Christopher Nolan: el cineasta que domeñó el tiempo y el espacio busca su primer Oscar
Con 'Oppenheimer' sublima su arte y busca convencer a los académicos de que le den por fin el Oscar, una estatuilla que puede levantar el domingo en las categorías de mejor película, director y guion adaptado. Su cinta opta en total a 13 premios, y es la favorita junto con 'Pobres criaturas'
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A Christopher Nolan el cine le sorprendió en un callejón trasero y le robó su vida anterior. No es una exageración: Nolan –educación exquisita de internado inglés– se metió con sus colegas en un sótano mugriento al que llegaron a través de unas escaleras que se hundían bajo el suelo del West End de Londres. Cruzaron una vieja puerta roja y dentro encontraron el paraíso bajo una tonelada de polvo. En aquella ratonera de hormigón estaba el viejo almacén del Bloomsbury Theatre, propiedad de la University College London. Un hallazgo inesperado para alguien al que su madre había guiado para ser arquitecto: cámaras viejas, celuloide roído, proyectores desfasados. Hasta allí llegó liderando, con su imantada personalidad, a un grupo de jóvenes que empezó a orbitar en torno a su figura, colaboradores necesarios de lo que por entonces aún era una mínima semilla insertada en su cabeza. Ahí conoció a la que primero sería su novia, luego su primera colaboradora, después su mujer y siempre su productora, Emma Thomas. Así que sí, no era una exageración: Nolan entró al callejón sin saber qué quería ser y salió pergeñando la que hoy es una de las carreras más autorales, ambiciosas y, al tiempo, comerciales del último Hollywood. Un nombre que es una marca entre cinéfilos y 'casuals', un creador capaz de filmar atmósferas singulares y un cerebro único para desentrañar los universos que crea. O no. «Hay cierto placer en no conocer las respuestas», ha dicho en más de una ocasión.
Porque Nolan es pura contradicción. Mejor dicho, es pura lógica dentro de su universo etéreo, gaseoso, que solo tiene sentido tras su cámara. El más racionalista en su puesta en escena desde Kubrick, su cine es pura geometría, arquitectura en cada toma; y, al tiempo, un enmarañador de tramas, urdidor de guiones –junto con su hermano– capaces de hacerle volar la cabeza al Einstein que graba a lo lejos en 'Oppenheimer', la película con la que este domingo podría ganar su primer Oscar como mejor director.
«El cine es capaz de poner en crisis la confianza de los individuos contemporáneos en la experiencia ordinaria de las cosas», escribe Vicente Monroy en 'Contra la cinefilia'. Eso le pasó a Nolan y eso trata de hacer que vivan sus espectadores. «¿Qué podemos aceptar como real? Es la pantalla el lugar en el que se ofrecen infinitas posibilidades», filosofó un cineasta que es lector de T.S. Eliot, de Jorge Luis Borges, que se educó con 'Blade Runner', 'Terciopelo azul', 'Akira'. «Las películas se volvieron indistinguibles de nuestros recuerdos». ¿Acaso no engloba esa frase todo su cine, de 'Memento' a 'Origen', de 'Interstellar' a 'Tenet'? Nolan consigue que ante su cámara exploten unas ideas en sí mismas tan complejas como la vida y, sin duda, más embaucadoras. La idea de la memoria líquida, del tiempo elástico, del individuo como ser en construcción. Todo eso estaba ahí, siempre, en su mente. Y el cine, agazapado en aquel sótano, le hizo sacarlo para siempre.

Su llegada a la dirección es tan imposible como la carrera que edificó después. Pero ambas son reales. Su primera película –sin haber estudiado cine– la rodó tarde, con 28 años, y con sus compañeros de aquel tugurio que habían bautizado como Sociedad de Cine. A los 23 se había licenciado en la UCL de Literatura inglesa y, al no poder ingresar en la escuela de cine, se puso a trabajar de cámara. En ese tiempo deambuló mucho, y en esos paseos se fijó que entre que la gente, la «muchedumbre», nadie seguía los pasos de otro. Se le ocurrió una idea, rodar una película sobre la soledad en medio de la multitud. Tardó un año en filmar 'Following', su debut, y se gastó poco menos de 3.000 libras de su bolsillo, ya que nadie de una industria que le era ajena quiso invertir. Solo rodaban los sábados porque todos tenían otros trabajos. El guion se reescribía según quién iba o venía y nadie parecía tener muy claro de qué iba eso o si iba a llegar a algún lado. Pero la concluyeron. La posprodujeron (ahí se fue el mayor pico de presupuesto) y para sorpresa de todos un desconocido llamado Nolan, con una película que nadie salvo sus colegas sabía que estaba rodando, irrumpió en el Festival de San Francisco y empezó a ganar premios. 'Following' fue un éxito (recaudó «solo» 50.000 dólares en el circuito independiente) sacado de una mente brillante que usó todas las limitaciones que tenía para beneficio de la historia: el blanco y negro (el celuloide era más barato) le deba «un efecto expresionista», las tomas en la calle sin permiso hacían más creíble la idea de ese escritor que persigue a personas para encontrar a su musa, y el rodaje dilatado en le tiempo le regaló esa atmósfera atemporal.

