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«Si Hildegard viviera sería científica»

Hoy se estrena «Visión», de la directora alemana Margarethe von Trotta, sobre la vida de Hildegard von Bingen

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f. muslera

Puede resultar extraño que una monja del siglo XII resulte más contemporánea que muchas mujeres en pleno siglo XXI. Pero los personajes históricos, como los buenos libros, trascienden su tiempo y proyectan una luz sobre el presente. Esa luz iluminó a Hidelgard von Bingen, una de las figuras más polifacéticas que hayan existido en la historia de Occidente: fue mística, profetisa, bióloga, médica, música y prolífica escritora.

En una época de férreo dominio masculino, una «pobre forma femenina», como a ella le gustaba describirse, pudo vencer los límites impuestos a su género a través de su personal relación con Dios. Tal es la actualidad de este personaje, que la prestigiosa directora alemana Margarethe von Trotta, quien ya ha narrado la vida de otras importantes mujeres como Rosa Luxemburgo o Gudrun Ensslin, retrata a Hildegard en «Visión» (interpretada por Barbara Sukowa, su actriz «fetiche»), filme que se estrena hoy en España.

«Este era el momento de hacer la película, porque los temas que trata son muy modernos», señala von Trotta. «Hidelgard siempre hablaba sobre la medicina alternativa, la naturaleza y el ser muy cuidadosos de no destruirla, porque si lo hacemos nos destruimos a nosotros mismos. También escribió contra la corrupción y la dependencia hacia el dinero y las cosas materiales. Cuando llegó la crisis económica pensé este era realmente el momento adecuado para hablar sobre ella», comenta la directora.

Hidelgard von Bingen nació en el año 1098 en el seno de una familia noble en el valle del Rin, en Bemersheim, Alemania. Fue la menor de diez hijos y, como tal, fue entregada a la Iglesia siguiendo la mentalidad de la época. Tenía solo ocho años cuando fue recluida junto a la monja Jutta von Spannheim en la celda de clausura situada junto al monasterio de monjes de Disibodenberg. Desde muy pequeña tuvo visiones, a la vez que padeció de forma casi constante dolorosas enfermedades y migrañas.

Pero fue con 42 años, cuando la celda ya se había convertido en un pequeño convento, Jutta había fallecido y Hildegard era la nueva abadesa, que la religiosa alemana tuvo una visión que cambió su vida para siempre, en la que la luz de Dios se derramaba como una llama sobre su ser. Desde ese día, se encomendó a la tarea de trasmitir todo lo que viera y oyera de forma tan determinada que logró que un comité de teólogos del Vaticano legitimara sus visiones.

Convertida en mensajera de Dios, comienza a escribirlas. Pero su sabiduría no solo la acerca a su fe sino también a la ciencia, plasmando sus conocimientos sobre las propiedades medicinales de las plantas y las virtudes de las piedras preciosas y los metales. Von Trotta no lo duda: «Si ella viviera hoy sería una científica».

Fuerza de espíritu

Hildegard se adentra, además, en la música y, a pesar de no haber recibido ninguna formación, compone más de setenta canciones litúrgicas de una forma que revoluciona el sonido medieval y que aún hoy tiene vigencia.

«En un tiempo en el que las mujeres no tenían permitido leer, estudiar o abrir la boca, Hildegard logró lo que quiso pero de forma muy humilde y diplomática», sostiene Von Trotta, quien ve en estas dos características unas de las claves del éxito de la mística. «Primero trató de ser aceptada por sus visiones y, una vez que obtuvo este permiso, pudo lograr, en cierto sentido, su propia emancipación», señala la directora cuya próxima película tratará sobre la vida de unas las mujeres alemanas más importantes del siglo pasado: Hannah Arendt.

La influencia de Hildegard llegó a ser tal, que era consultada por los personajes más relevantes de la época. Pero el hito que marcó su poder fue cuando, a pesar a negativa de los monjes de Disibodenberg, consiguió el permiso para fundar un nuevo monasterio para mujeres en Rupertsberg, siguiendo una de sus visiones. Su débil cuerpo, que contrastaba con la fuerza de su espíritu, fue una de sus armas: cuando sus esfuerzos chocaban con las limitaciones de los hombres, enfermaba. Ante la negativa del abad cayó enferma y no podía ser movida de la cama porque pesaba como una roca. Pero cuando finalmente logró su propósito se levantó tan deprisa como si nunca hubiera estado indispuesta. Pese a su fragilidad corporal, que en ocasiones la dejaba postrada por años, su fiereza de espíritu la hizo vivir hasta los 81 años y mucho más allá, ya que hoy es considerada una santa, aunque aún no haya sido canonizada.

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