Explosivos a cambio de hachís: el «pacto cutre» que hizo posible el atentado del 11M
En la serie 'Nos vemos en otra vida' (Disney+), los hermanos Sánchez-Cabezudo viajan a Asturias, desde donde un menor de edad, el primer condenado por la masacre terrorista, cargó los explosivos que estallaron en Madrid
Trashorras, el exminero que facilitó los explosivos del 11-M, solicita la eutanasia en prisión
![Pol López y Roberto Martínez dan vida a Trashorras y Baby en 'Nos vemos en otra vida'](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/play/2024/03/06/nos-vemos-en-otra-vida-11m-kBIB-U6014274528219qF-1200x840@diario_abc.jpg)
Para perpetrar el mayor atentado yihadista en suelo europeo no hizo falta un cerebro criminal ni un capo de la mafia con ansias de venganza, bastaron un antiguo minero que vio una oportunidad de negocio cambiando dinamita por hachís y un chaval de barrio, menor ... de edad, con ganas de dinero fácil. El germen del 11M, que se saldó con 193 víctimas mortales, fue mucho más vulgar, más burdo, y empezó en un banco de Avilés, en Asturias, donde Gabriel Montoya Vidal 'Baby' fumaba porros con sus amigos.
El origen del atentado, del que se cumplen 20 años, es también el punto de partida de 'Nos vemos en otra vida', la serie de los hermanos Sánchez-Cabezudo ('Crematorio', 'La zona') que estrena hoy Disney+ a partir de la novela que Manuel Jabois construyó con la entrevista a Baby, el primer condenado por la masacre terrorista. El chico, que tenía dieciséis años, se vio arrastrado por Emilio Suárez Trashorras, ahora de actualidad por pedir la eutanasia, y terminó transportando los explosivos que hicieron saltar por los aires en la capital. «La historia de este chaval sucede en ocho meses, desde que conoce a Emilio Trashorras, prueba su primera raya de cocaína y acaba en el Virrey», cuenta Jorge, que dirige la serie, mientras señala el bar donde el menor dejó la dinamita. No pudieron rodar en él, pero sí en uno cerca, por Méndez Álvaro, cuentan los creadores de la serie en un paseo por el puente Pedro Bosch. «Cuando miras el atentado, es muy pequeñito, muy cotidiano… Es un pacto muy cutre, pero es terrible; es tan sencillo como aterrador», explica Alberto, que ejerce de productor ejecutivo. Están los Lumière, los Coen y luego los Sánchez-Cabezudo, la prueba castiza de que el binomio fraternal funciona a las mil maravillas.
![Explosivos a cambio de hachís: el «pacto cutre» que hizo posible el atentado del 11M](https://s3.abcstatics.com/abc/www/multimedia/play/2024/03/06/sanchez-cabezudo-kBIB--760x427@diario_abc.jpeg)
La serie, en cambio, funciona por contrastes. Empieza con una trama local, muy cañí, donde hay mucha chavalería quemando rueda, comiendo techo y dando palizas. Hay incluso risas, en parte por el descaro del personaje protagonista, a quien interpreta el debutante Roberto Gutiérrez, y por sus intercambios con Pol López, que se mimetiza con Trashorras, a quien le cogió el pulso escuchando los audios de sus declaraciones. Y de repente, pum. Todo cambia con un estruendo. No de las bombas, sino del golpe seco de una bolsa de deportes al caer contra el suelo. Una mochila en la que introdujeron libros para que Baby la cargara y se estableciera, durante el juicio, el peso de la carga que transportó a Madrid. 461 kilómetros, 19 kilos de explosivos. «Una de las cosas más difíciles de la serie era encontrar ese tono y ese equilibrio entre lo pequeño y la tragedia. Contar lo que sucedió, además desde la gente que provocó tanto dolor (...) y el atentado, que teníamos claro que no lo íbamos a contar desde las vías, con las imágenes, sino que queríamos darle voz a los afectados aquel día. Vimos las imágenes del juicio, nos parecieron sobrecogedoras. Y decidimos que el 11M lo tenían que contar ellos. El testimonio era tan sobrecogedor que incluso tu cabeza, cuando los estás oyendo, te obliga a recrear esas imágenes; es demoledor», sostiene Jorge Sánchez-Cabezudo, que dirige la serie junto a Borja Soler.
