El crepúsculo del Hollywood dorado: la muerte de los dioses del cine
Ni los mitos de ese olimpo de la meca del cine han podido resistir los baches de un año aciago, que ha visto desaparecer a Kirk Douglas, Olivia de Havilland o Rhonda Fleming de un mundo en el que solo sobreviven algunas estrellas, como Sophia Loren
![Gloria Swanson en «El crepúsculo de los dioses», de Billy Wilder](https://s3.abcstatics.com/media/play/2020/11/08/gloria-swanson-kM3E--1248x698@abc.jpg)
Ni siquiera Tony Curtis pudo salvar de la muerte al Espartaco de Kirk Douglas, que se despidió para siempre, mentón en ristre, el pasado mes de febrero. Olivia de Havilland , «heredera» de ese crepuscular Hollywood dorado , le siguió cinco meses después a ... ese olimpo de estrellas del cine clásico donde llevaba ya siete años Joan Fontaine, su rival y hermana. La Melania de «Lo que el viento se llevó» era la última superviviente de ese esplendor del Star System y, como tal, tras su marcha la Tierra quedó huérfana de las estrellas de esa era genuinamente clásica, esa dinastía que era considerada la realeza de Estados Unidos.
![Kirk Douglas](https://s2.abcstatics.com/media/play/2020/11/08/espartaco-kirk-douglas-kMQC--220x220@abc.jpg)
Cuando hace un mes murió Rhonda Fleming, los titulares volvieron a recurrir a la manida coletilla, despidiéndola también como «la última actriz del Hollywood clásico», pero la frase sonó esta vez más a reclamo con el que dar lustre al fulgor de esas viejas glorias que a etiqueta idónea para clasificar un tiempo del que ya solo quedan ruinas o testigos tardíos . «Podría decirse que Olivia de Havilland disfrutó plenamente del cogollo central de la Golden Era como estrella importante además. En ese sentido, sí es la última. El resto de grandes estrellas clásicas que quedan vivas, o bien no recibieron el trato de estrella “pata negra” (le pasaba a Rhonda Fleming) o vivieron la edad dorada cuando esta empezaba a dar síntomas de agotamiento, como es el caso de Kim Novak o Sophia Loren», explica Guillermo Balmori , historiador cinematográfico y fundador de Notorious Ediciones .
No existe una fórmula matemática para separar divinidades. Tanto Kim Novak como Sophia Loren, que sobreviven a esa Edad de Oro y también a las etiquetas con las que se las clasifica, se ajustan a los criterios con los que algunos teóricos definen estrictamente el período dorado, tanto por fechas como por lo que supuso su figura. Intérpretes totales, con «ese pequeño algo extra» que hoy en día no existe y un carisma extraordinario que se ha demostrado intemporal y sobrevive a sus propias películas. «Teniendo en cuenta que el cine clásico es toda película calificada de obra de arte por la Academia –es decir, en el canon–, y que algunos expertos aseguran que es el comprendido entre 1900 y 1960, afortunadamente muchas estrellas de ese período viven aún. Si afinamos más, la Edad de Oro del cine, circunscrita a los grandes estudios de Hollywood entre 1930 y 1960, lo acota mucho más. Los intérpretes que alcanzaron el cénit en esa etapa son clásicos. Añádase a esa lista a los maravillosos Angela Lansbury, Sidney Poitier, Shirley McLaine, Warren Beatty, Joan Collins...», aclara David Felipe Arranz , escritor y profesor de Comunicación en la Universidad Carlos III de Madrid.
![Shirley MacLaine y Warren Beatty](https://s2.abcstatics.com/media/play/2020/11/08/mclaine-beatty-kMQC--220x220@abc.jpg)
«El mito sedimenta en el imaginario colectivo, y estos intérpretes poseen el aura que les otorga la historia del cine. Son historia viva de obras maestras como Vértigo , La ley del silencio, Dos mujeres, El retrato de Dorian Gray, Fugitivos, Esplendor en la hierba o Tierra de faraones . Han trabajado y aprendido a las órdenes de De Sica, Hawks, Kazan, Minnelli , Hitchcock, Preminger, Logan, Kramer… Representan esa última “esperanza” de que una vez la fábrica de sueños asombró al mundo entero con historias maravillosas», resume el escritor, para quien ya no hay estrellas, sino influencers, que se «muestran en multiplataformas muy cercanas al usuario, que ha normalizado a sus ídolos».
