De la casquería a la «carnicería» en «MasterChef»: doble expulsión en la segunda gala

R. Ventureira

21/04/2020
Actualizado a las 06:58h.

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Fue la casquería la que causó una pequeña «carnicería»: hubo doble expulsión en la segunda gala de «MasterChef 8» . Fueron dos mujeres las que dijeron adiós, Adrianne y Mónica . Su sueño culinario, roto por las vísceras de pescado.

Curiosamente, el segundo programa de la temporada empezó con una de ellas, la belga, en lo más alto.

Y es que Adrianne destacó en la primera prueba. «Un plato que hable de vosotros», ese fue el desafío inicial que planteó el exigente jurado a los 16 aspirantes en la nueva gala de «MasterChef 8» . Se trataba, en definitiva, de hacer un «autorreplato», un autorretrato culinario. Para darle color, a los concursantes les proporcionaron especias tan coloridas como polvo de espinacas o vino en polvo. «Yo estoy acostumbrada a guisar a la pobre y con esto no sé ni por dónde empezar», se atemorizó Juani , la veterana (74 años) segoviana.

Andy , que lleva a gala la etiqueta de pijo, recibió con coloretes de tímido la visita de su icono Tamara , ganadora de la última edición de «MasterChef Celebrity» . El muchacho se puso muy nervioso ante la presencia de la hija del fallecido marqués de Griñón . Tamara reveló que su rollito gastronómico no encaja con el paladar del Nobel Mario Vargas Llosa y su señora Isabel Preysler : «No les gusta mucho la cocina de vanguardia. Siguen prefiriendo a Ramona». Ramona es la cocinera del hogar de los Vargas Llosa-Presyler , cuyo número de cuartos de baño no ha trascendido, ni tampoco nos importa. Juani aprovechó que Tamara se acercó a su mesa mientras cocinaba para pedirle que la próxima vez venga acompañada de Cayetano Martínez de Irujo . La señora Juani –y no está sola en esta reflexión– piensa que la gente que sale en las páginas del «¡Hola!» necesariamente se conoce toda.

José Mari evocó a su tierra mallorquina con un batiburrillo con muchos defectos. El plato no le dio muchos puntos, pero sí lo hizo su imitación de Julio Iglesias entonando «Un canto a Galicia» . Pocos saben –y quizá Tamara no está entre ellos– que Julio acabó de escribir esta canción en una servilleta de un bar, mientras picaba marisquito. Ocurrió en A Coruña , la tierra de Sara Lúa e Iván , los dos gallegos de esta edición. Precisamente Iván fue de uno de los cuatro que salió trastabillado de esta prueba, junto a Andy , Luna y Saray . Y aún lo empeoró al no estar de acuerdo con el jurado, al que acusó de no haber entendido su arte. Se trataba de ese mismo comité de sabios que elogió el plato de Alberto , al que Iván apodó como «El espumitas». La verdad es que el sobrenombre es gracioso.

Los triunfadores de la prueba hubo que buscarlos en otras latitudes menos norteñas. Adrienne , la belga afincada en Sevilla, bordó un postre «original y arriesgado», a juicio de Jordi . Rosa , comandante del Ejército del Aire, también supo hablar muy bien de ella a través de los fogones. Hubo además un triunfador moral, que fue el norteamericano Michael . Hizo callos con patatas fritas, y quiso que estas últimas tuviesen presencia porque hubo una época en su vida en la que fue de lo de único de lo que se alimentó. Fue cuando su madre lo echó de casa, con 16 años recién cumplidos, tras reconocer ante ella que sí, que tal y como sospechaba su progenitora, él era homosexual: «Prefiero tener un hijo muerto que un hijo gay», le espetó. Así que Michael estuvo un mes y medio alimentándose de «chips» y agua, hasta que el gobierno de California lo incluyó en un programa de acogida con padres homosexuales. Su relato fue imbatible.

Tras la prueba en el plató, los participantes tomaron rumbo a la única fábrica de miel de caña de Europa, sita en el espectacular pueblo de Frigiliana , Málaga. Se trataba de elaborar un menú con el aguacate y la miel de caña como protagonistas. Consistía en rape en tempura con aguacate a la sal (entrante), pulpo y aguacate a la brasa (primero), presa ibérica con cebollitas glaseadas con miel de caña (segundo) y panna cotta (postre).

Los concursantes elaboraron estas delicias para cien habitantes de Frigiliana divididos en dos equipos. Uno, el azul , comandado por Adrienne ; otro, el rojo , por Rosa . El primero formado por Luna , Saray , José Mari , Iván , Michael , Mónica y Alberto . El segundo, con Sonsoles, Sara Lúa , Teresa , Juana , Rosa , Fidel y Andy . Se dieron cañita (temporal) para hacer dos platos por color de mandilón.

