Una mañana en La Gaviota: de visita en la casa de 'El Sur'
En Villa Carmen, un chalé emblemático en La Rioja, Víctor Erice, que vuelve ahora a Cannes con su nueva película, rodó esta obra maestra estrenada en el Festival hace 40 años. Recorremos los escenarios junto a quienes vivieron y trabajaron en aquel rodaje en el invierno de 1983
El regreso de Víctor Erice al cine 30 años después de su retirada se estrenará en Cannes
Exterior de la casa en la que se rodo la película 'El Sur'
Saliendo de Ezcaray en dirección Valgañón hay una carretera estrecha y coqueta flanqueada de árboles. Son castaños de indias y hay algún chopo infiltrado. Tienen más de cien años, luego han visto cosas; la ley los protege por su «valor paisajístico e interés cultural». ... Todas las primaveras, ahora mismo en mayo, los castaños exudan racimos de florecillas blancas; en la orilla del camino parece como si hubiera helado con sol y 20 grados.
No hay que recorrer mucho por esta carretera -saliendo de Ezcaray, digo- para llegar a una verja azul que rompe un muro de piedra que en invierno hospeda abundante musgo. Si uno tiene suficiente imaginación y demasiado cine a cuestas es muy posible que en este punto le asalte una voz melancólica, de niña con recorrido. Dice así: «Vivíamos en las afueras, en una casa alquilada, La Gaviota. Estaba situada en tierra de nadie, justo entre el campo y la ciudad, al lado de un camino que mi padre llamaba La Frontera». Hemos venido hasta aquí, desde muy lejos, para abrir esa cancela. Para entrar en 'El Sur' sin salir del Norte, de La Rioja. Ya estamos en La Gaviota, es decir, en Villa Carmen.
Hace 40 años, el equipo de Víctor Erice se encontraba buscando una casa que respondiera al patrón imaginado por Adelaida García Morales, a la sazón pareja del director y autora del relato en el que se basó esta cinta emblemática del cine español. Buscaron, sin éxito, por Zamora, ciudad en la que teóricamente se ambienta la película y que, de hecho, aparece en un plano general al amanecer. Entonces, alguien les habló de Villa Carmen, una casona de tres plantas y buhardilla a la salida de Ezcaray. «La mujer de Elías Querejeta (productor de la cinta) conocía a alguien de Santo Domingo de la Calzada, que le habló de esta casa; después, Primitivo Álvaro (jefe de producción) tuvo que trabajárselo muchísimo para que se la alquilaran», explica a ABC Josefina Garrido. Josefina, hija de los guardeses de Villa Carmen, vivió en primera persona el rodaje cuando tenía 20 años. Es ella quien nos abre la verja azul (que no negra) de Villa Carmen. Es la primera vez que la prensa entra aquí.
Un chalé centenario
Es esta una propiedad señera, inconfundible. En el pueblo, antaño, la llamaban a secas 'el chalé', por ser la única de este tipo en la zona. La casa suma 400 metros, con una gran parcela de una hectárea junto a la avenida de los castaños, con el monte en la trasera, suficientemente apartada del pueblo como para ficcionar ese micromundo en el que la pequeña Estrella crece, en la posguerra, «acostumbrándome a estar sola y a no pensar demasiado en la felicidad», tratando de desentrañar el misterio de un padre frustrado que dejó en el Sur algunos cabos sueltos.
Villa Carmen se levantó en el primer tercio del siglo XX. Nadie sabe decir exactamente cuándo, pero con gran probabilidad en torno al año 30. La habitaba por entonces un pintor junto a su esposa, esa Carmen que bautizó al conjunto. Es en el año 1936 cuando pasa a manos de sus actuales propietarios, la familia Del Río, que decide mantener el nombre. «Mi abuelo era ingeniero de caminos en Bilbao y andaba buscando una casa por esta zona porque los médicos de la época le dijeron que era lo mejor para una hija que tenía con asma. Estuvieron dos veranos de alquiler y luego la compraron. Fueron de los primeros veraneantes de Ezcaray. De hecho, la guerra les pilló aquí y ya no volvieron a Bilbao hasta que entraron los Nacionales», cuenta Alfonso Medina, uno de los ocho hijos de la actual propietaria, Begoña del Río, todos residentes en Madrid.
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En 1982, cuando apareció por Ezcaray el equipo de producción, cuatro hijos del ingeniero Luis del Río, ya fallecido, ostentaban la propiedad. «A mis tíos les parecía bien que se hiciera la película, nos daban un dinero y ellos tenían una visión más pragmática; mi madre, en cambio, lo veía de una manera más romántica y no le hacía gracia que invadieran la intimidad de la casa. Años después se reconcilió con la película», añade Medina. El alquiler se cerró en un millón de pesetas, «si no me equivoco». Aquello dio después para la obra de una fosa séptica y todo tipo de mejoras y reparaciones. Desde entonces, la familia Del Río -familia enorme: ocho hijos y 22 nietos tiene doña Begoña- viene pasando vacaciones, puentes y algún fin de semana.
