Raúl brilla en su noche más especial

Hacía tres años que Raúl González Blanco no pisaba el césped del Bernabéu. Tres años desde que se fue, con lágrimas en los ojos, rumbo a Alemania. Una marcha que había dejado una herida abierta en el madridismo que el mismo Raúl se encargó, por fin, de cicatrizar ayer. Por primera vez en años, el Trofeo Bernabéu no fue un exclusivo homenaje a la ilustre figura del expresidentes madridista. Ayer fue la «Noche de Raúl». La más especial del eterno capitán blanco. El día en el que los madridistas de todo el mundo pudieron agradecerle al fin todo ese sudor que el «7» derramó durante 16 temporadas con el escudo del Real Madrid en el pecho.

Fue un regreso mágico. Emotivo desde antes incluso de que empezara el partido que enfrentó a los blancos con el Al Sadd, actual equipo del delantero. Ni las vacaciones ni el calor pudieron ayer con el Bernabéu, que registró una entrada mucho mayor que la ofrecida en el pasado inicio liguero ante el Betis. Decenas de miles de «raules» animaron desde la grada. Otros tantos lo hicieron en la distancia. En Madrid, en España. El mundo entero. Porque «Raúl, es universal», según rezaba una de las pancartas que lucían orgullosas ante los ojos acuosos del «7», más nervioso sin duda que aquel 29 de octubre de 1994 cuando jugó su primer partido con el Real Madrid en Primera División. Un debut que evidenció el desparpajo que luego le daría el éxito en el césped. Una semana más tarde, el Atlético se convertía en la primera de sus 323 víctimas. La mayor cifra de goles lograda jamás por un jugador del Real Madrid, un récord sólo al alcance de Cristiano Ronaldo, que ayer le cedió el número «7» y jugó con el «11». Dorsal que en unos días lucirá con toda seguridad Gareth Bale.

Pero esa es otra historia, la de ayer, que ya es eterna, es la de Raúl. Un broche a su carrera deportiva. La más brillante de todas en el fútbol español previo al estallido de la selección campeona de Europa y del Mundo. A él, ese tren le llegó un pelín tarde, pero fue el único. Antes lo ganó todo con el escudo blanco. Ligas, Copas de Europa, Supercopas… Un talento común cuya voracidad, su hambre de gloria, le elevó hasta convertirse en ídolo del Bernabéu. Su marcha, voluntaria, pilló de sorpresa a todos. Tanto, que se fue sin haber recibido el calor de la grada, que ayer despidió a «su» capitán por todo lo alto.

La bienvenida oficial se la dio su Majestad el Rey Juan Carlos, cuyo homenaje puso incluso más lustre a la noche de Raúl. Poco después, y aún con el balón parado, fue un abrazo con Íker Casillas —titular ayer como el mismo vaticinó tras su suplencia ante el Betis— el que desató la euforia. El Bernabéu cambió de sintonía por unos momentos y coreó el nombre del guardameta. Lo hizo en varias ocasiones más durante el partido. Gritos unánimes. Debate que se reabrió cuando Diego López calentó. Hay problema a la vista.

Ajeno a la disputa, Raúl disputó un tiempo con cada equipo. El primero, en el que vistió de blanco, lo disfrutó como antaño. Le costó abrir el marcador —lo hizo tras una brillante combinación entre Ronaldo y Di María que acabó con su remate a puerta— pero antes ya había dejado su sello. Presión incansable. Ofrecimiento continuo. Lucha y apetito, como si volviera a tener 17 años. Al descanso, se fundió con Casillas al que devolvió el brazalete de capitán y luego se fue a Ronaldo para devolverle la camiseta con el «7». Gesto de humildad. Relevo de ídolos en el Bernabéu.

Aunque más sosa, la segunda mitad dejó más goles. Isco, Benzema —de penalti— y Jesé (2) materializaron la goleada, pero las miradas seguían fijas en Raúl. Al final, el estadio estalló. Le regaló otra ovación que no fue de despedida. Fue un punto y seguido en la relación entre el Real Madrid y él. Significó un hasta pronto en la noche más esperada por el Bernabéu. La más especial del «7».