Isabel Coixet, Carlos Boyero y una punta de cayena en el programa
Sangsoo y Lelio piden paso en el Festival, aunque el interés está fuera de concurso

La competición oficial ha puesto en el escaparate otros dos títulos interesantes, 'The wonder' , de Sebastián Lelio, y 'Walk up' , del coreano singularísimo Hong Sangsoo , pero el interés del programa estaba fuera de la competición, un interés abrupto, cercano a ... lo morboso, y que lo traían dos documentales españoles, uno dirigido por Isabel Coixet, 'El techo amarillo', sobre abusos sexuales a menores en una Escuela de Teatro de Lérida, y otro dirigido por Juan Zavala y Javier Morales titulado 'El crítico' y que aborda la figura y el genio de Carlos Boyero , el hombre que lleva décadas viendo películas y escribiendo de ellas aplicándose aquel lema de Groucho Marx de «¿a quién voy a creer, a lo que conviene, lo complaciente, o a mis propios ojos?».
El trabajo de Zavala y Morales es directo, ilustrador y un frutero de opiniones, testimonios y pareceres favorables y adversos a lo que significa Carlos Boyero dentro de la crítica de cine, y en muchos de ellos se ve la amistad, la cercanía, la admiración y el respeto a un modo de ser, de pensar y de escribir que tienen, por el contrario, un sello antimarxiano de «estos son mis principios y no tengo otros» . Pero, en tantos o en más de los testimonios se ve lo contrario, la enemistad, la falta de respeto y la inquina, compañeros suyos de profesión que lo desprecian, temen o envidian sin disimulo y que le ponen al conjunto esos liquidillos verdes que tanto entretienen al personal y, por supuesto, a Carlos Boyero.
Aunque lo mejor de 'El crítico' no son los testimonios hacia él, sino los testimonios de él, absoluto protagonista que cuenta de su infancia, de su demencial adolescencia y juventud, de sus comienzos profesionales, de su actitud hacia el cine y de los amores a 'sus' películas y los innumerables odios que ha cultivado, con igual cariño, a cosas como 'el cine oriental' , 'los modernos', 'Godard' y otros intocables…, es muy conocida entre el público la relación tirando a mala, casi villana, entre Carlos Boyero y Pedro Almodóvar, del que un cartel avisa en la película de que no quiso dar opiniones al respecto.
El documental, o quizá el propio Boyero, deja que se extienda un aroma crepuscular por su personaje, el de alguien que se ha batido por cada centímetro del ring, que sigue siendo el que más sabe de lo que le gusta y que cree tener (probablemente, con razón) un olfato especial para la impostura y el ‘tempraneo’, aunque algo fatigado de su invulnerabilidad, de no notar ni el daño de las puñaladas por la espalda…, como si estuviera esperando a algún Bruto (¡y mira que los hay!) que le haga sentir dolor o algún otro síntoma de su gran humanidad.
Y lo de Isabel Coixet es tremendo, una exposición por partes de un asunto turbio en el Aula de Teatro de Lérida en el que, durante años, un profesor abusó sexualmente de las niñas que tenía a su cargo y que terminaron por denunciarlo ya mayores de edad y lamentablemente cuando el delito había prescrito. Primorosamente contado en bloques y por las propias víctimas, que entendieron a su escasa edad que aquello era lo normal y parte de juegos y educación . Imposible apartar la mirada crítica ante las armas sutiles utilizadas por los adultos para engañar a sus pequeñas víctimas e incluso hacerlas responsables de los actos; e imposible no vomitar ante las declaraciones de la ministra Montero sobre el derecho de los menores a tener relaciones sexuales con quien quieran, pero siempre consentidas. El mundo dará vueltas, sí, pero la sesera de algunos hace cabriolas.
En competición, Hong Sangsoo, un director coreano que hace películas como rosquillas, pero ¡qué rosquillas!, con apenas una idea, pero ¡qué idea!, y con los actores y escenarios de siempre. Una historia sencillísima, un director de cine, su hija, un par de mujeres interesantes y bebedoras y una casa de tres pisos; deconstruye el tiempo , usa la elipsis con la finura de un escalpelo y la rotundidad de un hacha, cose y descose su historia con una sensibilidad sublime, y todo ocurre allí dentro, en lo profundo del plano y del espectador que se preste. Tenue y magnífica.
El 'prodigio' de Lelio
Y la de Sebastián Lelio, ‘El prodigio’, es imaginativa formalmente en su arranque y desenlace, entra y sale de lo frío del estudio de rodaje al siglo XVIII, Irlanda, a una tremebunda historia de religiosidad, milagro y trampa, con una niña que lleva sin comer cuatro meses y le cae el encargo de vigilar la realidad del hecho a una enfermera (Florence Pugh). Muy buena iluminación y atmósfera , una banda sonora desafortunada y una intriga efectiva (¿mienten y cómo descubrirlos?) a la que le añade el fleco de la terrible ironía: negarse a comer en aquella Irlanda de la hambruna.
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