Interior del chalé donde se grabó la película de Víctor Erice
Pero volvamos a la verja, al pie del paseo de los castaños de indias, ahora urbanizado con un bordillo y banquitos para los paseantes. Allí nos espera aún Josefina Garrido, la hija de los guardeses. En este lugar vivió con sus padres y su abuela hasta que se casó en los 90. Viene cada día, mantiene la propiedad, atiende a los curiosos y alimenta a cinco gallinas, que eran nueve hasta que el año pasado un raposo hizo tremenda carnicería. Junto a Josefina paseamos por el jardín frontal. Reconocemos esta pérgola y la fachada picuda de Villa Carmen: aquí ha sucedido un milagro, una película única. Todo está igual y todo está distinto. «El ambientador se dedicó a ensuciar la casa», explica Josefina. Se requería un poco de decadencia, de manera que se pintaron de marrón los alerones azules y a la fachada se le dio una pátina gris. Sobre un castaño, hoy demediado, se colocó un columpió en el que la pequeña Estrella (Sonsoles Aranguren) se balancea cuando advierte la llegada en moto de su padre Agustín (Omero Antonutti).
El rodaje mágico de Sonsoles Arangueren
Aranguren, a día de hoy supervisora de efectos visuales, rememora aquellos días de rodaje de su infancia: «El jardín me encantaba y me daba mucha pena no poder jugar en él porque hacía muchísimo frío. Era una casa estupenda, preciosa. Me maravillaba viendo cómo hacían y deshacían nuevos espacios. José Luis Alcaine (director de fotografía) iluminaba una habitación y ¡zas!, era un nuevo lugar con ese aire tan misterioso y bello de la película». La magia del cine, ya saben; en especial para una niña. A diferencia de la otra Estrella, la actriz y directora Icíar Bollaín, Sonsoles Aranguren no volvió jamás a actuar: «Mis padres no quisieron», confiesa a ABC en su primera entrevista en prensa en estos 40 años. Conserva «bastantes y muy buenos recuerdos» de aquellos días de invierno en Ezcaray, pero reconoce que no es este un trabajo para menores: «Es una experiencia bastante excepcional y a la vez muy atractiva que para una persona de esa edad no es fácil de gestionar y puede desestabilizarla en un momento crucial en el que se forma su personalidad».
Más mayor que la pequeña Sonsoles, Eduardo Masip, que en la actualidad regenta junto a sus hermanas un restaurante en Ezcaray, recuerda cómo él y otros familiares tuvieron que ir al monte a recoger hojas caídas para recrear esa tupida alfombra otoñal en la carretera que contemplamos al inicio del metraje. Masip contaba 22 años y estaba mano sobre mano la mayor parte del año porque «aquí en el pueblo no había apenas trabajo». El auge turístico e industrial de la zona todavía estaba al caer. La llegada del equipo de 'El Sur' tuvo a varios integrantes de la familia Masip empleados varios meses, aunque el rodaje en sí se efectuó entre diciembre de 1982 y enero de 1983, «con frío, nieve, de todo: el tiempo ayudó», añade Josefina. Además de echar una mano a producción, los disparos de escopeta que supuestamente realiza Omero Antonutti en el monte son contribución de Eduardo, en off, a la película. Su tío Pedro sí figuró en el celuloide: lo vemos sonriente, fumando un puro, en el famoso baile de la comunión de Estrella. Allí, detrás de cámara, estaban también Josefina y sus padres aplaudiendo al ritmo del pasodoble 'En er mundo'.
Jardín y exteriores de 'La Gaviota'
Continúa Josefina: «Cuando llegó el equipo cambiaron toda la decoración por dentro. Yo hice un inventario de los muebles, habitación por habitación; sólo dejaron el piano, que se usó para la comunión». En su lugar, entraron en Villa Carmen, ya convertida en La Gaviota, los muebles y los libros de la familia Masip, «de una casa de más de 200 años del pueblo», precisa Eduardo. Algunos de los libros, interviene su hermana, se «extraviaron» por el camino. A cambio, ellos se quedaron con Simbad, un pastor alemán que vino con el equipo y vemos correr tras la bicicleta de Estrella adolescente (Icíar Bollaín). Ah, y lo más importante de todo, los chicos de Erice trajeron consigo la icónica veleta que a día de hoy sigue coronando la casa. Esa veleta vale oro en concepto de memoria cinematográfica.
