crónica
Andrés Calamaro, patrimonio inmaterial del rock
El 'Salmón hizo un soberbio recorrido por los clásicos de su rico cancionero en un Cartuja Center lleno para la ocasión
Andrés Calamaro: «En la soledad encontré mi máxima expresión»
Andrés Calamaro es un monumento (del rock). Tiene historia, prestigio y antigüedad. Pero también tiene otros activos no cuantificables que engrandecen aún más su figura capital de la aristocracia del género en lengua hispana. Y como tal, tiene un peso específico al que no pueden aspirar artistas más recientes. Anoche, en su brillante concierto en el Cartuja Center Cite, el argentino dejó sobradas muestras de ello.
Ajustado siempre a la medida esencial del rock elegante, el artista facturó un repertorio de verdadero ensueño. En términos balompédicos podríamos decir que sacó su once titularísimo, algo que, en su caso, ni mucho menos sucede siempre.
Aun así, se quedaron en el 'banquillo' un buen puñado de clásicos que llevan la firma del bonaerense ('El día de la mujer mundial', 'Las oportunidades', 'Media verónica', '5 minutos más-minibar' o 'Días distintos', por citar solo algunas). Pero es que no todos pueden jugar…Y este cantautor tiene muchísimo donde elegir.
Si Andrés Calamaro es poliédrico en sí mismo, en su vida, en sus gustos, ni que decir tiene arriba del escenario. Por momentos es el amargo cantor de lo cotidiano y minúsculo, luego se transforma en un romántico de manual y más tarde, de improviso, pasa a ejercer de cónsul genial de los tarados y de los solitarios. Todo eso y mucho más tiene cabida en el universo del 'Salmón'.
Las casi dos horas que duró el concierto, que contó con una propuesta escénica tan sencilla como efectiva (ya que todas las miradas apuntaron a la carismática estrella de rock, capaz de llenar el escenario por sí solo), mostraron a un Calamaro responsable y atento a todos los detalles: a los teclados, instrumento en el que se muestra más virtuoso, a su veteranísima Fender Telecaster decorada con una pegatina del icónico toro de Osborne y, por supuesto, a cantar, dejando pinceladas realmente admirables en este sentido.
Como su admirado Bob Dylan, el ex líder de Los Rodríguez no ejerce en directo fidelidad alguna por los tempos originales de muchas de sus canciones. Calamaro gusta de que su voz serpentee con la elasticidad libre de una diabólica llama que va y viene en función de la intensidad del viento. Estos malabares vocales provocan que todo se acelere o ralentice en función de su antojo. Quiere que sus creaciones tengan tantas vidas diferentes como conciertos ofrece su autor. Circunstancia de la que su gran banda (Julian Kanevski a la guitarra, Mariano Domínguez al bajo, Martín Brunh a las baquetas y German Wiemeder a los teclados) logra salir airosa en la mayoría de las ocasiones.
Aparición estelar del guitarrista flamenco Niño Josele
Glosa aparte merece Niño Josele. El guitarrista flamenco tocó anoche el cielo con los dedos, sumando unos riquísimos matices melódicos en los tres temazos en los que participó como invitado: 'Estadio Azteca', 'Los aviones' y 'Para no olvidar'. Casi nada. Ojalá todos los artistas invitados sumaran tanto como lo hizo ayer el músico nominado a los Grammy Latino en 2010 por su brillante 'Española'. Un verdadero lujo el que se ha marcado Calamaro en esta gira, logrando reverdecer aquellos gloriosos y viejos laureles de hace veinte años en los que el almeriense puso el toque en los discos folklóricos 'El Cantante' y 'Tinta roja' y en el tema 'La ranchada de los paraguayos'. Ovación cerrada en su despedida.
Acostumbrados a su característica y carismática elocuencia, sorprendió la parquedad de palabras de Calamaro. De hecho, las únicas que pronunció ajenas al repertorio fueron 'Viva Sevilla', tras la ovación de la inicial 'Output input', por cierto, un poco descafeinada si se compara, por ejemplo, con la brutal interpretación que hizo en su directo de Obras en 2005, del que salió el espectacular DVD 'Made in Argentina'.
Luego, en los bises, agradeció el trato recibido en Sevilla, «una ciudad muy consciente de todo el arte», para rematar haciendo referencia a personajes como Silvio, Antonio Smash, Jesús Quintero y su silencio, Belmonte, Morante, Joaquín Sánchez, Triana y hasta «el barbero más famoso del mundo», en clara alusión a la ópera de Rossini.
Mucho antes de llegar a este punto, tras desaparecer Josele de escena e interpretar 'All you need is pop' y la clásica 'El Salmón', el potente y adictivo riff de guitarra de la demoledora e imprescindible 'Alta Suciedad', primer corte del soberbio disco homónimo, el de su reestreno como solista tras abandonar Los Rodríguez, supuso una suerte de toque de trompeta para la banda y el público, porque a partir de ahí fue el acabose.
Cayeron en cascada casi una decena de himnos ecuménicos del argentino: 'Maradona', 'Tuyo siempre', 'Mi enfermedad', 'Todavía una canción de amor', 'Te quiero igual', 'Dulce condena', 'Sin documentos', 'Flaca' y la coreada a capela 'Paloma'. El público que ayer prácticamente llenó el Cartuja Center (solo quedaron en ventanilla un centenar de entradas), sin duda el auditorio con la mejor acústica de Sevilla e, incluso, me atrevería a decir que se encuentra en el pódium español, no dejó de saltar, bailar y cantar junto al artista.
Tras una breve parada llegaron dos bombazos más en forma de bises. La primera fue esa enormidad titulada 'Crímenes perfectos', la que para un servidor es la canción con la que Calamaro acaricia la pura excelencia de manera más tangible y sublime (ay ese «la moneda cayó por el lado de la soledad…»). A continuación, cambio de registro para despedirse con la segunda parada de la noche en 'La lengua popular' (tras 'Carnaval de Brasil), acaso el disco más luminoso (o menos oscuro) de su amplísima discografía. Lo hizo con la rockerísima 'Los chicos', que anoche sonó más a estadio de fútbol que nunca, provocando una apoteosis de alto voltaje eléctrico para un epílogo tremendamente emocionante.
No podía faltar su guiño a los toros. Durante el clásico saludo final del artista acompañado de su banda (y Niño Josele), Andrés se despidió entre lances a la verónica (manifiestamente mejorables, aunque se agradece el intento) y los sones de 'Nerva', el popular pasodoble taurino que hiciese famoso Manolo Vázquez en su despedida de los ruedos hace justo cuarenta años en la Maestranza.
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