CRÍTICA DE MÚSICA
Poulenc: La voz aislada del teléfono
Llega por segunda vez a Sevilla 'La voz humana' de Francis Poulenc, un monólogo musicado que recoge la 'escena de ruptura' amorosa de una pareja por teléfono, aunque sólo podemos oír la desolación de ella.

D X M (Drama x Música). En colaboración con Life Victoria de Barcelona
'La voz humana' de Poulenc
- Programa: Obras de Poulenc.
- Intérpretes: Mercedes Gancedo (soprano), Sara Carmona (soprano) y Julius Drake (piano)
- Director de escena: Marc Busquets.
- Lugar: Teatro Turina.
- Fecha: 19-02-2025.
Hace 25 años, en enero de 2000, pudimos oír en Sevilla por primera vez esta desgarradora historia debida a la pluma de Jean Cocteau, a la que Francis Poulenc le puso música. Contamos con la gran soprano portuguesa Elisabete Matos, a la ... que queremos nombrar aquí por su vinculación con el coliseo sevillano y porque su actuación nos dejó sobrecogidos, que tal fue el recuerdo de aquella actuación extraordinaria. Porque es verdad que Poulenc requiere cuatro cualidades para 'Ella', colocando en primer lugar la necesidad de que sea una chica joven y elegante. Matos por entonces se encontraba en una dorada madurez, lo que le proporcionaba un despliegue de recursos muy notable (recordemos su 'Tosca') que difícilmente puede tener una soprano jovencita; por otro lado, su color vocal se podía tornar 'leñoso', entiéndase buscando lo seco casi quebradizo, ante las tornadizas respuestas.
Pero antes había abierto el programa una colección de canciones de Poulenc a modo de conexión entre ambas mujeres y un pequeño monólogo con texto también de Jean Cocteau, titulado 'La dame de Monte-Carlo' y estrenado un par de años después de 'La voz', a cargo de la soprano pacense Sara Carmona, que tardó un poco en ir redondeando su registro, reafirmándolo para que cuendo llegara al monólogo referido lo afrontase lo mejor posible, aunque el vibrato estuvo presente todo el tiempo.
Se cruzó en el escenario con Mercedes Gancedo, una joven soprano argentina que asumió el rol principal creemos que en el punto requerido. Téngase en cuenta que debe estar a solas durante una hora con una partitura en la que prácticamente en cada compás se le exige un matiz distinto. Y aunque el mérito de sostener el interés es de Cocteau, en primer lugar, y luego de Poulenc, quien le aporta el soplo casi divino, lo cierto es que no tiene que ser fácil hacer avanzar la obra con las respuestas sólo de la protagonista, ya que estas deben hacernos colegir cada pregunta o el aserto de Joseph.
Gancedo entendió que su trabajo era construir un enorme 'crescendo' musical, dramático, errático, esperanzador o desesperanzado, como una evolución hacia el tremendo desenlace, pero con esos dientes de sierra que indican subidas y bajadas, sin dejar de ascender hacia el explosivo final. Había que dosificarse durante esa hora, y lo hizo: desde la alegría de recibir la llamada, a los repetidos cortes telefónicos, la sospecha de que él no está ni solo ni en su casa o de que empieza a vislumbrar lo que le va a pedir y lo que ella va a hacer (la pistola en su bolso habla de algo más que una sospecha).

Y es verdad igualmente que no estaba sola del todo porque el piano de Drake (podía haber sido una pequeña orquesta) hacía las veces de timbre del teléfono, de interlocutor improvisado mediante tremendos clusters, o dejaba intuir las reacciones desde el otro lado del teléfono, cuya voz no oímos (una de las originalidades de esta «escena de ruptura», como le gustaba llamarla a su autor). Por cierto, digamos como curiosidad que Cocteau escribió el texto para la actriz Berthe Bovy y Poulenc le puso música pensando en la soprano Denise Duval, quien terminó estrenándola en 1959.
Hay que alabar, por lo tanto, esa voz que se va llenando de dudas, sospechas y certidumbres, todo lo cual se ha de ir acumulando en ese color vocal y esa emisión poliédrica que la va llevando hacia un final que se atreve a decirle al amado, aunque inmediatamente se retracta. Gancedo tiene un color bonito, bien timbrado, que llega a ser natural por momentos, y sin embargo es capaz de llevar al personaje del desengaño a la esperanza y de la ternura al envite, sin perder ese color. Y también cuadro de honor para el soberbio pianista, que también él tiene infinidad de matices que asumir, destacando esos leitmotive unificadores o la asunción de personajes o situaciones, cuando no de paño de lágrimas de la muchacha.
La dirección de escena fue siguiendo con bastante fidelidad las minuciosas indicaciones de los autores.
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