La caída al infierno que casi mata a Martin Scorsese
El director, deprimido por el fracaso comercial de «New York, New York», se adentró en una espiral de drogas que a punto estuvo de terminar con su vida. De Niro, su amigo y actor fetiche, le salvó con una de las mejores películas de su carrera
Criado entre curas, gánsteres e imágenes en la gran pantalla, el destino de Martin Scorsese parecía escrito desde que se mudó junto a su familia a Little Italy, un islote católico en el Lower East Side de Nueva York, a apenas seis calles de donde vivía Robert de Niro. «La iglesia y el cine eran los dos únicos sitios a los que mis padres me dejaban ir», confesó en 2005, tras recibir un premio a su trayectoria en el Festival de Marrakech. Una imposición que pretendía salvar al pequeño Marty de las peligrosas calles del barrio, alejándolo de los revólveres y la mafia, pero que terminaría marcando el resto de su carrera.
Su primer mentor fue Francis Principe , un cura italoamericano al que ayudaba cuando era monaguillo y con el que compartía la pasión por el cine. «Veía en él una posibilidad diferente, incluso opuesta, a la que me ofrecían las calles de Little Italy, con todas las tentaciones y oportunidades de perdición», reconoció en Marruecos.
Después del instituto fue al seminario y estudió para cura, pero movido por un impulso ingresó en la NYU en 1960. Fue como descubrir un nuevo mundo, uno que se abría más allá de la Pequeña Italia de Manhattan. Allí conoció a Haig Manoogian, que enseñaba a sus estudiantes a hacer películas sobre su propia vida. Una lección que caló en el director y que definiría su trayectoria como cineasta, repleta de títulos donde la violencia, las drogas, el sexo o la Mafia son tan protagonistas como los personajes a los que encarnan Robert de Niro, Harvey Keitel o cualquiera de sus recurrentes.
«Marty era la estrella. Estaba en un nivel totalmente diferente del resto de nosotros. Podía citarte películas, describirlas por toma. Mientras nosotros nos dedicábamos a tontear por ahí, tratando de encontrar la exposición correcta, él ya empezaba a filmar esas joyitas», recuerda el director Jim McBride en «Moteros tranquilos, toros salvajes», de Peter Biskind.
Siguiendo el consejo de Manoogian y también como forma de desahogo, Scorsese llevó su vida a la gran pantalla. Rodó con la cámara escenas que había presenciado de pequeño, trifulcas en las que él, bajito e inseguro como era, jamás había participado. Retrató a todos aquellos vecinos que no tuvieron las mismas oportunidades que él, les dio una salida, aunque fuera equivocada.
Pero, como casi todos los demás compañeros del Nuevo Hollywood, cayó en el abismo de lo mundanal, del exceso de éxito, de la vida. A finales de los setenta, «una espesa capa de nieve empezó a caer sobre Hollywood». El consumo de cocaína se extendió y, como muchos otros, Scorsese se dejó llevar por el polvo blanco. Enfadado como estaba por el fracaso comercial de «New York, New York» , se refugió en la droga, intentó huir de nuevo, pero eligió el camino equivocado. «Lo que hice fue comportarme de una manera tal que fuera imposible que me respetaran. Estaba demasiado drogado para solucionar el problema de fondo», reconoció el director.
Le recetaron litio para aplacar la cólera que le provocaba el mono, pero tras cuatro meses volvió a la cocaína, «su droga preferida». « Parecía perdido en otro mundo , era Luke Skywalker avanzando a trompicones por el planeta helado Hoth en la primera escena de "El Imperio contraataca", perdido en una tormenta de nieve», escribe Biskind. Quería vivir rápido y no le importaba morir joven. No tenía pensado sobrevivir a los cuarenta. «Todo era cuestión de forzar la máquina, de ser malo, de ver cuánto podías hacer. Vivir al límite. Si me drogaba de ese modo era porque quería hacer muchas cosas, quería acelerar a fondo, llegar hasta el final y ver si moría. Eso era lo fundamental, experimentar cómo acercarse a la muerte», explico el director. Una temeridad que se vio traducida en la pantalla, pero que casi le cuesta la vida.
De Niro, el salvador
Menos mal que estaba De Niro . Su actor fetiche, con el que ya sumaba tres colaboraciones («Malas calles», «Taxi Driver» y «New York, New York»), visitó a Scorsese y le entregó una biografía de Jake LaMotta, un boxeador de peso medio. Se llamaba «Raging bull» («Toro salvaje») y De Niro quería que el director la rodara. « Yo no quería hacer "Toro Salvaje". Tenía que encontrar la salida por mí mismo. Y no me interesaba encontrar la salida, porque había intentado algo («New York, New York») y había sido un fracaso», contó Scorsese.
Pese a la fama, el cineasta seguía siendo sumamente frágil desde el punto de vista emocional, marcado de por vida por las inseguridades que arrastraba desde su infancia: su diminuta estatura, su fragilidad, la percepción de sí mismo como poco atractivo. Era fácil herir sus sentimientos; se ofendía rápido, olvidaba despacio.
«En lo personal estaba perdido. Seguro como era en el plató, siempre fue muy inseguro en lo que atañe a sí mismo, como hombre, y también en sus relaciones con los demás. Le invité a una fiesta y le dije: " Nos lo pasaremos en grande, chicas, orgías... ". Y me dijo: "No, seguro que va alguien que sabe quién soy". "No tienes por qué decirle a nadie quién eres. ¿A quién le importa?", le dije, y me respondió: "No, no, no; no me manejo bien con una mujer que no sabe quién soy". Tenía que ser Martin Scorsese a toda costa para poder enfrentarse a una mujer, pero después le preocupaba que a ella solo le gustara porque era Martin Scorsese», cuenta el guionista Mardik Martin.
