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ABC Cultural

Televidente

Conversación de ascensor

«A la lluvia hay que agradecerle el nacimiento de la agricultura y, justo después, el de la conversación de ascensor»

Pelar champiñones

Bruno Pardo Porto

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A la lluvia hay que agradecerle el nacimiento de la agricultura y, justo después, el de la conversación de ascensor. Hasta hace no mucho, dos hombres tímidos o aburridos se encontraban en plena ascensión al quinto y podían agarrarse a la meteorología igual que un náufrago a una gaviota. La cosa sucedía más o menos así.

—¿Qué tal?

—Bien, bien, sobreviviendo al chaparrón.

—Y tanto, aunque hacía mucho que no llovía, está bien.

El intercambio de frases no solía ir más allá del tercer guion, no fuera a acabar en amistad, pero en su brevedad había una cordialidad inquebrantable, que sin duda contribuyó al desarrollo de los rascacielos tanto como la invención de la polea.

El tiempo era entonces un lugar común, como aún lo es el fin del verano («aquí estamos, volviendo a la rutina») y antes lo fueron las guerras napoleónicas («qué duro está el frente del Rin»): recursos pensados para romper un silencio incómodo sin caer en una charla incómoda.

Hoy, que los edificios son más altos que nunca y nosotros más vagos que nuestros abuelos, esa convivencia parece haberse roto. Si ahora esos dos mismos individuos se encontraran subiendo al décimo ya no hablarían del tiempo. De hecho, no pronunciarían nada más allá del «holaa» con la «a» arrastrada, porque acto seguido bajarían la vista a su móvil, en el que leerían noticias catastróficas sobre las lluvias en pueblos hasta ese momento desconocidos para ellos, y con esos textos se indignarían calladamente por el cambio climático, el alarmismo de los medios o la invasión de la privacidad del Estado con sus notificaciones de emergencia. Al llegar a casa, la situación no mejoraría, porque en lugar de encontrarse a un señor trajeado recomendando el paraguas al final del telediario se tropezarían con un montón de periodistas en katiuskas repartidos por todo el país cazando diluvios como otros cazan fantasmas. «Imagínense, el agua llegaba hasta aquí» (señalando una humedad).

Y así, quebrada la conversación del tiempo, van desapareciendo los recursos contra los silencios incómodos, y con estos esos territorios de feliz resignación entre dos personas que acaban de empaparse con la lluvia y que en lugar de enfadarse y echarle la culpa a Dios o al capitalismo simplemente se encogen de hombros entre tres guiones.

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