Una carrera coherente
En 'Following' ya estaba la idea de la memoria, la personalidad, el tiempo. «Nuestras vidas funcionan en orden cronológico pero, al contarnos, al describirlas a otros, rebobinamos, vamos alante y atrás para añadir detalles olvidados», escribe Ian Thomas en la biografía de Nolan (Libros Cúpula). Pero todo lo sublimó con su primer trabajo «profesional», 'Memento', hoy una obra de culto que empezó en una charla con su hermano Jonah, guionista, en coche mientras cruzaban EE.UU. De aquella conversación Jonah publicó el relato 'Memento mori' en 'Esquire' y la idea le suena a todo el mundo: un hombre que es incapaz de generar recuerdos recientes se levanta de golpe con un tatuaje en su pecho: «John G. mató y violó a tu mujer». Christopher sabía que ahí había una película, pero no era capaz de desentrañar cómo convertir esa historia en cine. Tardó meses hasta dar con el eureka: contarla en primera persona, haciendo al público también amnésico, sin saber qué pasa ni quién es nadie. Ideó un plan: cada escena termina con el inicio de la anterior. Así, si cada escena se volviera a montar en orden cronológico todo tendría sentido; pero en la irrealidad de la gran pantalla, todo funcionaría como un puzle del que sería imposible despegar los ojos. De nuevo, sus obsesiones sobre la memoria, el individuo, el tiempo…
Para 'Memento' ya le dieron 4 millones de dólares. La industria le abría la puerta, aunque solo la trasera. No importó. Nolan ya estaba ahí, en el mejor de los tiempos para que sus ideas funcionaran, y no lo iba a desaprovechar: empezaba a triunfar Kathryn Bigelow, David Fincher, Steven Soderbergh ya estaba asentado. Eran los tiempos de 'Sexo, mentiras y cintas de vídeo', de 'El club de la lucha', de 'Cómo ser John Malkovich'. Las Wachowski estaban a meses de estrenar 'Matrix'. En definitiva, eran tiempos donde la generación X se preguntaba quién era y a dónde iba. Y Nolan se hacía esas mismas preguntas. ¿Las respuestas? Para qué.

Después de 'Memento' llegaría 'Insomnio' (2002), un 'remake' que le serviría para consolidarse al dirigir a estrellas como Al Pacino, Robin Williams y Hilary Swank. También, para meterse en el bolsillo al estudio que se la encargó, Warner (Nolan rodó dos finales, sabedor de que los ejecutivos le iban a apretar). Todos salieron tan encantados de la experiencia (recaudó 114 millones) que le encargaron hacerse cargo de una franquicia que hasta entonces solo se había mirado desde el lado de la adaptación más liviana de los cómics. Nolan cogió a ese caballero oscuro y le sacó su faceta existencial. 'Batman' lo cambió todo.
El caballero renace y gana
Mientras cambiaba el mundo de los superhéroes modernos ('Batman Begins' en 2005, 'El caballero oscuro', 2008, y 'La leyenda renace', 2012) rodó 'El truco final' (2006) y 'Origen' (2010). Cinco películas sobresalientes en apenas siete años. Cuando se quitó la presión del hombre enmascarado pudo tomárselo todo con más calma. Ya había encontrado su hueco en Hollywood, ya podía exigir presupuestos que a otro «autor» no le iban a dar y tenía la autoridad de poner sobre la mesa los temas que quería explorar. Llegó así 'Interstellar' (2014), 'Dunkerque' (2017), 'Tenet' (2020) y ahora 'Oppenheimer' (2023). Un título cada tres años, pero todos con la misma base común, la obsesión de Nolan por adentrarse en la mente, por doblar la realidad, por investigar sobre la identidad. Si hubiera sido arquitecto, como su madre quería, podría haber modificado una casa, una calle, una ciudad; con el cine, el gran entretenedor del mundo podía modificar todo. Era omnipotente dentro de sus películas. El gran hacedor en su mundo digital.
Si a Kubrick le decían que era el favorito de los arquitectos, de Nolan los que le critican dicen que es el favorito de aquellos que quieren parecer más listos de lo que son. La verborrea de sus protagonistas es legendaria. También le dicen que sobreexplica sus películas, que pone música de clímax en cada toma y que retuerce todo para que todo encaje. Tiene escenas en las que un astrofísico le explica a otro cómo funciona un agujero negro para que, en realidad, sea la audiencia la que lo entienda. En 'Tenet', a los diez minutos una científica explica al protagonista los fundamentos del tiempo invertido para que nadie en la butaca se pierda. Y en 'Dunkerque' casi cada vez que cambia de escenario (tierra, mar o aire) aparece un reloj para recordarte su idea de que el tiempo es relativo. Qué importa. Nolan ha conseguido llenar salas de gente que jamás iría a ver una película de autor, o de género, o de lo que sea que haga Nolan. Igual que Tarantino, se ha convertido en una figura de culto para aquellos cinéfilos que no quieren saber qué es 'Cahiers du Cinéma'.
Con 'Oppenheimer' (y de mano de 'Barbie') salvó la taquilla mundial en 2023 y este domingo es el favorito para ganar el Oscar a mejor película, director, actor protagonista (con Cillian Murphy) y secundario (Robert Downey Jr.). Y todos los técnicos, por supuesto. No está mal para alguien que no estudió cine y que ha sabido navegar entre los tiburones de la industria para hacer lo que le ha dado la gana. Si hiciera el guion de su película autobiográfica, todo esto acabaría plegando el tiempo en aquel sótano, bajando por aquellas escaleras lúgubres del West End de Londres y encontrándose, tras la vieja puerta roja, al propio Nolan levantando el Oscar.
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