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ABC Cultural

Rodrigo Cortés

El miedo

El miedo es esa atmósfera fría y leve que hace la noche interesante. Luego llega la mañana y todo se desvanece

El miedo es la gozosa gasolina que anima las noches del niño cuando se acuesta, aturdido, y sabe que nada va a ir bien. Cuando apaga la luz y el aire se hace denso, la luz se recorta por la ventana dibujando formas nuevas en la pared del cuarto, formas que el niño aprende a descifrar muy pronto, de las que intuye su verdadero origen. Un niño conoce las reglas del miedo y se adscribe a ellas. Mete los brazos bajo la manta, se envuelve bien, deja que solo la cabeza exceda el borde de la tela (o solo la frente, según regiones y certezas). El miedo es esa atmósfera fría y leve que hace la noche interesante. Luego llega la mañana y todo se desvanece. Los fantasmas regresan al armario. Aparece, con el sol, la decepción. Y hacen falta –claro– las películas.

El cine lleva cien años recordándole al espectador que nada ha cambiado. Le apaga la luz, lo envuelve en la manta y le deja la cabeza fuera. A veces le permite galopar, como en el recreo, y a veces le recuerda a qué sabe un beso. A veces le dispara para que se agache y a veces, si no se agacha, le deja una bala en el centro de la cabeza que no podrá sacarse ya nunca. El terror devuelve al adulto a las noches de verano en que alguien juraba que lo de la cabeza contra el techo del coche es cierto. Que no hay que decir Verónica cinco veces. Que un tío, al saltar la tapia del cementerio, se topó con otro tío y los dos se quedaron tiesos del pasmo, y que me muera ahora mismo si miento. Hay un rincón en el cine donde el aire es más frío y la boca se hace pastosa, corre una brisa suave y alguien te observa. A veces una sombra te posa la mano en el hombro, ¡buh!, y saltas del asiento. Pero nada supera la embriagadora sensación que te pega a él. Que hace más largos los pasillos y prolonga, hasta lo insoportable, el silencio. Cuando la anticipación lo es todo y el corazón se acelera. Cuando el interruptor está lejos, pero no tan lejos, del cabecero. Sólo hay que sacar la mano. Al exterior. Puedo hacerlo… Y entonces, ¡buh!, llegan los créditos.

El miedo

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