Dioses de carne y hueso
La fama de antaño no la daban las redes sociales, era una forma de vida. Las estrellas eran el prototipo de la perfección, no se ponían el disfraz para una promoción; el glamour formaba parte de su estilo de vida, convivían siempre con la popularidad, irreductible a sus personalidades. El público los veía como seres inalcanzables, dioses a los que confundía con sus personajes en un mundo en el que los límites entre la realidad y los sueños se atenuaban. Todo lo que les rodeaba era fascinante, un misterio, no como ahora, «que el ciudadano conoce demasiado bien los entresijos de Hollywood... y sus muchas imperfecciones».
Por edad y reputación, Sean Connery bien podría ser una de esas estrellas y, de hecho, el mejor James Bond de la historia del cine se movió con sorna a ambos lados de esa confusa línea divisoria. Si bien es cierto que tenía cuatro años más que Sophia Loren cuando falleció, hace una semana, también lo es que alcanzó el punto álgido de su carrera pasada la difusa frontera que delimita el Hollywood dorado. Su estatus superó al de muchos compañeros, elevado por el público al pedestal de los seres inmortales , pero lejos estaba el Robin Hood que enamoró a Audrey Hepburn de ser el perfecto producto dentro y fuera de las pantallas que exigía el Star System de antaño.
Ningún estudio pudo esconder su lengua procaz, sus comentarios machistas, como sí habían hecho con los líos de faldas de Gary Cooper o las infidelidades de Ava Gardner , con el alcoholismo de Rita Hayworth e incluso la homosexualidad de otros tantos, actores al servicio de un sistema que les procuraba el éxito, cincelando sus vidas según creían más conveniente. «Los estudios diseñaron una vida para todos estos actores y les borraron cualquier vestigio “erróneo” del pasado. Llegaron a construir personajes totalmente soñados y deseados por el público (...) A cambio de esta anulación de libertad de movimientos se les permitían todo tipo de lujos y caprichos , y los estudios se comprometían a cuidar hasta el más mínimo detalle de su imagen pública. Era tan estricto el control que incluso se creaban romances o matrimonios, que daban publicidad gratuita a las películas que pudieran hacer juntos», asegura Esperanza García Claver , gestora cultural experta en moda y comisaria de exposiciones como MAD About Hollywood , que atribuye esa transición a la desaparición del sistema de estudios, a un «cambio cultural brutal» a finales de los cincuenta y sesenta que todavía resuena hoy en día.
Fin de una era
El 2020 ha llenado los hospitales de enfermos, ha sacudido la economía mundial y ha puesto en jaque a una especie que siempre retó a la suerte. Ni los dioses de ese olimpo del Hollywood dorado han podido resistir los baches de un año aciago , por el coronavirus pero también para las salas de cine, a punto de extinguirse como lo hizo el sistema de estudios que configuró a esas estrellas de la industria. No deja de resultar paradójico que esta desaparición de los mitos del cine, este ocaso de la generaciones que elevaron a Estados Unidos a potencia cultural y social, coincida con el fin, quizás todavía evitable, de esas cápsulas donde se mitificaba a simples mortales y se veían películas; donde la estrellas «eran inalcanzables, y los espectadores solo tocaban aquel cielo en la sala de cine ».
![Olivia de Havilland](https://s1.abcstatics.com/media/play/2020/11/08/olivia-havilland-kMQC--220x220@abc.jpg)
«La atmósfera de una sala de cine facilita el pacto de la ficción, la suspensión de la incredulidad, el salto de la conciencia al otro lado de la pantalla (...) ver hoy ese cine en un teléfono móvil, en la tablet o en el ordenador traiciona el fin para el que fueron concebidas esas películas, esas estrellas, esos pasaportes para la fantasía y la ensoñación...», resume Arranz.
La agonía de esas salas, huérfanas de estrenos por la pandemia, es también el último capricho de esas estrellas, cuyo recuerdo regresa, de reposición en reposición, de vez en cuando a la gran pantalla.
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