Vito Genovese contra Frank Costello: La verdadera historia de la rivalidad mafiosa más salvaje que ha resucitado Robert De Niro
El director Barry Levinson dirige en la película 'The Alto Knights' el duelo de dos iconos de la Mafia en EE.UU
El doble salto mortal de Robert de Niro en 'The Alto Knights': dos mafiosos en un actor

Robert de Niro es Vito Genovese en 'The Alto Knights', y Robert de Niro es Frank Costello en la misma película. Un ejercicio de esquizofrenia interpretativa, culmen rococó del mafioso por antonomasia en Hollywood, que quiere resaltar el abismo que había entre ambos señores ... del hampa a pesar de lo mucho que les unía. Sí, los protagonistas de esta historia real dirigida por Barry Levinson eran criminales, de origen italiano, implacables cuando tocaba, y bebían de los métodos modernos del que fuera jefe de ambos, el archiconocido Lucky Luciano... Pero hasta aquí llegaban las similitudes. Costello era sedoso en el trato, buen relaciones públicas y diplomático antes que guerrillero. Genovese, en cambio, era un bombardero con patas, pendenciero y bronco en cada aspecto de su vida.
Antes de enfrentarse en su duelo al sol neoyorquino, ambos fueron aliados y tan amigos como lo pueden ser los mafiosos. Lo fueron en los años treinta, cuando Luciano estableció en Nueva York una estructura con dimensiones de multinacional y donde el napolitano Genovese ejercía de subjefe de la familia, el calabrés Frank Costello era 'consigliere' y el judío Meyer Lansky, asesor en materia económica. El tráfico de heroína supuso el ascenso de su organización, pero también fue su perdición. El fiscal especial Thomas E. Dewey consiguió en 1936 una acusación en firme contra Luciano por mantener a prostitutas bajo su control valiéndose de drogas. El siciliano continuó desde prisión al mando de los negocios de la familia a través de Genovese, cuya situación judicial no era mejor. En 1937, el sucesor tuvo que escapar a Italia para evitar rendir cuentas por el asesinato de un antiguo socio.
Genovese se ganó en Italia la simpatía y las prebendas de Mussolini presentándose como una víctima de la «plutocracia americana», lo que no fue estorbo para que, ante la inminente caída del régimen, ayudara a los Aliados a desembarcar en Sicilia. Despojado del traje de fascista, Genovese se presentó como traductor y guía al ejército norteamericano para lucrarse a manos llenas con la desordenada red de suministros de guerra. Al napolitano se le tenía por alguien «absolutamente honesto», según un informe del Ejército, y pudo regresar con ciertas garantías a EE.UU. en 1946. Sus problemas legales se evaporaron cuando el principal testigo del caso cayó fulminado tras beber un vaso de agua con suficiente veneno para «matar a ocho caballos», en palabras de un perito de Nueva York.
El sicario reclama el trono
Genovese quiso retomar su carrera gansteril allí donde la había dejado. No obstante, con Luciano en Italia el recién llegado se topó con que Costello se había elevado como el indiscutible dueño de la Costa Este. Con su voz ronca, sus modales suaves y sus contactos políticos, Costello está considerado la principal inspiración de Vito Corleone en la célebre novela de 'El Padrino'. Un carácter templado que no era incompatible con la brutalidad típica del gremio: no se llega a la cabeza del crimen sembrando naranjos.
La organización del denominado Primer Ministro solo tenía dos puntos flacos cuando Genovese, un padrino sin familia, arribó a Nueva York dispuesto a crecer o morir. Por un lado, un poder tan absoluto que parecía difícil de mantener a largo plazo y, por el otro, Albert Anastasia, su lugarteniente, un hombre de mecha corta que se encontraba fuera de control. Con el objetivo de derrocar a su viejo amigo, Genovese reconstruyó en torno a sí una familia y se concentró en el tráfico de drogas. Esta labor de años se materializó el 2 de mayo de 1957 con un golpe de estado contra el poder de Costello. Una bala pasó de refilón por la frente del Primer Ministro cuando regresaba a su casa. Consciente de que Genovese no había movido ficha sin asegurarse antes la lealtad del resto de familias, el calabrés anunció su intención de retirarse del negocio y vivir sin más el resto de su vida.
Costello se echó de forma inesperada a un lado, pero no así Anastasia, quien se proclamó jefe de los jefes sin consultar al resto. El Verdugo, amo y señor de los sicarios de la ciudad, se colocó como la última piedra en el ascenso al trono de Genovese. Una piedra algo inestable, en tanto ninguna de las familias apreciaba al agresivo gánster. Solo seis meses después del atentado a Costello, el 25 de octubre de 1957 los «muchachos» de Carlo Gambino, mano derecha de Anastasia, irrumpieron en la barbería del Park Sheraton Hotel de Manhattan y asesinaron al aspirante.
Muerte entre las flores
Esta muerte dio vía libre a que las cabezas de familia reconocieran la autoridad de Genovese, quien organizó el 14 de noviembre de 1957 una reunión con los jefes de la Cosa Nostra que sería conocida como la Conferencia de Apalachin. Aquella fue una demostración de su poder y también uno de los episodios más disparatados de la historia criminal. La inesperada llegada de la policía obligó a un centenar de jefes venidos de todo el territorio americano a escapar a la carrera con sus carísimos trajes de corte italiano por el bosque cercano a la mansión.
El napolitano siguió siendo jefe incluso después de su encarcelamiento, en 1961, condenado por tráfico de drogas. Desde la prisión en Atlanta dirigió las operaciones hasta su muerte ocho años después y hasta orquestó el asesinato de Frank Franse, quien había tenido una relación con su esposa. Costello, por su parte, mantuvo la influencia en su retiro y fueron muchos los jefes que siguieron peregrinando a su ático en el Waldorf Astoria en busca de consejo. Él seguía jurando que había cambiado la metralleta por la pala de jardinería y exhibió algunas de sus flores en muestras locales, pero era bien conocido que su elegante sombra planeaba por los bajos fondos. A principios de febrero de 1973, sufrió un ataque al corazón en su casa de Manhattan y murió días después de la forma más improbable para un poderoso capo: tumbado plácido en la cama de un hospital a los ochenta y pico años.
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