Crítica de 'Matusalén' (***): La hilarante y calamitosa vida de un rapero cuarentón
Entre todos los personajes y la excelente plantilla de actores se construye una historia que trata asuntos de importancia pero sin dársela
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Una idea magnífica, nueva: en vez de una comedia generacional, esta película inventa justo lo contrario: la comedia 'desgeneracional', y presenta a un personaje, 'El Alber', de cuarenta y cuatro años y un gran porvenir a la espalda, que podría ser un buen material para ... lo dramático y que se resuelve en la pantalla como el paradigma puro de lo cómico, un mérito de los guionistas (Fernando Hernández, María José Moreno y David Galán Galindo, también el director), pero especialmente del actor, Julián López, alguien que cuando entra él en la escena sale corriendo la seriedad, la solemnidad: un cómico sin interrupción.
Todo lo que le ocurre a 'El Alber' es 'desgeneracional', su amor inquebrantable por el 'rap', su modo de vestir, su ingreso anacrónico en la Universidad, su gran talento para producir entuertos a su alrededor, su ambición venial y juvenil…, un tipo al que podría llamársele idiota por lo que dice o hace y resulta que todo ello es modelo de coherencia, de humanidad, de inocencia. Y Julián López y su personaje envuelven por completo la película de una gran cantidad de burbujas, pero también el relleno está cuajado de gracia e ingenio, con personajes como los que interpretan Raúl Cimas (¡qué difícil es no partirse con este hombre serio!), o con las cosas de Raúl Areces, o las crujientes apariciones de Miguel Rellán, o los grandes, grandes momentos de Alberto San Juan y Roberto Álamo en su arranque policial.
Entre todos los personajes y la excelente plantilla de actores se construye una historia que trata asuntos de importancia pero sin dársela, sobre relaciones, aficiones, amores, edades y dignidades, y divertida hasta la lágrima, y con mucha ambición de estilo y música en su entrelineado, en su elogio al rapero, al verseo improvisado, al 'hip' y al 'hop' y a esa mezcla de calle, cómic y músicos de referencia. Y se adivina, en este elogio, que su director, David Galán Galindo, ha volcado por completo en ella todo su contenido vital, su modo de ver el mundo pero en gracioso. Hay un afán por puntuarlo todo, y quizá en exceso, en colocar puntos y comas que tal vez pedían un peinado que la hubiera dejado más guapa, menos previsible, aunque no más cercana, auténtica y salada.
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