Crónica
Bob Dylan en Sevilla: el lujoso ejercicio de sobriedad y elegancia de un genio
La estrella mundial nacida en Minnesota deleita a los más de 2.500 fans que se dieron cita anoche en Fibes con un concierto repleto de matices y sin concesiones al pasado
Los conciertos en Sevilla que no te puedes perder en 2023
![Bob Dylan, que no permitió hacer fotos durante su actuación, brilló anoche en Sevilla](https://s1.abcstatics.com/abc/www/multimedia/queplan/2023/06/11/bob-dylan-archivo_20230611011722-RNpOJJdDl2XzUJmPB1O2sJO-1200x840@abc.jpg)
Bob Dylan no es un intérprete al uso. Los intérpretes son personas que ejecutan su arte para otras personas, Bob Dylan no. A diferencia del resto de los mortales que se dedican al mundo del arte y el espectáculo, al genio de Minnesota no le importa en absoluto la reacción que provoca en el público. Le da simple y llanamente igual. Siempre fue así, imagínense ahora que acaba de soplar 82 velas.
Se comporta como los rapsodas de la Antigua Grecia, aquellos poetas y cantores populares que iban de pueblo en pueblo recitando fragmentos de sus poemas heroicos. Cuando termina su cometido se da media vuelta y enfila el camino hacia su próximo destino. Pero a diferencia de los helenos, el hombre que firmó 'Highway 61 revisited' no se apoya en un bastón, en su lugar toca un piano que por momentos también le sirve de soporte sobre el que sustentarse.
El admirado bardo canta y hace música con total ausencia de influjo por parte de las muestras de agrado o desagrado que pueda recibir. Lo hace porque es músico. «Solo eso: alguien que se dedica a la música», como él mismo ha declarado en infinidad de ocasiones. No obstante, todos sabemos que no es así, que es muchísimo más.
Bob Dylan es una de las figuras más icónicas e influyentes de la historia del rock (por no decir la que más), es un Dios del folk (el género que él mismo se encargó de electrificar allá por 1965), es el único Premio Nobel de Literatura que ha dado la música, y es, en definitiva, un personaje que ha trascendido de lo meramente artístico hasta convertirse en una de las personalidades más atractivas y estimulantes del último siglo.
Y como tal se le permiten ciertas licencias que a otros se les censuran sin paliativos: su hosquedad casi crónica, su comportamiento arisco y esquivo, su fobia por los teléfonos móviles y las cámaras de foto durante sus directos (anoche estaban prohibidos y no hubo ni tan siquiera gráficos acreditados por los medios). A estas alturas de la película, ya no sorprende a nadie, ya no molesta a nadie. Bob impone sus leyes, o las tomas o las dejas.
Ayer, en el primero de los dos conciertos que va a dar este fin de semana en Sevilla para presentar su maratoniana gira 'Rough and rowdy ways 2021-2024', las más de 2.500 personas (entre las que cabe destacar una importante cantidad de norteamericanos) que se dieron cita en el Auditorio Fibes, que rozó el lleno, aceptaron de muy buen grado sus normas del juego, las mismas en las que los espectadores son literalmente eso, espectadores de sus diálogos consigo mismo.
No dedicó ni una sola palabra al público durante las casi las dos horas que duró el concierto, a excepción de la despedida
La clásica cuarta pared escénica, no solo no sufre un rasguño cuando Dylan está sobre las tablas, sino que se yergue alta e infranqueable. Ni una sola palabra de bienvenida, ni un solo gesto de complicidad ni un balbuceo que se pareciese a un mínimo agradecimiento durante las casi dos horas que duró el espectáculo. No obstante, en el epílogo del concierto, antes de despedirse con 'Goodbye Jimmy Reed' y 'Every grain of sand', esgrimió una sonrisa, un «thank you» ciertamente amable e, incluso, hizo algún comentario jocoso durante la presentación de su excelsa banda.
En lo realmente importante de un músico, su música, la estrella mundial (muy a su pesar) facturó un soberbio concierto repleto de matices que discurrió entre un paisaje sonoro que osciló entre el blues, el rock más seminal, el folk y alguna pincelada de swing, géneros en los que su sinuosa voz rasgada brilló a muy bien nivel.
Bob Dylan demostró ayer que sigue siendo un héroe solitario alejado de convencionalismos sociales, un poeta de alto voltaje literario que derrama espíritu crítico y romanticismo cada vez que su suculenta pluma desciende sobre el papel y escribe discos que han sido (y siguen siendo) la crónica contracultural de los últimos sesenta años.
Huida de la sombra de su propia hazaña
Y lo hizo sin permitir la más mínima concesión a la nostalgia, intentando huir de la sombra de su propia hazaña, dejando en el trastero himnos que le han hecho poco menos que inmortal. Ni rastro de 'Like a Rolling Stone', 'Knockin' on heaven's door', 'Blowin' in the wind', 'Hurricane'.
En su lugar, el estadounidense optó por un set basado principalmente en su disco de estudio más reciente, el soberbio a la par que sombrío 'Rough and rowdy ways' (2020). De esta última cosecha de canciones sonaron nueve de los diez cortes. La otra mitad del repertorio provenía de 'Shadow Kingdon', un álbum que ha visto la luz hace justo una semana y que está compuesto por temas secundarios de su amplísimo cancionero revisitados para la ocasión, a los que añade nuevas pieles hasta convertirlos en piezas completamente diferentes a las originales y con las que guardan semejanza en poco más que el nombre y la letra.
Brillaron 'False prophet', 'Black rider' y 'Crossing the Rubicon' y 'When I paint my masterpiece'. Una de las ovaciones más sentidas de la noche tuvo lugar cuando el autor de la oscarizada 'Things have changed' sorprendió a todos desempolvando su instrumento fetiche, una armónica cuyas notas recordaron la mejor época de Dylan, la misma que no sonó en los conciertos de hace una semana en Madrid.
Gran parte de la culpa de que el show planeara durante toda la noche sobre el sobresaliente fue del quinteto de músicos de altísimo nivel que le acompañaron. Los guitarristas Bob Britt y Doug Lancio, el contrabajista Tony Garnier, el batería Jerry Pentecost y el multiinstrumentista Donnie Herron, todo un espectáculo con la guitarra Steel, el violín y la mandolina.
En este sentido, cabe mencionar, que pese a la importante dimensión del escenario de Fibes, Bob Dylan quiso que sus músicos le arroparan desde cerca. De hecho, los seis estaban agolpados en apenas siete u ocho metros cuadrados.
Tras la cita de esta noche, la segunda en Sevilla y probablemente la última en la capital hispalense, el viejo rapsoda continuará su camino, que le llevará hasta Granada el próximo 13 de junio, donde le esperan en el Generalife con las entradas agotadas.
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