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crítica de teatro

Caminos de sanación

La compañía La rara presenta en Sevilla 'Órgia'

El Teatro Lope de Vega de Sevilla acoge el estreno absoluto de Órgia de La rara

'Órgia' ha tenido una buena acogida en el Lope de Vega ABC

Alfonso Crespo

Sevilla

'Órgia'

  • Creación: La Rara (Julia Moyano, Rocío Hoces).
  • Espacio sonoro: Eloísa Cantón.
  • Diseño de luces: Irene Cantero.
  • Movimiento y coreografía: Natalia Jiménez Gallardo.
  • Intérpretes: Nerea Cordero, Eloisa Cantón, Eva Gallego, Julia Moyano, Rocío Hoces.
  • Fecha: 25/04/2023.
  • Lugar: Teatro Lope de Vega.

Antes que una obra convencional y reglada, ceremoniosa, 'Órgia' parece un tranceque uno sorprendiera a medio hacer; de hecho la obra sólo es una parte, un síntoma escénico podríamos decir, de la investigación que La Rara (Julia Moyano y Rocío Hoces) lleva tiempo desarrollando en el tema de la salud mental y que antes ya se tradujera —en 'Frenia'— en otro híbrido entre el teatro, la 'performance' y el montaje audiovisual.

En este 'in medias res', en esta labor de retazos que, sin solución de continuidad, todo lo mezcla y compara —las víctimas de la psiquiatría concentracionaria como espíritus tutelares a los que invocar para enfrentar nuestra locura cotidiana— se busca ensayar una salida, un camino hacia la luz. Hay algo aquí de aquella 'poética del incurable' que hizo del educador Fernand Deligny, un cineasta, después de observar con paciencia como nacía el único comunismo posible —el desprovisto de subjetividad e intención— entre los autistas profundos al aire libre de las Cévennes, aquellos con los que el sistema no había sabido qué hacer más allá de encerrarlos, medicarlos y maniatarlos. En 'Órgia' es del trazo del trauma, de destinos de mujer estrangulados, de los que nace una terapia para cinco actrices que se dejan habitar y sacudir por un acumulado de fuerzas que, a través de sus cuerpos y confesiones, pretenden cambiar de signo. La locura, aquí, incluso en su extenuación física, es sinónimo de pausa, de interrogación, de puesta en duda de una normalidad cada vez más enrarecida.

Este espiritismo benigno convierte a las actrices en imitadoras de voces, en cuerpos vaciados que acogen otros relatos —los de las trabajadoras del Hospital Psiquiátrico de Miraflores—, otras vidas —las de las pacientes que sufrieron la 'foucaultiana' falta de correspondencia entre las palabras y las cosas: aquello no era un hospital al igual que lo pintara Magritte no era una pipa— en un ejercicio cuya dureza, si bien las ha podido poner contra las cuerdas, no deja de desembocar en un juego luminoso, en un acicate para comprender sus presentes a la luz de aquellas vidas no vividas, haciéndonos sentir lo interminable de lo que quedó sin sepultura conocida, sin aparente testimonio.

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