Un genio «encasquillado»
Pese a la insistencia de De Niro, Scorsese no cedía: «Yo sabía qué había querido decir con "Malas calles", y también con "Taxi Driver". Y hasta sabía lo que había querido decir con "New York, New York". Pero sé que no sabía de qué demonios iba "Toro Salvaje" ». Después de tres películas juntos y tras el fracaso de la última, el cineasta se negaba a repetir: «Ya no quería seguir jugando».
Después de idas y venidas con el guión de la película de Jake LaMotta, finalmente Paul Schrader , a pesar de estar centrado en su carrera como director, volvió junto al cineasta para el que había escrito el libreto de «Taxi Driver». El torturado guionista empatizó con la historia y, después de realizar su propia investigación para empezar con el material, descubrió a Joey, el hermano del púgil. «Los dos eran boxeadores. Joey era más joven, más guapo, y tenía mucha labia. A Joey se le ocurrió que podía ser más útil representando a su hermano. No tendría que recibir golpes, seguiría ligando con chicas y, además, le pagarían. Y como yo también tengo un hermano, me fue muy fácil conectar con esa tensión. Me di cuenta de que allí había una película». Una que versionaría a su modo la propia historia de Schrader y su hermano Leonard.
Scorsese, convencido por fin del proyecto, pasó a discutirlo con De Niro: «Bob y yo nos pinchábamos mutuamente para conseguir que el personaje fuera lo más desagradable posible y para que, pese a eso, al público le cayera bien. Porque Bob, como actor, tiene algo, algo en el rostro, que hace que la gente vea ese lado humano », confesó el director en una entrevista con Biskind.
Ultimátum
Pero todo estuvo a punto de caer en saco roto. Durante el Festival de Telluride, Scorsese, De Niro, Mardik Martin y su pareja por aquel entonces, Isabella Rosellini, se quedaron sin cocaína y se colocaron con cualquier suerte de polvo blanco que les habían proporcionado. El delirante viaje a punto estuvo de acabar con la vida del cineasta. Sangraba por todas partes y los médicos le comunicaron que carecía de plaquetas. La mezcla de la falsa cocaína con el medicamento para atenuar el asma fue una bomba ; a punto estuvo de no contarlo. El mensaje era claro: o cambiaba de vida o moría.
De Niro, siempre ahí para el de Little Italy, le dijo: «¿Qué te pasa Marty? ¿No quieres vivir para ver crecer a tu hija, para verla casada? ¿Vas a ser una de esas flores de un día que hacen un par de buenas películas y se acabó? ¿Sabes una cosa? Podemos hacer esta película ("Toro Salvaje") Podemos hacer un gran trabajo. ¿Vamos a hacerla o no?», y Scorsese respondió que sí, porque había encontrado algo que le gustaba de la historia de LaMotta, algo con lo que se identificaba: la autodestrucción, el daño gratuito a la gente que le rodeaba.
Tuvieron que cambiar el guión para que los estudios apostasen por una película complicada, que podía obtener calificación X y en blanco y negro, con aspecto de tabloide. Mano a mano, director y actor se pusieron las pilas. Desde St. Martin reescribieron el libreto de principio a fin. De Niro cuidaba a Scorsese, le preparaba el café todas las mañanas mientras tomaba Tedral para limpiarse los pulmones. El medicamento lo debilitaba, pero la confianza en un proyecto en el que ahora creía pudo con todo.
Comenzó a rodar «Toro Salvaje» abrumado, con la convicción de que sería su último filme. «Me lo tomé muy a pecho. Quise devolver el golpe, como diciéndoles, esto es lo que puedo hacer y no sé si me quedará algo más dentro (...) Después de "New York, New York", pensé que yo nunca tendría el público de Spielberg, ni siquiera de Coppola. Mi público son los tipos con los que me crié, listillos, gente de Queens, camioneros, tipos que cargan muebles . Si a ellos mi película les parece buena, me siento bien. Puede que esté loco, pero más que desvirtuar el argumento y hacer otras diez películas después, prefiero dejarlo y no volver a hacer más películas después de esta. Así pues, ¡qué diablos me importa!». Esa convicción liberó al director, que fue capaz de filmar una de las mejores cintas de su carrera.
El fin de un binomio
La película sobre Jake LaMotta fracasó en taquilla de forma todavía más estrepitosa que «New York, New York» y Scorsese salió tocado. Creía que nunca iba a encontrar su público, como hacían Coppola o George Lucas, y que solo sería mimado por la crítica. «Cuando perdí con "Toro Salvaje" me di cuenta de que, si sobrevivía, mi lugar en el sistema estaría fuera; sería un observador», comentó.
De Niro le echó un capote cuando Scorsese más lo necesitaba, pero después de ese gancho sobre el cuadrilátero, parecía que el combate que libraban juntos había terminado: «Durante el rodaje de "Toro Salvaje" habíamos explorado todo lo que podíamos hacer juntos. No debería haber hecho "El rey de la comedia", tendría que haber esperado a que saliera algo de mí», confesó.
Finalmente, la odisea que le torturó hasta convertirlo en uno de los imprescindibles del séptimo arte terminó con una lección profesional y personal clave para salir del abismo en el que había estado atrapado. «Todo dependía de mí. En última instancia, a nadie le importaba, ni a mis amigos más íntimos. ¿Quieres hacerte el loco? ¿Quieres colocarte en una situación en la que no puedas trabajar? A nadie le importa un carajo. Y terminas solo . De un modo u otro, te enfrentas a ti mismo. Como Jake LaMotta cuando se mira en el espejo al final de "Toro Salvaje"», admite el director. Siguió adelante, y se redimió filmando con clemencia la vida de hombres, como él, empeñados en descender al infierno.
Noticias relacionadas
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete