Televidente
No hay tanta diferencia entre una 'swiftie' y un madridista
«Hay una distancia (no diré cuál, es un secreto) desde la que es indistinguible el madridista cuarentón y canoso que llora los goles de su equipo de la joven que grita de éxtasis ante la aparición de su estrella»
El jueves pasado, ya en la medianoche, las 'swifties' bajaban por Goya como una procesión de brillibrilli y juventud al son de una música que ya no escuchaban pero aún recordaban: ¿y no es eso la fe, en alguna esquina del alma? Empecé a delirar ... con el humor, el destello de las lentejuelas, la leyenda de los pañales que por lo visto algunas se pusieron para no perder su sitio en primera fila y en un ataque de nostalgia de lo no vivido acabé invocando los gritos de Lorca aquel día de 1927, en Sevilla, cuando la autoproclamada generación quiso extender su estancia en la ciudad pero ya pagando ellos la cuenta y tuvieron que mudarse de la planta principal del hotel en que se alojaban a la buhardilla, lejos del lujo y la comodidad, pero no del ruido. «¡Así cayó Nínive! ¡Así cayó Babilonia!», soltaba el poeta cada pocos escalones, cansado de arrastrar sus trastos, en un quejido similar al de esos hombres heridos por el tiempo que, de pronto, se sienten expulsados del mundo porque no entienden la euforia de unas adolescentes que llenan el Bernabéu. «El mundo se va a la mierda», repiten ellos, más prosaicos. Pero caben muchos mundos en el mundo, aunque no todos son tuyos.
El sábado, claro, el Madrid ganó la Champions y dejó en el aire la belleza de las cosas que se repiten, como el verano: los gritos frente al televisor, las lágrimas de alegría en tipos que parecían rudos o estirados, los clichés de la victoria blanca y la tradicional fiesta en Cibeles, que es otra procesión (las cosas no vienen de la nada, aunque vayan ahí).
A los tres días, por lo que sea, Mbappé no resucitó pero sí se redimió. Era uno de esos lunes en los que hay que poner 'El chiringuito'. Pedrerol anunció la buena nueva con una seriedad digna de un Arias Navarro, solo que luego alguien le dio al play en Spotify y el programa volvió de pronto a su orilla particular, allá en Magaluf.
Hay una distancia (no diré cuál, es un secreto) desde la que es indistinguible el madridista cuarentón y canoso que llora los goles de su equipo de la joven que grita de éxtasis ante la aparición de su estrella. La euforia, como la felicidad, como el placer, como casi todo lo que merece la pena, solo se entiende desde dentro. Desde fuera somos seres ridículos.
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