«Vamos a hacer cositas que nos va a salir genial», animó la belga, que encaja en la definición de «cuqui» tan bien como Andy en la de «pijo». Pero la cosa estuvo muy lejos de salir genial. Cada uno de los elementos del equipo azul hizo la guerra por su cuenta, y hasta se dieron peleas entre ellos, como la protagonizada por Saray y José Mari: «Yo le haré caso a la capitana y no a ti con el moño. No me toques el moño», le dijo al mallorquín.

En el equipo rojo, donde el mando en plaza correspondía a toda una comandante, el menú salió a tiempo y «rico rico», que diría Arguiñano ... o el chef Benito Gómez , quien supervisó el cocinado desde la autoridad que le dan las dos estrellas Michelin. El oro de la prueba se lo llevó la coruñesa Sara Lúa , que se supo manejar a la hora de hervir el pulpo (es lo que tiene ser de A Coruña). Plata y bronce fueron para Fidel y Andy . «Con estos soldados me voy a cualquier guerra», elogió la militar. Su buen hacer los libró masivamente del adiós. Moraleja: pon una comandante en tus fogones.

Todo lo contrario le ocurrió al otro equipo. El jurado fue muy contundente: «Vais los ocho directos a la prueba de eliminación». Jordi , que les entregó un mandilón negro, fue muy duro, y solo salvó de la quema (que no de la prueba de eliminación) a Alberto . Por segunda vez, el gallego Iván discrepó con el criterio de los jueces: «Me gustaría que los comensales me dijesen eso a la cara». «Eso» era lo flojito que estaba lo que habían conocido. Saray también defendió los platos de su equipo: «No tengo el paladar tan repulido como ustedes», dejó caer con cierto retintín. El tono no gustó a los chefs, y así se lo dijeron. Entonces concedió: «Lo que digáis ustedes. Sí, bwana». Tremenda la Saray .

En la prueba final compareció el chef Ángel León , distinguido con tres estrellas Michelin. Es un maestro a la hora de sacar partido a las vísceras de los pescados, como demostró en los propios fogones del plató.

Lo mismo que el chef invitado tuvieron que hacer los «delantales negros»: trabajar con partes habitualmente desechadas. A Alberto , «El espumitas», le tocó repartir las partes que le propuso el jurado entre sus compañeros. Las partes eran «cosas» como hígado de rape, tripas de bacalao, escamas de salmonete o espina de boquerón... Uno de los ocho delantales negros se iría para casa. Alberto se lo quiso poner más difícil a Michael , al que acusó de no saber trabajar bien en equipo.

«Coged primero el producto principal», insistió Samantha Vallejo-Nágera mientras los concursantes acudían raudos al supermercado del plató. Pero Adrienne no lo hizo, y tuvo que improvisar. Partió con ese handicap. Otros concursantes también arrancaron con desventaja, pues los tres más destacados del equipo rojo –ganador de la prueba anterior– pudieron restar tiempos a unos concursantes para dárselo a otros. Así que Iván y Michael se quedaron con solo 45 minutos para hacer sus complicados platos. A Iván le restó tiempo Andy , el pijo, que sacó el colmillo. «A Iván le he quitado el tiempo por su chulería, por su prepotencia. Voy a por él. Hasta que no esté fuera no estaré a gusto», espetó. El coruñés contestó con un lomo de mero en una cama de verduritas que le salió de rechupete. En otros casos, la dificultad estribaba en el producto, como fue el caso de Luna , a quien le tocó lidiar con ojos: del asco inicial pasó a probarlos y decir que eran «como gelatina»; y acabó presentando un plato de altura. Los platos de Iván y Luna fueron justamente los dos más destacados por los «chefs».

Adrianne hizo un «Hígado de rape cuántico». Lo de «cuántico» es porque el hígado se quedó en otra dimensión, explicó con humor, en relación a su olvido en el súper. En realidad, lo que se sacó de la manga fue una pasta con setas. «Es un amasijo», denunció Pepe. Sara Lúa , su amiga, no paraba de llorar, mientras el jurado lanzaba su contundente veredicto. Pero más lágrimas le caían a Mónica , que con las prisas le había dicho que aún no pillase el producto principal cuando la belga iba a hacerlo. Nerviosa y hundida por haber confundido a una compañera, Mónica presentó «un amasijo de cosas que no se pueden comer», en palabras del jurado.

Antes incluso de la deliberación final estaba claro que la expulsión estaba entre ellas dos: Mónica y Adrianne . El lamentable plato de José Mari también lo colocó en la rampa de salida.

Y entonces llegó la sorprendente decisión final. El jurado se puso a la altura de los ingredientes, muy visceral: las dos fuera. La directora de marketing belga, primero; y de propina, la cocinera y camarera asturiana. Ellas dos, que son todo corazón, nunca olvidarán las vísceras.

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