, más difíciles de detectar y tratar.

Incluso en personas con un índice de masa corporal (IMC) dentro de rangos normales, altos niveles de IMAT pueden duplicar el riesgo de enfermedades cardiovasculares. Este hallazgo desafía la idea convencional de que solo la obesidad visible es peligrosa, subrayando la necesidad de indicadores más precisos que consideren factores internos como la grasa intermuscular.

Además, un estudio lo vincula con la resistencia a la insulina, un precursor clave de la diabetes tipo 2, al señalar que esta grasa interfiere en la señalización insulínica y dificulta la utilización de glucosa, exacerbando la hiperglucemia.

Su acumulación tiende a acelerarse a partir de los 40 años, aunque también se observa en personas más jóvenes con estilos de vida sedentarios o condiciones metabólicas preexistentes. Este fenómeno subraya la importancia de abordar el problema de manera preventiva y sistemática, dado que los efectos adversos son acumulativos y afectan tanto la salud muscular como la cardiovascular.

A más movimiento, menos IMAT

En cuanto a la prevención, el ejercicio físico es una de las armas más efectivas: mover el cuerpo, especialmente con entrenamiento de fuerza y actividad aeróbica, ayuda a reducir significativamente la grasa intermuscular y mejora la calidad de nuestros músculos. Combinar esos dos tipos de entrenamiento no solo reduce el IMAT, sino que también mejora la funcionalidad muscular. ¿La receta? Al menos 150 minutos de actividad física moderada a la semana, incluyendo pesas si es posible.

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En cualquier caso, se trata de huir del sedentarismo, principal aliado del IMAT. Algunos estudios destacan que pequeños cambios, como levantarnos cada hora del asiento o dar un paseo después de comer, ya pueden mejorar la sensibilidad a la insulina y reducir la inflamación sistémica. El movimiento, aunque sea mínimo, es una declaración de guerra contra la grasa intermuscular.

También lo que comemos ayuda a mantenerla raya. Una alimentación rica en frutas, verduras, grasas saludables como el aceite de oliva y proteínas magras no solo combate la inflamación, sino que reduce los marcadores asociados al IMAT. La dieta mediterránea es la mejor opción en este campo, mostrando una reducción significativa en marcadores inflamatorios como la proteína C reactiva y la IL-6.

Cómo sacarlo a la luz

El IMAT es el tipo de enemigo que trabaja en la sombra, pero los chequeos médicos son como un foco que lo expone. Evaluar regularmente indicadores como la glucosa, la insulina y el perfil lipídico puede ayudar a identificar problemas antes de que se conviertan en algo grave. No es ciencia complicada: un análisis de sangre anual puede ser el primer paso para adelantarnos al IMAT antes de que le marque goles a nuestra salud.

Y por último, en lo que se refiere a las soluciones, no todos los cuerpos son iguales y, por eso, las estrategias deben ser personalizadas. En individuos con obesidad sarcopénica o trastornos metabólicos, trabajar con profesionales de la salud para diseñar un plan específico de ejercicio y nutrición es clave. Algunos autores recomiendan enfoques multidisciplinarios que aborden tanto el estado físico como los factores metabólicos.

En definitiva, el IMAT, ese mediocampista silencioso, tiene un impacto decisivo en nuestra salud. Su acumulación afecta negativamente el metabolismo sistémico, la función muscular y el riesgo cardiovascular, convirtiéndolo en un jugador al que no podemos ignorar.

Lo bueno es que, como cualquier rival, puede ser derrotado con las estrategias correctas: ejercicio regular, una dieta equilibrada, movimiento constante y atención médica proactiva.

Jose Francisco Tornero-Aguilera. Doctor en Ciencias Biomédicas y de la Salud / Psicofisiología Aplicada, Universidad Europea

Artículo publicado en The Conversation.

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