Roman Polanski, 85 años de vida en el alambre
Ganador del Oscar a Mejor Director por «El pianista», el polaco es uno de los titanes del cine contemporáneo

Si nos fiamos de los datos biográficos de Roman Polanski, este sábado alcanza la venerable edad de 85 años, y por lo tanto hay que felicitarlo por ello: una vida larga, trabajada, polémica y sumamente activa en diversos territorios, especialmente el cinematográfico pues, de los muchos galones que le pondrá la historia, el de director de cine tendría que ser el más importante y duradero. Pero es evidente que Polanski no es del todo un tipo fiable y aunque su biografía asegura que hoy cumple 85 años, la parte más visible de su imagen sugiere aún algunos rasgos más propios de la infancia, desde su físico menudo hasta la mirada jocosa de sus ojillos llenos de malicia, que no parecen los de alguien que tiene ya a tiro corto el alcance de un siglo.
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Ni es habitual llegar a su edad tan laborioso (el año pasado hizo la hasta ahora su última película, «Basada en hechos reales») ni con los ojillos traviesos, diabólicos, y más cuando su vida ha sido un muestrario de las más horribles tragedias, desde ser un niño superviviente del Holocausto y perder a su madre en Auschwitz, al asesinato de su esposa Sharon Tate en aquel oscurísimo suceso de la «Familia Manson»; o al dudoso honor de llevar tantos años huido de la Justicia estadounidense acusado de violación a una menor y las sospechas de una inclinación insana e imperdonable a la infancia. Aún hoy, el mundo se debate entre el rechazo a la persona y la admiración al creador de un modo de hacer cine en el que un ácido sentido del humor se santigua ante lo maligno y lo sórdido. En cierto modo, en algo se parece a Woody Allen, además de en la edad, laboriosidad y tal: en que ambos exploran rincones (de Manhattan, del alma humana…) a los que no se llega fácilmente con la escoba.
Un cineasta único
Pero el Polanski director es único y variado, y desde «El cuchillo en el agua» (1962) hasta sus últimas películas (con el acento en «La Venus de las pieles», donde se divertía a costa de la obra de Sacher-Masoch), su filmografía es un prodigio de extremidad superior y extremidad inferior. Títulos como «Repulsión», «La semilla del diablo», «La muerte y la doncella» o la terrible «Lunas de hiel», sitúan al espectador justo en el lugar que no quiere y lo convierten en compota. Otros, como «Chinatown», «Tess», «El pianista» o «Un dios salvaje», hacen de la compota un alimento inteligentísimo, magnífico, superior. Y otros, como «El baile de los vampiros», «¿Qué?» o «Piratas» son como el aire que se escapa de un pinchazo en una rueda demasiado hinchada.
De aquí a que Polanski cumpla un siglo, o dos, el mundo puede dar varios giros bruscos sobre su opinión del personaje , pero, me temo, que la opinión sobre el cineasta no podrá cambiar mucho, y de hacerlo será a mejor.
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