Kiti Mánver: «Lo dejaré cuando mi cabeza deje de funcionar»
La veterana actriz, con más de cinco décadas de carrera, recibe hoy la Espiga de Honor de la Seminci de Valladolid

Kiti Mánver (Antequera, 1953) ha trabajado con los mejores directores de este país, ganado un Goya y llegado a la cima de la profesión, pero no ha perdido la humildad del que empieza por abajo. La actriz, que ha sido «hormiguita» y ha hecho ... hasta «carga y descarga e iluminación» en el mundo del cine, sigue aprendiendo a sus 70 años con la misma modestia con la que a los 40 recibió la bronca de un Enrique Urbizu que era «un crío» en el segundo día de rodaje de 'Todo por la pasta', que le valió un 'cabezón', el único de su carrera. «Me trincó y me dijo: Kiti, ese no es el personaje», cuenta.
Dice no ser «mitómana» ni le gustan las etiquetas, pero le resulta imposible despreciar la de chica Almodóvar, que lleva a mucha honra porque le da «mucha vida». También se la insufla un vistazo a su filmografía, con papeles memorables a las órdenes de José Luis Garci, Fernando Trueba, Basilio Martín Patino, Icíar Bollaín o Marina Seresesky. Y aunque se considera «actriz desde pequeña», cuando sintió una especie de llamada y quedó «extasiada», y tiene claro que su profesión y ella van juntas, se retirará, por respeto, en el momento en el que su «cabeza deje de funcionar» porque no quiere «forzar nada». Entonces, se dedicará a tiempo completo, ella que es «un poco hiperactiva», a su huerto: «Me hace un bien increíble, me produce una felicidad… me enseña muchísimo», asegura. Casi tanto como la actuación, por cuya trayectoria ha recibido la Espiga de Honor de la Seminci de Valladolid, broche dorado a una carrera en la que no abundan los premios, sino los méritos propios.
–Cinco décadas en la profesión se dicen pronto. ¿Han cambiado mucho las cosas?
Sí. Los directores y directoras se atreven a contar más géneros de los que había antes, cuando predominaba mucho la comedia o el cine más de transición, y todo era más hermético y difícil porque estaba en funcionamiento la censura. Tampoco hay tanta diferencia entre la gente de cine y la gente de teatro. Ahora los directores tienen una formación y disfrutan con la dirección de actores mucho, y eso se nota muchísimo.
–¿Y como actriz, se nota la mejoría en los papeles?
A mí me ha tocado un trocito de las privilegiadas, porque se están abordando personajes de mujeres mayores, y protagónicos además. Antes nos limitábamos a hacer las tatas, las abuelas, las porteras, en fin, este tipo de personajes, las mamás y tal, o las abuelas. Y ahora esas abuelas, esas mujeres, se han convertido en protagonistas, ¿no? Se están empezando a contar historias que nos importan mucho a todos, porque hay un montón de vida y un montón de cosas que hay que contar. Es lo que me hace quizá más feliz, aunque todavía faltan muchos pasos que dar, la presencia de la mujer en el cine.
–Abuelas que, como las mujeres jóvenes, no rehúyen el sexo. Le pasó a Petra Martínez en 'La vida era eso' y ahora a su personaje en 'Mamacruz', que descubre el placer tardío. ¿Le dio reparo desnudarse para la película?
Cuando tienes un equipo del nivel, terminan siendo familia y hay un gran respeto por el trabajo que se está haciendo. Solo hay los desnudos imprescindibles y todo se trata con mucha delicadeza. A mí me daba más pudor ponerme unas bragas enormes y ropa que constriñe a la mujer, porque dentro de la narración de la película tiene mucha importancia.
–¿Es el cine cruel con las actrices a partir de cierta edad?
Sí, desaparecemos, a no ser que te limites a ser la mamá de, la abuela de o la portera de la finca. O una monja por allí perdida. Se están dando pasos, en estos últimos años se empiezan a ver más historias, pero es inevitable porque, como dice Patricia Ortega ('Mamacruz'), los algoritmos nos están haciendo la puñeta. No todo va a ser contar historias de adolescentes, que por supuesto también lo pasan fatal y les suceden muchas cosas, pero lo realmente importante empieza a pasar cuando ya has pasado la madurez, incluso en la propia madurez, y más adelante.
–Imagino que, en una carrera tan larga, hay altibajos. A veces el teléfono no cesa y otras, en cambio, deja de sonar.
Sí, yo tuve la suerte de tener gente que me ha asesorado muy bien, me ha querido mucho, me ha empujado, y también metieron en el mundo de la producción. Yo eso de quedarme esperando un teléfono.... desde los 25, aunque empecé a los 16, salvó mi vida profesional. Los primeros diez o quince años fueron muy difíciles porque además de que no entiendes muy bien la profesión, te asustas, eres una pardilla en definitiva. Y yo he dejado la profesión en más de una ocasión, pero desde que hago producción me ha salvado la vida porque seguía aprendiendo muchas más cosas de todos los oficios que componen esta maravillosa profesión. Estar pendiente de una llamada de teléfono no se lo deseas a nadie.
–¿Cómo sería su jubilación dorada? ¿Es de las que muere con las botas puestas o una retirada a tiempo es una victoria?
No voy a tener el frenesí con el que antes de la pandemia venía trabajando porque estaba agotada, no quiero seguir trabajando de esta manera tan potente. Y mira que a mí me gusta mi profesión, mi profesión y yo vamos juntas, pero había partes de mí que tenía olvidadas. Ahora sigo trabajando porque me encanta mi profesión, pero si mi cabeza empieza a no funcionar, si voy perdiendo precisión, lo dejaré, porque tengo mucho respeto por el público y por mí misma también. No quiero forzar nada.
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