Premios Goya 2024
Valladolid era una fiesta y la gala una 'manifa' interminable
«Nadie se acordó de los niños israelíes. Ni de las mujeres violadas, torturadas y asesinadas en los kibutz por parte de Hamás. Ni una palabra»
Así ha sido el emocionante discurso de Sigourney Weaver en los Goya y su guiño al doblaje español

Los niños de la Cañada Real, las mujeres acosadas, los palestinos y las palestinas, la diversidad racial, el pueblo argentino, que está sufriendo mucho, las salas de cine, la trata de blancas, la explotación sexual, las personas que sufren Alzheimer, las personas trans, las niñas ... que quieren hacer cine y no las dejan, la emergencia climática, las lesbianas, los gays y hasta los nominados que nunca han ganado un Goya. Todas y cada una de las reivindicaciones posibles tuvieron su lugar en el escenario de la 38 edición de los premios Goya, que podrían ser premios de cine o del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. En realidad, la temática es lo de menos, todo es solo una excusa para poner en 'prime time' todas las luchas sociales imaginables.
Bueno, no todas. Nadie se acordó de los niños israelíes. Ni de las mujeres violadas, torturadas y asesinadas en los kibutz por parte de Hamás. Ni una palabra. Y yo solo podía pensar en Sigourney Weaver, el Goya Internacional de esta edición. Supongo que estaría pensando en dónde se había metido. Cualquier persona normal estaría escandalizada por la falta de empatía hacia el pueblo judío de esta gente. No es muy normal en su país esto de excluir a una parte de las víctimas solo por su religión. Ni en casi ninguno, en realidad. Pero, en fin, esto es lo que hay: pegatinas, paipay y caras de compromiso. También se le pasó a la 'gran familia del cine español' enviar apoyo y consuelo a las familias de los guardias civiles asesinados en Barbate. Y al campo. Se les debió pasar esa reivindicación a todos porque no escuché ni una sola mención a los ganaderos, los agricultores y los pescadores del país. Aunque eso tampoco es del todo cierto. Rodolfo Montero, cineasta cántabro, quiso salir ayer a las puertas de la Feria de Valladolid para saludar a los seiscientos agricultores allí concentrados. Se llevó una ovación y le honra la valentía.
Y eso que la mañana comenzó con la noticia de que los tractores levantaban la bandera blanca y dejaban la lucha en pausa para no dar el gustazo a Sánchez. La ciudad no se merecía altercados en un día como ese, nos decían. Y se agradece la cordura. En cualquier caso, la 'sanchosfera' quiso salir a manifestarse a mediodía, partiendo la ciudad en dos. De aquí para allá, Berlín Este. De aquí hacia el otro lado, Berlín Oeste. Y yo, mientras tanto, en la Puerta de Brandenburgo, que era la Estación de Valladolid-Campo Grande, viendo llegar trenes llenos de artistas junto a los vecinos, que se volcaron para ver a las estrellas. No solo en la estación sino también en los hoteles. Y en los bares. Porque Valladolid se convirtió en un vermú inmenso, en un aperitivo sin fin, pero sin apenas invitados famosos, que se preparaban en ese momento para la gala en sus habitaciones. Se dejaron ver Coronado, Hovik Keuchkerian y algún otro, que luego volví a ver en la alfombra roja, que, por cierto, era rosa.
Por esa alfombra pasaron todos y de tanta reivindicación aquello parecía una manifestación interminable que duró más de tres horas y que sirvió para ver a la vez y en el mismo lugar a toda la gente que te suena del mundo. Y para confirmar que las mujeres, por lo general, visten muy bien y los hombres, por lo general, muy mal. Excepto Coronado, que está en otro nivel. Y Penélope Cruz, que está en otra dimensión. También destacables los Javis, que demostraron que son capaces de transmitir y de comunicar con solvencia y levantar una gala con actuaciones mediocres y en la que Ana Belén estuvo especialmente perdida, sosa y desconectada.
Y, mientras tanto, en la tele una realización especialmente sectaria, que nos ponía la cara de Yolanda Díaz, de Ana Redondo o de Pedro Sánchez cada vez que se hablaba de la necesidad de igualdad en el mundo. No vi ni un solo plano de la gente del Ayuntamiento de Valladolid, que, por cierto, son los que pagaban la fiesta. Otro olvido me temo. Y eso a pesar de que, la ciudad fue una de las grandes triunfadoras de la jornada. Les juro que ahí no había un auditorio y aún me pregunto cómo lo han hecho. Podrían dejarlo de modo permanente y así no tenemos que repetirlo cada año. Sucede lo mismo con las reivindicaciones.
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