Un palco en el Bernabéu
Gracias al sumario del macrojuicio del 11M que se celebró en 2007, pudieron acceder a audios en los que se escuchaban cosas disparatadas. «Quedaban en la mina y hablaban de caza extrema en Bulgaria o uno decía que vendía serpientes y otro dogos argentinos… Unas cosas como, dios mío, ¿pero de dónde salen estas conversaciones? Eso nos dio mucho el tono», revela Alberto Sánchez-Cabezudo. Son, describen, momentos «peliagudos, que ves y te estás riendo», a pesar de que en el horizonte siempre está el atentado. También tuvieron acceso a uno de los interrogatorios de Baby, que, cuentan, «tiene cosas muy bestias»: «Llegó a pedir que le dieran entradas para el palco del Real Madrid-Oviedo», dice Jorge. Y Alberto apunta: «Sí: 'Yo quiero ser testigo protegido y unas entradas para el Madrid-Zaragoza'». A pesar de que, por momentos, sobre todo en el arranque, la historia pueda adquirir tintes de comedia macabra, los creadores advierten de que no lo es porque la tragedia siempre sobrevuela: «Baby era un vehículo para contar esto, no es un héroe ni un antihéroe. Al ser testigo, nos permitía contar de primera mano lo que pasó. En ningún momento se arrepiente, es una de las cosas que nos pareció más fuerte. Así que no es un viaje de redención. La serie no pretende hacer un blanqueamiento del personaje, porque él estaba acompañado de amigos que no dan el paso que él sí da. La serie contextualiza, explica, pero no justifica en ningún caso».
La dimensión del atentado es imposible de medir. Mató a casi doscientas personas, fracturó un país. Veinte años después, la herida todavía sigue ahí, supurando. Hace tres años consiguieron los derechos para adaptar la novela. En la serie, lo cuentan en seis capítulos. Luego, lo resolvieron en trece semanas de rodaje, seis en Asturias y el resto en Madrid. Todo se mantuvo en un segundo plano, con discreción, hasta que las víctimas lo vieron. Fueron sesenta y nueve días, y la cámara estuvo con Roberto todos menos dos. «Descansó dos días y de esos dos le hicimos venir uno, porque era su cumpleaños y queríamos felicitarle», recuerdan los creadores de 'Nos vemos en otra vida'.
Roberto no había nacido cuando explotaron las bombas. Tampoco había viajado a Madrid nunca, ni en metro. Ni siquiera era actor hasta que una chica del equipo, por casualidad, se lo encontró a la puerta de un McDonald's. «Fuimos a colegios, hicimos castings, vimos a 150 o 200 niños. No encontrábamos nada. Y, de repente, a la salida de un McDonald's, ahí estaba, un chico con pelo mohicano, con un desparpajo increíble. Un morro, pero alucinante. Y cuando le vimos sonreír, cómo miraba, dijimos, ostras, este tío tiene una verdad en la mirada muy fuerte. Tenía que ser él. Cuando aparece en nuestra oficina, ni siquiera se había planteado ser actor, no se le había pasado por la cabeza», sostiene Alberto. Y Jorge añade, riendo, dentro de un taxi camino a la Audiencia Nacional: «Lo primero que hizo él fue decir: 'Hostia, a ver, ¿estos quiénes son? Esto de rodar, una productora… a ver si son de fiar'. Y luego ya: 'Sí eran, sí eran'. No había cogido nunca un coche, no conducía. Y el tercer día estaba con uno, con una cámara delante de la cara, haciendo trompos, sudando como un pollo. Y cuando sale del coche, dice: 'Yo es que estoy ahora en lo técnico, pero tú lo que quieres es la emoción, ¿no?'. Y te dices, este niño lo ha entendido, es tremendo».
Primeras veces
Los hermanos Sánchez-Cabezudo querían que la serie fuera natural, por eso está construida sobre un actor que antes no lo era. Él puso el acento, marcó el tono de todo. Fue la piedra angular. Y no había visto imágenes reales del atentado del 11M hasta que se las pusieron. «Él no había visto nada, no lo recordaba, no tenía eso en la memoria. Había leído los guiones, lo sabía, pero no había visto las imágenes que tenemos todos en la cabeza, de los trenes, de lo que había pasado realmente. Las vio con nosotros. Le sorprendió y empezó a entender un poco la dimensión de lo que había sido aquello», cuentan los creadores de 'Nos vemos en otra vida'. Pero cuando lloró el actor novel fue con otra escena: «Cuando ve a la madre en el centro de menores y se rompe a llorar fue muy dura para él. Todos estábamos muy pendientes de él, de ver cómo llevaba esa intensidad. Y él entendía que, para ser actor, en esa escena tenía que llorar. Se lo había marcado como reto. Y lo consiguió. Roberto va muy de duro a veces por la vida, pero es de una sensibilidad… increíble».
Era necesaria esa sensibilidad para abordar un tema como este. «Es complicado pero, en cuanto se abre la espita de poder hablar de ello, es un ejercicio de sanación. Nuestro trabajo es contarnos a nosotros mismos. Y este, quizá, es el episodio más dramático de la democracia en términos de víctimas, en términos de fractura y de herida. Y las heridas se cierran hablando de ellas, poniéndolas sobre la mesa e incorporándolas en nuestra memoria y en nuestro sentir. Y es que es la única manera de hacer eso, y esa es la función de la narración», explica Jorge Sánchez-Cabezudo. Y lo secunda Alberto: «Es un poco memoria histórica también (...) es hacer un ejercicio sano como sociedad».
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