Cine mexicano al cuadrado para abrir San Sebastián
El festival proyectó ayer «Chicogrande», de Felipe Cazals, y «Abel», de Diego Luna
Inauguraba el Festival y la competición «Chicogrande», del mexicano Felipe Cazals, pero se le cruzó por medio otro chico grande, el peculiar personaje de la película dirigida por el también mexicano Diego Luna, titulada «Abel» y que inauguraba igualmente algo: la sección Horizontes Latinos. En fin, que si uno no creyera en la casualidad, pensaría que es una broma de los organizadores: para abrir boca, dos películas mexicanas y las dos podrían haberse titulado «Chicogrande». Pero no podían ser más distintas.
La oficial, la auténtica «Chicogrande», es una película a campo abierto, algo así como un western en tono épico centrado en un episodio legendario de Pancho Villa, herido y escondido en las montañas, pero fijando su vista, en realidad, en uno de sus lugartenientes (Chicogrande) que tendrá que enfrentarse a su viacrucis para llevarle un médico al revolucionario Villa. La dirigida por Diego Luna, producida por John Malkovich, también estrella ayer durante la inauguración, se desarrolla en otra frontera, en la de la cordura y madurez de un niño que siente la necesidad de ocupar el lugar de su padre (ido con viento fresco) ante su madre y sus hermanos… Abel pasa del autismo al surrealismo, y el espectador ha de decidirse sobre la marcha si está ante una comedia o un drama.
Devociones revolucionarias
Tal vez haya en la trastienda del «Chicogrande» de Cazals un trompetazo a la política actual de los Estados Unidos en sus zonas de «conflicto», pues el juego fronterizo entre los soldados estadounidenses en terreno mexicano a la caza y captura de Pancho Villa está tratado en la película con el grosor de un cliché: militar sádico, médico bueno, soldados tontos… , mientras que los resistentes, los revolucionarios tienen la grandeza y el espíritu de lo eterno, o al menos de lo bicentenario, que es el número que se celebra ahora en México de su independencia. Pero esa mezcla de clichés y devociones revolucionarias se queda algo en cueros durante muchos momentos de la película, aunque coge brío y gana intensidad en su tramo final, donde el actor Damián Alcázar hace un notabilísimo esfuerzo por parecerse a Peter Sellers en el arranque de «El guateque», cuando en el rodaje de una escena no acaba de morir con la trompeta en la boca…
Diego Luna, el actor, también es, en cierto modo, otro chico grande, y combina su cara de juerguista y tipo divertido con la seriedad del interior de su primera película como director, «Abel»; una seriedad que no le impide que haga estallar de risa en varias ocasiones al pleno de la sala. La gracia de «Abel» es, acaso, externa, pues en su corazón es de una amargura feroz, con un niño silencioso que estalla en adulto ante el asombro y algo de temor de su madre y sus hermanos. Filmada muy encima, como queriéndose meter en los personajes, pero dándoles al tiempo aire, frescura y personalidad hasta hacerlos comprensibles y queribles… Podría haber caído en la tentación y poco le hubiera costado a Diego Luna hacer un pequeño torcimiento al punto de vista y convertir algún tramo de su historia en algo parecido al «thriller» o al terror modernuqui (la mirada del niño Christopher Ruiz-Esparza da para ello y para cualquier otra cosa), pero quiere contar algo serio, íntimo, muy hondo y suyo sobre soledades, abandonos, relaciones paternales, fraternales, cosas de chicos y grandes.
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