La historia de las patatas bravas, ese plato icónico que te ha salvado más de una vez en una terracita mientras te tomabas una caña con los colegas, es tan sabrosa como el plato mismo. Puede que creas que siempre han estado ahí, como el sol en verano o las discusiones sobre si el mejor sitio para comerlas es en Madrid o en Barcelona, pero lo cierto es que tienen un origen concreto y una evolución fascinante.
Dicen que los grandes inventos nacen de la necesidad, y parece que las patatas bravas no son la excepción. Su historia empieza en algún punto de la década de 1960, en plena época de auge del tapeo. En ese entonces, los bares de Madrid y otras ciudades españolas empezaron a experimentar con nuevas formas de presentar las patatas, que ya llevaban siglos en la dieta española desde su llegada desde América. Sí, porque aunque nos parezca que la patata es algo de toda la vida en la gastronomía europea, la realidad es que es un ingrediente relativamente reciente en la historia culinaria de nuestro continente.
Aún así, estas patatas ha tenido algunas variaciones y también puedes preparar las patatas bravas de moda con dos salsas, las patatas a la importancia, las tater tots, las ricas papas aliñadas o las patatas con salsa de tomate picante o brava. Sea cual sea, conoce más esta receta que es tan típica y deliciosa.
Origen de las patatas bravas
Imagínate en un bar típico madrileño de los años 60. La gente no solo iba a beber, sino a picar algo mientras tanto, y ¿Qué mejor que unas patatas crujientes con una salsa que diera ese toque picante y sabrosón para acompañar? Pues ahí fue cuando alguien tuvo la genial idea de cortar las patatas en trozos irregulares, freírlas y, en lugar de acompañarlas con alioli o cualquier otra salsa más conocida, bañarlas con una salsa picante que hoy conocemos como «salsa brava«. Y, ¡zas! Así nacieron las patatas bravas, aunque como verás, la receta ha sufrido algunas variaciones dependiendo de la región.
Por tanto, el origen de las patatas bravas está fuertemente ligado a Madrid, aunque como buen plato español, su popularidad pronto se extendió a otras ciudades. Y claro, como con todo buen plato, las recetas empezaron a variar según la geografía y los ingredientes disponibles en cada zona.
Ahora bien, lo que realmente distingue a las patatas bravas de otras preparaciones con patatas es la salsa brava, que es, por supuesto, la estrella de este plato. ¿Pero qué lleva esta salsa? Aquí empieza la controversia. Si preguntas en Madrid, te dirán que la salsa brava auténtica no lleva tomate. «¿Qué?» dirás tú. Pues sí. Según la receta madrileña más tradicional, la salsa se hace a base de un sofrito de pimentón, aceite, harina y caldo. Es una salsa sencilla, pero con mucho carácter, que se gana el nombre de «brava» por el toque picante que se le da con el pimentón o el chili. Nada de tomate.
Sin embargo, en otros lugares como Barcelona, sí que es común encontrar la salsa brava hecha con tomate, lo que le da un toque más dulzón y suave, pero sin perder el toque picante. Aquí ya depende del gusto de cada uno, pero hay una clara división entre los puristas que defienden la versión madrileña y quienes disfrutan de la versión más tomatera.
En cualquier caso, más allá de la discusión sobre si la salsa debe llevar tomate o no, lo que está claro es que las patatas bravas han trascendido su origen madrileño para convertirse en un plato típico en prácticamente toda España. Hoy en día es casi imposible entrar en un bar de tapas y no verlas en el menú. Y lo mejor de todo es que, aunque el concepto es sencillo, cada sitio tiene su propia versión, lo que las convierte en una de esas tapas que siempre vale la pena probar en cualquier lugar.
Curiosidades y variaciones
La popularidad de las patatas bravas no ha dejado de crecer, y con ello han surgido todo tipo de versiones del plato, algunas bastante innovadoras, otras más tradicionales. Por ejemplo, hay sitios que optan por usar patatas asadas en lugar de fritas, lo que les da una textura completamente diferente. Otros restaurantes se han puesto creativos con la salsa y han añadido salsa alioli o salsa tártara para contrarrestar el picante de la brava, creando así una especie de «mixto» que también tiene su propio club de fans.
Además, hay quien asegura que las patatas bravas están emparentadas con platos de otras culturas, como las papas arrugadas canarias, que se sirven con mojo, una salsa igualmente potente y sabrosa. Y si nos ponemos a hacer comparaciones, es fácil ver similitudes con otros platos de patatas fritas cubiertas de salsa, como las «frites» con salsa en Bélgica o las famosas «poutine» canadienses. Aunque, claro, nada de esto le quita el toque único que tienen nuestras bravas.
Consejos para hacer unas buenas patatas bravas en casa
Por supuesto, si te entra el antojo de unas buenas bravas y no tienes un bar cerca (o simplemente te da pereza salir de casa), siempre puedes prepararlas tú mismo. La receta básica es sencilla, pero como todo en la cocina, la clave está en los detalles. Para las patatas, lo ideal es cortarlas en trozos irregulares. Esto no es solo una cuestión estética, sino que así se asegura una cocción más uniforme y una textura más crujiente por fuera y tierna por dentro. Freímos las patatas en aceite caliente hasta que queden doradas y crujientes. Si prefieres una versión más ligera, puedes asarlas en el horno.
En cuanto a la salsa brava, aquí puedes ponerte creativo. Si quieres seguir la receta madrileña tradicional, prepara un sofrito con pimentón, harina y caldo, ajustando el picante al gusto. Si prefieres una versión con tomate, puedes añadirlo a la mezcla junto con un poco de ajo y cebolla. La clave está en encontrar ese equilibrio perfecto entre el picante y el sabor.
Las patatas bravas son mucho más que una simple tapa. Son un pedazo de la historia gastronómica española, un plato que ha evolucionado y se ha adaptado a los gustos de cada región, pero que sigue siendo tan icónico como siempre. Ya sea que las prefieras con salsa de tomate o sin él, con alioli o solas, lo importante es disfrutarlas con buena compañía, una caña fresquita y, sobre todo, ¡sin prisas!
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