Durante el rodaje, Josefina y sus padres vivían en la planta baja. «Al principio era una novedad, luego se volvía cansino: estaban ahí mañana, tarde, noche, repetían mucho las tomas. Y claro, algunas grabaciones eran a las cinco de la mañana, como cuando buscan al padre y ahí estaban temprano pegando gritos: ¡Agustín! ¡Agustín!». Los actores y los cabecillas de la producción dormían en el hotel Echaurren, un establecimiento clásico con restaurante dos estrellas Michelin. El resto del equipo técnico, en pisos alquilados. «Tenían una caravana enorme en el lateral del jardín y allí comían durante el rodaje, aunque Omero Antonutti se venía a comer con nosotros a veces», añade Josefina. Eduardo Masip recuerda al actor italiano, fallecido en 2019, como «un tío más raro que Matusalén, muy serio, muy seco».
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Los Masip iban los fines de semana junto al equipo de Erice a ponerse las botas en un asador de Zorraquín. «Comíamos como reyes», comenta. Sonsoles Aranguren encomia también el catering. Claro que para ella, señala, todo eran atenciones: «Me mimaban, bromeaban conmigo, cada uno me enseñaba sus distintos oficios. Víctor Erice fue maravilloso, me contaba el plano poniéndome en situación como un cuento, inventaba un mundo y me envolvía con él; cuando rodaban yo ya estaba en esa otra realidad». Estaba realmente en 'El Sur'.
La buhardilla del zahorí
Proseguimos la visita en Villa Carmen; Josefina nos lleva a la primera planta: los muebles son distintos pero el arco que separa los dos saloncitos, bajo el que bailan Estrella y Agustín en la escena más memorable de la cinta, sigue ahí. También está la escalera, inconfundible a pesar de haber sido pintada de blanco. Arriba, en la tercera, se encuentra la habitación de la niña; aquí tiraron un tabique para enfocar de lejos a Estrella descubriendo el péndulo del padre ausente con la luz del amanecer. El mismo padre, el atribulado Agustín, que, una planta más arriba, en esta buhardilla ahora repleta de camas para los muchos nietos de doña Begoña, inicia a la pequeña en los misterios del zahorí: «No aprietes mucho los dedos, ahora cierra los ojos, sin pensar en nada…».
Fotografía de la buhardilla del chalé 'La Gaviota'
Con la primavera, Villa Carmen dejó de ser La Gaviota. Regresaron los muebles de la casa y la fachada se repintó. Desde entonces, en estos 40 años, los curiosos han ido pasando con cuentagotas junto a la verja azul. «A muchos les abro y les enseño el jardín, pero no el interior», explica Josefina. Sí se le concedió esa confianza a un japonés venido expresamente a España para recorrer las localizaciones de 'El Sur' y 'El espíritu de la colmena'. Cuando apareció ante Villa Carmen, la familia al completo se encontraba en el chalé. «Venía con toda una carpeta llena de fotos, se había hecho un mapa de la casa en función de lo que se veía en la película e iba entrando en cada habitación, comparando con las fotos y suspirando de emoción», señala Alfonso Medina. En la librería El velo de Isis, Ivo Iglesias y su pareja suelen tener ejemplares de la novela de Adelaida García Morales bien a la vista, con una notita explicativa de su relación con el pueblo.
Pero Ezcaray no era, ni mucho menos, la estación término de 'El Sur'. El Norte era sólo la mitad del viaje. Nada salió como estaba previsto, aunque quién se atrevería a decir que salió mal. En aquella primavera de 1983, Víctor Erice montó la película para el Festival de Cannes con el acuerdo de rodar la segunda parte, que transcurría en la provincia de Sevilla. La cinta se pasó el último día de aquella edición, el 23 de mayo. Justo 40 años después, Erice regresa a la Croisette con su nueva película, 'Cerrar los ojos'. En el 83 andaban por ahí Robert Bresson y Andrei Tarkovski. Las críticas fueron buenas. Elías Querejeta decidió que tal y como estaba era perfecta y que, por tanto, para disgusto de Erice, la filmación en Andalucía se cancelaba.
Aún hoy, Víctor Erice es incapaz de sustraerse a la emoción cuando recuerda que el equipo nunca viajó a Sevilla. Al cabo del rodaje, explicó en una presentación, «todos estábamos en la misma situación que Estrella al final de la película, haciendo las maletas para viajar al Sur… pero nunca llegamos». No salieron del Norte. Yo, por mi parte, cierro la cancela azul de Villa Carmen, rehago a pie la carretera de los castaños y enciendo el coche. De lejos aún se advierte la veleta que corona La Gaviota. Ahí, a la salida de Ezcaray dirección Valgañón, vuelve a manifestarse una voz melancólica: «Aunque no lo demostrara, yo estaba muy nerviosa: por fin iba a conocer el Sur». En ocho horas estaremos en Sevilla.