Crítica de 'La infiltrada' (***): Gran duelo de actrices, la policía infiltrada en ETA y Carolina Yuste

Sólo se nos ocurre un motivo para que esta película no triunfara en el reciente Festival de San Sebastián, y es que no la aceptaron

Lo que apunta el palmarés y lo que no entró ('Escape' y 'La infiltrada') en el programa oficial

Carolina Yuste en 'La infiltrada'

Arantxa Echevarría es una directora de mirada inquieta y diseminada, que lo mismo apunta a la mujer gitana ('Carmen y Lola'), que a la infancia multicultural ('Chinas'), que a la sátira política ('Políticamente incorrectos') o, como ahora, en 'La infiltrada', su apuesta más tremenda ... y su película más lograda, que apunta a un recuerdo desagradable pero necesario, lo que fue la lucha policial contra la banda terrorista ETA mediante el angustioso relato de la vida de una joven policía infiltrada durante años en los ambientes abertzales hasta ganarse la confianza de los carniceros de arriba.

La historia está basada en hechos que ocurrieron: existió la infiltrada y los sucesos que se cuentan están trágicamente documentados, desde el asesinato de Gregorio Ordóñez en el restaurante La Cepa por el tal Txapote, a la desarticulación del comando Donosti, la época de la célebre 'tregua trampa' o la detención de Kepa Etxebarría y Sergio Polo, coprotagonistas, en cierto modo, de una historia que narra, además de lo que recordamos y no deberíamos olvidar, un interesante arsenal de detalles, caracteres, circunstancias y procesos íntimos y policiales o políticos que convierten la película en un 'thriller' soberbio, de tensión e intriga descomunales y lleno de aristas sugerentes.

En el centro de 'La infiltrada' está una actriz, Carolina Yuste, que compone un personaje que impresiona y al que transmite tal cantidad de matices, desde la fragilidad hasta la dureza, desde el valor al terror, desde la humanidad hasta el desamparo, la orfandad y el sentido del deber, que uno se queda pegado a la piel de la pantalla como si fuera un velcro. Carolina Yuste honra lo buena actriz que también tuvo que ser la policía infiltrada. Los momentos de angustia, de tensión, están magníficamente medidos por la directora (micrófonos, papeles que fotocopiar, los olores del peligro…) y previamente maquinados por la buena construcción de los personajes antagónicos, en especial el del asesino Sergio Polo, un psicópata de libro que interpreta Diego Anido tan excelentemente bien que resulta un tarado repulsivo, un despojo inhumano, alguien al que daba, da y dará vergüenza vitorear. Iñigo Gastesi compone al otro etarra, Kepa, algo más matizado por la película.

Aprovecha Arantxa Echevarría los espacios, los interiores de la casa que comparten la infiltrada y los dos etarras, bien provista de puertas, pasillos y disputas para que la trama se ponga de puntillas, y aprovecha también las otras situaciones complicadas, los encuentros de la infiltrada con su jefe policial, un tipo rocoso, con menos 'humedad' que un polvorón, al que llaman los suyos 'el inhumano' y que interpreta con su fe habitual Luis Tosar. Entre ellos, Luis Tosar y Carolina Yuste, la cámara de la directora establece un territorio sumamente resbaladizo en el que todo cabe, nada hay y en el que la película encuentra dos o tres momentos cumbres de interpretación donde el estado de ánimo de ella es el de una bolsa de restos en el contenedor marrón. E igualmente aprovecha o incorpora Echevarría aquellos viejos conflictos entre la Policía y la Guardia Civil, que, fueran lo que fueran, le sacan su punta a esta trama, y de paso le permiten ofrecer un pequeño paisaje de las rutinas y operativos policiales, donde le ponen naturalidad y vida las interpretaciones de Víctor Clavijo, Nausicaa Bonninn, Pepe Ocio y demás agentes.

Todo transcurre en San Sebastián y alrededores, y en pasajes reconocibles de la ciudad, y sólo se nos ocurre un motivo para que esta película no triunfara en el reciente Festival de San Sebastián, y es que no la aceptaron. Y sólo, también, un motivo para que no la aceptaran, y es el de no cruzar las líneas de la célebre y autorizada memoria histórica, que ya sabemos dónde empiezan y dónde acaban.

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